Un año, y la memoria intacta
Querer saber no es azuzar la polémica ni la confrontación, sino la primera señal de respeto a quienes perdieron a sus familias y lo perdieron todo


Serán imposibles de olvidar los ruidos de aquella noche y de las noches que siguieron. Serán imposibles de olvidar el frío, los crujidos y el silencio cuando se fue la luz y tantos vecinos quedaron a la intemperie, a salvo en lugares que no sabían si eran seguros. Serán imposibles de olvidar el espanto y el miedo, la impotencia por no poder escapar o por no poder salir a ayudar; la angustia por si los amigos que no aparecían estaban bien o no lo estaban; la búsqueda desesperada. Quedarán para siempre las horas pendientes de un teléfono por si alguien que no daba señales respondía con un wasap, con un mensaje: con lo que fuera.
Será imposible de olvidar la solidaridad que supo improvisar la manera de organizarse, y la ayuda que llegó de todas parte, con gentes y coches y camiones que procedían de todas las provincias. Y los médicos y los policías y los militares y tantos voluntarios que se dejaron en Valencia lo mejor de sí mismos.
Serán imposibles de olvidar el barro y el olor, que a días todavía parecen resistir en el mismo sitio, como si se hubieran incrustado antes en la memoria que en el asfalto. Algunas heridas no cerrarán nunca, y ahora se vuelve a ver que es mentira que el tiempo ponga siempre las cosas en su sitio y que el tiempo todo lo cure. Aquí estamos, un año después, mientras la vida trata de abrirse camino, pero con la memoria intacta: sin olvidar ni un poco las sensaciones que ahora regresan a las noticias por este aniversario y que, sin embargo, hace tiempo que alargan las noches de quienes no lo olvidarán nunca.
Será imposible olvidar, y por eso hacen falta los detalles, minuto a minuto, de lo que sucedió aquel 29 de octubre. Porque querer saber no es azuzar la polémica ni la confrontación, sino la primera señal de respeto a quienes perdieron a sus familias y lo perdieron todo, a quienes renacieron o se rehicieron, pero para quienes las cosas no serán nunca lo que fueron. Se diría que eso es lo fundamental: el respeto, y la manera más directa de llegar a él consiste en contar la verdad sin enredos ni versiones. Consiste, seguramente, en no engañarse a uno mismo.
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