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Tribuna
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La guerra en Sudán: el lado más oscuro de la humanidad

Lo que está ocurriendo ahora en el país africano era predecible y no era inevitable, y la comunidad internacional debe abandonar su posición de ignorancia voluntaria

Estoy profundamente afectado por la violencia que desde el 15 de abril de 2023 se extiende por Sudán, un país de una poderosa belleza. Desde el inicio de los combates, cuantas atrocidades han tenido que vivir los habitantes de Jartum, de Jazira, de Sennar, de Kordofan, de Darfur. Lo que más me ha chocado en todo el tiempo que he pasado en la crisis sudanesa es la escala del desastre en marcha. No he encontrado ni un solo sudanés, dentro o fuera del país, que se haya salvado de las consecuencias directas o indirectas del conflicto.

Recuerdo a la gente de Jartum apelotonada en un albergue estudiantil de Puerto Sudán, en mayo de 2023. Las instalaciones no estaban preparadas para refugiar a docenas de familias, y nos contaban que no tenían nada salvo la ropa que llevaban puesta cuando huyeron al estallar los combates en la capital.

Recuerdo a los refugiados huidos de las matanzas de junio y noviembre de 2023 en El Geneina, la capital del Estado de Darfur Occidental, que me encontré cuando, en mayo de 2024, las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, en sus siglas en inglés) empezaron el asedio de El Fasher. Me contaron horribles historias de lo que habían visto con sus propios ojos, de la masacre de miles de sus convecinos. Temían, ya entonces, que el asedio de El Fasher degenerase en acciones similares.

Recuerdo a los aldeanos del Estado de Jazirah que nos contaron la violencia que sufrieron cuando sus poblados fueron brutalmente atacados por las RSF y tuvieron que huir en masa, a finales de octubre de 2024. Respondimos por segunda vez en el plazo de unos meses a una gigantesca epidemia de cólera, consecuencia de refugios superpoblados a los que le faltaban agua limpia y condiciones sanitarias adecuadas.

Recuerdo las urgencias del hospital Al Nao en Omdurmán, el 1 de febrero de 2025, cuando las RSF bombardearon un mercado a pocos kilómetros del hospital, durante las horas de más movimiento. La sala estaba llena de pacientes, vivos y muertos, y en medio de todo personal del ministerio de Sanidad haciendo todo lo posible para salvar vidas y limpiar la sangre desparramada por el suelo.

Recuerdo el shock y la tristeza en las caras de la gente que volvía a Jartum después de Ramadán. Volvían a barrios destruidos por completo tras meses de lucha implacable calle a calle y bombardeos indiscriminados con artillería pesada. Bombardeos aéreos por parte de facciones armadas con el objetivo de destruir al enemigo, en vez de salvaguardar vidas humanas.

Recuerdo a las madres en el ala neonatal del Hospital Universitario de El Geneina, contando los recién nacidos muertos solo durante la semana anterior por las inmensas deficiencias en el sistema sanitario.

La escala de la devastación en Sudán te parte el alma. Todo el tejido social está siendo roto en jirones y la gente está siendo obligada a tomar partido, por la fuerza de las circunstancias. La complejidad de las dinámicas es demasiado larga para explicar en unas cuantas frases, pero lo más importante es entender cuán honda es la herida del pueblo sudanés y cómo sigue profundizándose a una escala alarmante, al ritmo de las horribles noticias que llegan cada día. Las fuerzas en disputa emergen de líneas étnicas que cada bando está explotando para su propio beneficio, como hicieron los poderes coloniales que les precedieron. Las causas de estas fracturas en la sociedad están profundamente arraigadas en el pasado, y las reverberaciones de lo que ocurre hoy será parte de las vidas de las generaciones que nos seguirán.

No podría calificar lo que de lo que somos testigos en Sudán como inhumano, porque este es el primer paso de un proceso de alterización que está en la raíz de la actual situación. Más bien es el lado más oscuro de la humanidad el que está saliendo a la luz en las acciones que se llevan a cabo contra la población civil desde hace 30 meses. Recuerda muchísimo, por desgracia, al genocidio de principios de la década de 2000. La violencia desatada durante ese periodo ya tenía los mismos protagonistas que la de hoy, aunque muchas relaciones y alianzas han cambiado mientras tanto. Por demasiado tiempo, aún mientras escribo, las diferentes fuerzas armadas en Sudán están borrando a los seres humanos, tanto sobre el papel como en sus discursos, para justificar la destrucción física y cultural de comunidades enteras a las que no consideran otra cosa que esclavos y enemigos.

La violencia y la oscuridad, no obstante, no son los únicos ecos del pasado que vivimos hoy. La generosidad, valor y valentía de los sudaneses se refleja en la extensión en muchas formas de sus viejas tradiciones de solidaridad. Las cocinas comunitarias han alimentado a millones de personas por meses e incluso años. Las redes de médicos y las Salas de Respuesta Urgente tratan a cientos de miles de pacientes y salvan un número incontable de vidas. Y este es solo un par de ejemplos del ecosistema de ayuda mutua existente en Sudán. No solo están haciendo un trabajo increíble, son la mayor parte de la ayuda que los sudaneses están recibiendo, sobre todo en áreas donde el Estado y las organizaciones internacionales no han podido entrar durante meses. Quiero prestar un homenaje especial a todos nuestros colegas sudaneses a los que admiro por su compromiso, amor y determinación, que han defendido de forma incansable la parte más brillante de la humanidad a pesar del miedo, la desesperación y la devastación durante los tiempos más oscuros. Es un orgullo y un honor trabajar con ellos.

La ayuda mutua surge de la tradición y la convicción, pero también de la necesidad. Conforme el conflicto ha ido alargándose, las necesidades han ido creciendo en cada vez más partes del país. Armas de potencias extranjeras siguen entrando al país —a pesar de un embargo que debió ser extendido de la región de Darfur a todo el país— y la financiación internacional sigue cayendo a un ritmo constante.

La comunidad humanitaria internacional falló al pueblo sudanés cuando todas las instituciones les abandonaron a su suerte al evacuar a su personal al principio de la guerra. También ha seguido fallándoles al no poder proporcionar ayuda donde más se necesitaba y a la escala necesaria, por falta de liderazgo y cohesión. Mecanismos como Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las organizaciones internacionales y las potencias extranjeras profundamente implicadas directa o indirectamente en el conflicto también han fallado al pueblo sudanés. Pese a la resolución 2.736 del Consejo de Seguridad de la ONU que exigía a las RSF que pusiesen fin al asedio de El Fasher, no se tomaron medidas concretas. En la era de la posverdad en la que vivimos, cada parte beligerante dice defender al pueblo y mantener el derecho internacional humanitario, mientras que los que toman las decisiones aseguran que no tienen los medios para influir en el curso de las acciones. Las declaraciones huecas son gestos vacíos: el pueblo sudanés aún tiene que ver una verdadera voluntad política de materializar el cambio en sus vidas.

Pese a las repetidas advertencias de la historia, de los expertos, de los trabajadores sobre el terreno y de los propios sudaneses, aquellos con el poder de hacer algo en el sistema internacional han fracasado al no evitar la muerte de cientos de miles de personas. Esta guerra no ha sido olvidada inadvertidamente sino, más bien, conscientemente ignorada. Lo que está ocurriendo ahora era predecible y no era inevitable.

La elección es nuestra.

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