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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Punto y aparte en Oriente Próximo

El intercambio de cautivos israelíes y palestinos es el primer avance concreto hacia una hipotética paz sin una hoja de ruta clara

El País

Por primera vez, las imágenes de personas llorando que llegaron ayer desde Oriente Próximo tenían un significado diametralmente opuesto a las que desgraciadamente el mundo ha estado observando a diario en los últimos dos años. Desde Ramallah o Rafah, en Palestina, o Tel Aviv, en Israel, madres, hermanos y amigos festejaban emocionados el retorno de sus seres queridos tras años sin verlos. Los 20 rehenes que quedaban vivos en Gaza de los 251 que Hamás secuestró el 7 de octubre de 2023 fueron entregados a sus familias. Israel puso en libertad a unos 2.000 presos palestinos, algunos de los cuales llevaban décadas en cárceles israelíes. Los camiones de ayuda humanitaria entraron en Gaza.

Se concreta así un avance tangible al fin que abre un nuevo capítulo hacia una resolución a largo plazo de la despiadada ofensiva militar israelí contra la Franja de Gaza. La jornada culminó con una cumbre en la localidad egipcia de Sharm el Sheij, a la que asistieron líderes de todo el mundo en una extraña escenificación ajena a cualquier convención diplomática para arropar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en su celebración particular del acuerdo. La retórica y la escenografía trumpianas durante la histórica jornada no deben distraer de la realidad de que se trata apenas de un primer paso, aunque importante e imprescindible, de una senda muy complicada porque gira en torno a un conflicto que ha sacudido Oriente Próximo.

No se puede pasar página sin más de lo que ha sucedido. Al menos otros 60 cadáveres de civiles fueron recuperados ayer entre los escombros de una Gaza completamente arrasada, elevando la lista de palestinos víctimas del Ejército israelí a 67.869 muertos y al menos 170.105 heridos. A su vez, 28 familias israelíes tenían la confirmación de que sus seres queridos no volverían vivos. Mientras, en el Parlamento israelí y ante un Donald Trump agasajado en una ceremonia hiperbólica, el primer ministro israelí se jactaba de haber cumplido los objetivos de la guerra que el mismo declaró. De nuevo, faltó a la verdad. Ni su ejército ha liberado a los rehenes, ni ha destruido a Hamás, ni se vislumbra un futuro viable para Gaza en las actuales condiciones de destrucción casi completa.

La jornada permitió intuir algunas líneas que condicionarán ese futuro. Por ejemplo, frente a los legisladores israelíes, Trump abrió la puerta a la colaboración con Irán, un comentario que, si bien proviene de un líder imprevisible, revela una ambición. Igualmente, el daño que Netanyahu le ha causado a Israel ha sido inmenso. Su país está más aislado que nunca. Lo único que separa al primer ministro israelí de rendir cuentas por los crímenes cometidos en Gaza es el apoyo incondicional de EE UU, escenificado ayer sin reservas por Trump en Jerusalén. Lejos de mostrar el más mínimo remordimiento, el líder ultraderechista israelí confirmó su ambición de quedar como un héroe para su país.

Sobre el terreno, los siguientes pasos son inciertos. No hay condiciones concretas para el desarme de Hamás, ni para la retirada del ejército israelí. No hay directrices para el supuesto gobierno tecnocrático. Tras el eslogan “paz en Oriente Próximo”, se abre en realidad un periodo de incertidumbre, presiones, cálculos políticos y geometrías de poder que hacen muy arriesgado cualquier vaticinio salvo el deseo de que las armas no vuelvan a ser utilizadas. Lo único concreto, que debe ser celebrado, es el intercambio de cautivos.

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