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Columna
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Abuelos compartidos

Recuperar los cadáveres de las víctimas del franquismo tras décadas enterrados en cualquier lugar no supone reabrir heridas, sino cerrarlas

Pilar Mera

El 28 de octubre de 2000 fue un día histórico en el pequeño pueblo leonés de Priaranza del Bierzo. Aquel sábado, terminaron las labores de exhumación de una fosa común situada en una pequeña parcela en la entrada de la localidad. Era la primera realizada con métodos científicos, apoyada en el cruce de disciplinas que sostiene hoy cualquier exhumación: la historia, la arqueología, la antropología y la genética. De aquella chispa prendió una hoguera que todavía arde, la de la memoria. Como recuerda una placa conmemorativa, esta exhumación “rompió el silencio sobre miles de desaparecidos y dio lugar al nacimiento de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica”.

25 años después, en un momento donde el blanqueamiento de la dictadura es paralelo al auge de la extrema derecha, merece la pena recordar este hito y el impresionante movimiento que desencadenó. Porque recuperar los cadáveres tras décadas enterrados en cualquier lugar, lejos de sus familias, y reivindicar su dignidad y su recuerdo, no supone reabrir heridas, sino cerrarlas. Y continuar con esta labor en la larga lista de fosas todavía pendientes, aunque llegue tarde, contribuye a construir democracia.

25 años después y apenas a un mes de los 50 años de la muerte de Franco, también merece la pena recordar las exhumaciones tempranas. A su historia, valiente y emocionante, se asomaba hace unos días RTVE con su corto documental A flor de tierra. Mediante imágenes de archivo y testimonios actuales, nos cuenta cómo se desarrolló este primer ciclo de exhumaciones entre 1978 y 1980 gracias al empuje de las familias, que a menudo realizaron los trabajos con sus propias manos. En un tiempo en el que identificar por ADN era ciencia ficción, los detalles resultaban claves. Las personas desaparecidas eran reconocidas por heridas, operaciones, malformaciones en los huesos o en la dentadura, por los objetos o la vestimenta que llevaban...

Aunque no siempre fue posible. A veces, no había información suficiente para localizar la fosa. Otras, la encontraron vacía, pues se habían llevado los restos de sus familiares al Valle de los Caídos. A menudo, resultó imposible identificar a nadie. Entonces, los entierros se realizaban en panteones colectivos, con presencia de todas las familias y un respeto y un sentimiento común. Como recordaba una protagonista, todos los muertos eran tu abuelo.

Ojalá ese sentimiento calase hondo en 2025 para construir el futuro desde la dignidad de estos abuelos compartidos.

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