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red de redes
Columna
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En 2026 viviremos en el mundo al revés

En vez de perseguir a los depredadores digitales o a las plataformas que los toleran, el nuevo régimen trumpista persigue a quienes los señalan

La Fundación Maldita acaba de publicar una valiosa investigación periodística que revela cómo TikTok se ha convertido en un paraíso para depredadores sexuales y consumidores de contenido pedófilo. Su algoritmo recomienda de forma masiva vídeos de menores, reales o generados con inteligencia artificial, y conduce a los usuarios hacia perfiles y contenidos cada vez más sexualizados. Los periodistas identificaron cuentas con más de un millón de seguidores, miles de vídeos problemáticos, comentarios explícitos de adultos dirigidos a menores y rutas que conducen a grupos externos de Telegram donde se intercambia pornografía infantil. La plataforma, pese a conocer estos patrones y a contar con normas que prohíben este material, no actúa con suficiente contundencia y permite que que estos circuitos de riesgo sigan creciendo a plena luz, a la vista de cualquier usuario.

Ovación de gala para Maldita por arrojar luz sobre lo que sucede en TikTok, ese opaco segundo hogar al que se han mudado millones de adolescentes sin que sus padres tengan una idea clara de cuántos indeseables conviven con sus hijos. Investigar las redes puede, además, resultar más laborioso que un caso de corrupción. No hay informes de la UCO ni fuentes con las que tomarse un café. Todo el material hay que buscarlo sorteando las limitaciones de observación que impone el algoritmo. Ello requiere audacia y creatividad a la hora de diseñar un método de trabajo específico y adaptado a la dinámica de la red social. Es algo que han aprendido a hacer organismos en todo el mundo que, como Maldita, se dedican a la verificación de información y a hacer periodismo con la desinformación que nos invade y desborda.

En el mundo al revés en el que nos vamos instalando, los organismos de verificación son ahora, los nuevos enemigos, una categoría de maleantes que la administración Trump tiene ya en el punto de mira. La agencia Reuters desveló recientemente que los funcionarios consulares estadounidenses tienen orden de rechazar cualquier solicitud de visado profesional que proceda de personas que hayan trabajado en la verificación de hechos, la moderación de contenidos o la lucha contra la desinformación porque practican la censura y atentan contra su concepto, manoseado y deforme, de libertad de expresión. La inversión de responsabilidades resulta distópica: en vez de perseguir a los depredadores digitales o a las plataformas que los toleran, el nuevo régimen trumpista persigue a quienes los señalan.

Como un solo hombre, las 170 organizaciones y medios que componen la International Fact-Checking Network (IFCN) han levantado la bandera roja. En un comunicado conjunto recuerdan algo esencial: “La verificación de datos es periodismo. Se trata de la sencilla tarea de comparar las afirmaciones públicas con las mejores pruebas disponibles y publicar los resultados para que todos puedan verlos. Este trabajo refuerza el debate público, no lo censura”. Para el IFCN, “las políticas que tratan la búsqueda de la precisión como una actividad descalificante envían un mensaje escalofriante a los periodistas y otras personas en todo el mundo”.

No solamente los verificadores son, a ojos de Trump, un peligro público. Usted también puede serlo. Revise lo que ha publicado en sus redes sociales durante los últimos cinco años porque será la nueva documentación que tendrá que enviar a las autoridades si quiere viajar a este Estados Unidos, algo que sucederá si una decisión judicial no paraliza una propuesta de la Oficina de Aduanas. Sus redes determinarán si usted es un elemento subversivo porque criticó a Trump o a Musk, o porque se mostró demasiado interesado por el impacto de la desinformación. Solo Dios sabe lo que nos depara el mundo al revés de 2026.

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Sobre la firma

Carmela Ríos
Periodista experta en redes sociales y desinformación. Tras 20 años en informativos de televisión, 10 en París y un flechazo con Twitter, explora la interacción entre las redes sociales, el periodismo, la comunicación y el poder. Enseña a otros periodistas a adaptar sus herramientas de trabajo al desafío de la desinformación.
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