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COLUMNA
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Niños ucranios secuestrados

Son miles los adolescentes retenidos en Rusia. Su recuperación obsesiona a su Gobierno

Russian offensive in Ukraine
Jordi Amat

A la arena de las playas de Anapa aún deben llegar peces muertos. Ahora sí que el Mar Negro es un nombre adecuado: en tres semanas se cumplirá el primer aniversario del accidente de dos petroleros que vertieron miles de toneladas de fueloil. A principios del verano Javier G. Cuesta escribió un reportaje sobre ese desastre económico y medioambiental para una localidad que es uno de los destinos preferidos de los rusos para veranear. Aunque nunca ha sido para ellos un lugar tan atractivo como algunas playas del Mediterráneo, en Turquía o Egipto, el desplazamiento no es tan costoso. Las filas de tumbonas, sombrillas verdes, amarillas o naranjas, al fondo los grandes complejos hoteleros y desde el mar, en un parque arbolado, una noria. Es un aspecto setentero, como cuando aquí se desmadró la industria del turismo de playa. También se desarrolló otra complementaria: los campamentos de verano para chavales. Que tu hijo pase unos días allí, ahora que Jersón la han ocupado los rusos, le dijo un vecino de Jersón a Natalia en 2022. Allí fue. Así lo contó la madre en The Guardian. Durante meses su hijo estuvo secuestrado. Ya no. Son miles los niños ucranios que lo están. Su recuperación, como nos contó Cristian Segura, obsesiona a su Gobierno.

Busco información sobre aquellos lugares en la plácida Anapa. Los hay destinados al deporte con pistas de vóley y baloncesto. Algunos tienen toboganes de parque acuático que acaban en piscinas desde las que puede accederse a la playa. Una de las ofertas más curiosas son los campamentos terapéuticos, turismo de balneario para chicos con problemas de salud de todo tipo y además, si el crío es muy pequeño, hay un programa en el que puede acompañarle su madre. Se pueden elegir también por tema: aprender idioma, centrados en la historia, militares. También hay psicológicos que ayudan a quien tenga problemas de incomunicación o aquellos adolescentes que deban ajustar su comportamiento. Esa pedagogía correctiva es la que han recibido algunos de aquellos miles de jóvenes ucranios que son huérfanos de guerra o que han sido separados. El activista Nathaniel Raymond, que lleva meses investigando este episodio espantoso desde el Humanitarian Research Lab de la Universidad de Yale, ha sido contundente en la descripción de lo que está ocurriendo: el mayor secuestro individual desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis trasladaron a niños polacos a Alemania para que aprendiesen alemán. Ahora deportados, reeducados, militarizados y algunos ya soldados rusos.

Este año se ha cumplido un siglo de los primeros campamentos estivales en Anapa. Primero fueron solo 40 niños, tiendas de campaña, sol y baños en el mar. Desde mediados de la década de los sesenta del siglo pasado se fue construyendo toda la infraestructura de campos para la juventud rusa. Ahora hay instalaciones muy atractivas. El conjunto Smena depende del Ministerio de Educación y allí se han realizado actividades de la asociación Yunarmiya: su objetivo es inculcar valores patrióticos (sus abuelos combatieron contra los nazis, ellos combatirán contra los nazis ucranios) y dar formación militar a jóvenes entre 13 y 17 años empleando armas de fuego y lanzallamas. La financia el Ministerio de Defensa, claro. La integran unos 1.800.000 adolescentes, entre los que se cuentan jóvenes ucranios que viven en las regiones ocupadas por Rusia. Si no se suman a la organización, explicaba la BBC, les penalizan académicamente en la escuela y los padres reciben presiones para que sus hijos se apunten. Se ha podido evidenciar que durante tres veranos, jóvenes secuestrados ucranios recibieron en ese campo una formación muy específica: cómo ensamblar drones y otro equipo militar, el que se usa contra su población.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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