Ante la desolación política
Los votantes progresistas están desencantados, pero no pueden renunciar a criticar lo que ven


Vivo rodeado de amistades que se encuentran profundamente desoladas ante la situación política. En el mejor de los casos, guardan silencio. En la peor de las situaciones, no concuerda lo que expresan en público con lo que dicen en privado. A casi todos ellos les une el anhelo de contar con un proyecto progresista y modernizador para nuestro país. Se han visto representados en distintos momentos del tiempo por los gobiernos del Partido Socialista, tanto con Felipe González, como con José Luis Rodríguez Zapatero y con Pedro Sánchez. Pero desde hace un tiempo, están desorientados. Ven que el mundo cambia a toda velocidad, pero nadie les ofrece certidumbre ante un horizonte incierto.
La desorientación de mis amigos no solo nace de los casos de corrupción y de acoso sexual que afectan ahora al PSOE. Viene de un poco más atrás. Tras 2023, no hay una mayoría progresista en el Congreso de los diputados. Esto limita la capacidad transformadora del gobierno con medidas nítidamente de izquierdas. Es por ello que la economía crece, pero ven como sus hijos se empobrecen, la pobreza infantil sigue siendo una problema casi ocho años después de la moción de censura o el salario mediano lleva un tiempo estancado. La desigualdad sigue siendo una preocupación profunda en la sociedad en la que viven. Además, aunque han apoyado la Ley de Amnistía en muchas cenas con amigos y familiares, de forma más militante que creyente, en su interior siguen haciéndose preguntas sobre la verdadera intención de los independentistas catalanes. Dudan. Aunque hay días que se entusiasman escuchando a Gabriel Rufián.
A mis amigos solo hay algo que les produce más desolación que todo lo que ven a su alrededor: que gobierne la extrema derecha. Detestan profundamente todo lo que representa el proyecto político de Vox. Cada vez que escuchan a alguna de sus propuestas, se echan a temblar. Han sido muchos años de esfuerzo para mejorar las condiciones de vida de las mujeres, de combate de la violencia machista, de trabajar por la integración de los inmigrantes en nuestra sociedad o de lucha contra el cambio climático, como para que ahora un conjunto de “terraplanistas” y negacionistas cuestionen el modelo de sociedad tolerante, abierta e igualitaria que hemos construido en los últimos 50 años.
Mis amigos tienen amistades y familiares que votan al Partido Popular. Incluso algunos de ellos compartirán mesa y mantel estas navidades. Saben que no van a poder hablar de política si quieren tener la fiesta en paz. De hecho, hace un tiempo que los grupos de whatsapp ya no son lo que eran. Incluso han abandonado alguno porque ya no soportaban más algunos mensajes. En un tiempo pasado, votar a un partido u otro no era un problema para hacer bromas, debatir o incluso compartir algunos retos como sociedad. Hoy ya no comparten casi nada, ni si quiera conversación.
Les veo desolados y desorientados porque no saben cómo salir de esta situación. De hecho, tienen miedo a expresar en público lo que piensan, porque temen ser etiquetados de reaccionarios o próximos a las tesis de la extrema derecha. Pero miran a su alrededor y se sienten huérfanos, desubicados… Y si les preguntan, se ponen la “camiseta” de su tribu para que nadie les tilde de tibios o moderaditos.
Alguno puede pensar que tengo amistades raras, pero lo cierto es que en los últimos dos años, hay entre un 30% y un 40% de votantes socialistas que discrepa profundamente de casi todo lo que hace el Gobierno. Les preguntes lo que les preguntes en una encuesta, casi siempre muestran su disconformidad. Desde hace un tiempo, preguntamos con cierta frecuencia en Metroscopia cómo de decepcionada se siente la ciudadanía con el partido que votó. En los datos de principios de diciembre, un 52% de los votantes del PSOE se sentía algo o bastante decepcionado con su partido, muy similar a la cifra del 50% de mayo de este año, antes de que se conocieran los audios entre Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García. La decepción viene de lejos. Pero los electores del PP o de Sumar no están mucho mejor. El grado de decepción con la formación de Feijóo es del 58% y con Sumar del 52%. Aunque en el caso del Partido Popular, su situación ha mejorado, porque en mayo de este año la decepción con esta formación política entre su electorado alcanzó el 70%. Pueden presuponer quiénes son los únicos que están entusiasmados.
Yo me pregunto cómo podemos salir de esta situación y tengo pocas respuestas. Pero si las pocas soluciones que sostengo, las expreso públicamente, me dicen que lo hago porque soy crítico. Quizás tengan razón. La palabra “crítica” proviene del griego y comparte raíz con la palabra crisis. Del griego pasó al latín y significaba “capacidad de analizar”. Hubo un tiempo donde la alabanza estaba peor vista que la crítica. Quizás por ello también estamos desolados.
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