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La brújula europea
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La bomba que puede reventar la UE

Le Pen y AfD pueden cortocircuitar el proyecto europeo. Cuestión migratoria, ágora digital y cohesión social son las claves para evitar su éxito, pero estamos lejos de la solución

Andrea Rizzi

La derrota de Geert Wilders en las legislativas holandesas es sin duda motivo de celebración y será oportuno estudiar a fondo sus circunstancias para aprender lecciones y seguir empujando las ultraderechas hacia atrás. Ahora bien, conviene no olvidar cuál es el panorama: las fuerzas nacionalpopulistas encabezan los sondeos en Alemania (AfD, 26%, según la media de sondeos de Politico), Reino Unido (Reform, 29%), Francia (Reagrupamiento Nacional, 34%), Italia (Hermanos de Italia, 31%), Austria (FPÖ, 37%), Bélgica (Vlaams Belang, 24%) o Rumanía (AUR, 34%). Si a ellos se suman otros partidos afines, el conjunto crece. Todos ellos cuentan con aliados extraordinarios en la Casa Blanca y en los imperios tecnológicos.

El diagnóstico, a estas alturas, es bastante claro: un malestar socioeconómico producido por errores del modelo económico que sucedió a la Guerra Fría ha creado un caldo de cultivo propicio para alimentar un fortísimo sentimiento identitario que cristaliza en el rechazo a un fenómeno migratorio que es cada vez más visible en nuestras sociedades. Las fuerzas extremistas propagan habilidosamente ese sentimiento y ese rechazo con narrativas emocionales que discurren por canales digitales, y se presentan como única solución eficaz.

Pero si el diagnóstico está bastante claro, no lo está la cura. El malestar económico sí tiene un remedio evidente en la contención de los instintos depredadores del capitalismo y de la globalización para favorecer la cohesión social. Lo difícil es hallarla para la cuestión migratoria y la cuestión del debate público en el ágora digital. Lo es porque las medidas más eficaces para frenar la inmigración ilegal o la manipulación de las mentes cruzan las líneas rojas de los derechos humanos y la democracia. Diseñar otras que sean a la vez eficaces y conforme a nuestros valores es un reto mayúsculo, todavía irresuelto.

En el primer apartado, Gerald Knaus y la organización que fundó y preside, European Stability Initiative, impulsan el Project Zero, un intento de cuadrar ese círculo: cortar la inmigración ilegal para reducir los argumentos en manos de la ultraderecha pero respetando plenamente los derechos humanos. Se puede estar más o menos de acuerdo con las propuestas, pero es meritorio y crucial el intento de espolear el pensamiento político en esta área, porque el fracaso hasta ahora es redondo, tanto como el éxito de la ultraderecha.

Los conservadores tradicionales, a menudo, parecen replicar argumentos de la ultraderecha tan solo una nota por debajo. El resultado es pésimo, porque legitima esos argumentos sin frenar la sangría entre partidos limítrofes.

En la izquierda el escenario es distinto y plural. Algunos parecen no saber qué hacer y decir, otros hacen o dicen cosas que son munición para los ultras, y otros más, como los socialdemócratas daneses, han abrazado una política tan dura que parece de ultraderecha. Algunos de sus elementos son extremos, difíciles de tragar. No hay que aceptarlos, pero tampoco olvidar que con esa política los socialdemócratas van en cabeza, y la ultraderecha está muy contenida. Los socialdemócratas encabezan ahora los sondeos en todo el arco nórdico. Por lo general han endurecido sus posiciones en esta materia, aunque de forma desigual y nunca tanto como los daneses.

Los socialistas españoles tienen otra posición, mucho más abierta -pero cuentan con la ventaja de la inmigración latinoamericana, muy cercana culturalmente-. Otros líderes progresistas alejados de la socialdemocracia tradicional abrazan posiciones liberales en materia migratoria, y generan cierto entusiasmo. En asuntos socioeconómicos -como la vivienda- el asunto es diferente, pero en el migratorio pesa mucho la duda de si pueden desactivar a la amenaza ultraderechista, o si más bien la galvanizan.

La cuestión es endiabladamente compleja. Lo vital es espolear un debate político más vibrante, abierto y urgente, porque importa casi tanto como aquel que trata de evitar que Ucrania colapse ante la agresión de Putin. Porque es un manantial clave del que bebe una ultraderecha europea muy peligrosa.

En el segundo apartado, el de la distorsión del debate público en la arena digital, el balance no es mucho mejor, y el asunto es igual de amenazante. La UE aprobó normas relevantes en la anterior legislatura, y de momento ha resistido a las presiones de Washington para ablandarlas. Bien, pero no basta. La intoxicación mental sigue, y frenarla sin abrazar mecanismos de censura, prohibiciones, expropiaciones es un reto mayúsculo. Urge seguir imaginando soluciones, y la sensación es que el debate languidece aún más que el migratorio. Faltan ideas.

Ahí están los nervios que transmiten el impulso ultraderechista. Hay que desactivarlos, esa es la única garantía. Su propia ineptitud y extravagancia pueden ayudar a desalojar del poder a los ultraderechistas, como ha ocurrido en el caso de Wilders, y en algún otro antes. Pero obviamente esta no es una solución, porque a veces vuelven —Donald Trump—, a veces consiguen eternizarse destruyendo la democracia que permite la alternancia —Viktor Orbán—, a veces metamorfosean camaleónicos para cabalgar la ola —Giorgia Meloni, con grandes posibilidades de repetir—.

Es fundamental, como adecuadamente apunta Knaus, aprovechar ahora la ventana de oportunidad antes de que llegue el próximo gran ciclo electoral. En teoría, presidenciales habrá francesas en 2027 y legislativas europeas y alemanas en 2029. En la práctica, alguna podría ser antes. Hay que conseguir avanzar en esas cuestiones ahora. Ahí -en el eje que pasa por cohesión social, cuestión migratoria y debate en la arena digital- está la clave para evitar que Le Pen y AfD lleguen al poder, y que la Eurocámara no tenga una mayoría europeísta funcional. Ese escenario sería una bomba con capacidad de volar el proyecto europeo común. Pero, atención: desactivarla aparcando nuestros valores sería el estallido de otra bomba, menos visible, pero también terrible.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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