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Columna
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Me van a ‘funar’

Llamo a la adopción masiva de este verbo popularizado en las redes en los últimos años

Delia Rodríguez

Hace poco mi amiga Alba, que tiene 12 años, compartió conmigo a través de su madre María, que también es mi amiga, un valioso PDF que contenía un diccionario de adolescentes para adultos y que había elaborado junto a sus compañeras Mencía y Valeria. En este fabuloso documento etnográfico describen una veintena de términos que consideran necesario que manejemos. La mayor parte han sido originados en el internet anglo o son ampliamente utilizados en línea, por lo que no me han sorprendido demasiado: pick me (la chica que busca validación masculina), de chill (estar relajada), lolazo (mucha risa), omg (dios mío), pov (punto de vista), glow up (una mejora física transformadora), lit (literal), shippeo (relación amorosa imaginaria), npc (personaje de un videojuego que no controla el jugador) o vibes (energía). Otras expresiones son tan viejas que han regresado triunfantes en el tiempo, como “me renta”. También hay términos de uso común que al parecer se han puesto de moda, como aura, chisme o amorfo. Me han extrañado más las expresiones “ella jura” (una broma sobre las buenas intenciones de alguien, como en “Voy a hacer ejercicio. Ella jura”) o laqueso, abreviatura de “la que soporte” (un nuevo “a quien no le guste que no mire”).

Pero de toda esta jerga juvenil mi palabra favorita es una que se ha extendido como la pólvora en los últimos años, sobre todo en las redes, por su evidente utilidad: funar, “denunciar o exponer públicamente a alguien por una acción o comportamiento considerado incorrecto”. Ellas ponen como ejemplo “se me han olvidado los deberes y me han funado”. A diferencia de cancelar, que proviene del inglés, su origen y uso es hispanohablante, y su historia es rica en significado. El Diccionario de americanismos la reconoce, aunque eso no quiera decir nada. La expresión, originada en Chile, proviene de un término mapudungún que significa “podrido”. Como explica Carol Schmeisser en su tesis de grado, comenzó a utilizarse en 1999 para nombrar acciones de repudio público organizadas contra cómplices de la dictadura de Pinochet que no estaban siendo condenados. La Comisión Funa, formada por varias organizaciones, se inauguró contra un cardiólogo chileno acusado de supervisar torturas en desaparecidos del régimen asegurándose de que, por métodos químicos, confesaran. Un par de años antes había nacido en Argentina por idénticos motivos un término similar, escrache, que fue el que popularizó en España la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

No veo demasiadas ventajas a empezar a utilizar “ok” (pronunciado “ok”, no “okey”), pero llamo a la adopción masiva de funar. Se trata de un término magnífico porque es leve y cotidiano. Normaliza y describe con ligereza un hecho irremediable: que en algún momento te van a zurrar metafóricamente por algo que has dicho o hecho, que le pasa a todo el mundo y que es transitorio. A diferencia de cancelar, que hace creer falsamente que el suyo es un estado definitivo, funar no engaña a nadie: el escarnio por no hacer los deberes pasará pronto en este mundo digital, como los comentarios en redes. Todos seremos funados, solo es cuestión de tiempo. Aunque quizá habría que recuperar la palabra en toda su profundidad para decir, por ejemplo, que el rey emérito ha sido funado con razón o que es muy retorcido que los jueces utilicen la justicia como funa o que el directivo del hospital que ordenó rechazar pacientes para ganar más dinero y quienes lo permiten están pidiendo funa.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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