Clarificar el futuro del coche eléctrico
La transición ecológica debe ser socialmente justa e incluir la protección de los sectores clave, pero no puede detenerse


Los grandes fabricantes europeos de automóviles han anunciado en las últimas semanas retrasos en sus objetivos de producción del coche eléctrico y han aplazado el lanzamiento de nuevos modelos (además de mantener opciones híbridas e incluso de combustión más allá de lo inicialmente previsto). Las automovilísticas lo justifican en unas ventas más bajas de lo planeado y en los numerosos obstáculos económicos, regulatorios y competitivos que afrontan.
Sin embargo, la apuesta por la electrificación del transporte es ahora tanto o más urgente que cuando la Comisión Europea anunció hace cuatro años el veto a los vehículos de combustión para 2035. El coche eléctrico es, hoy más si cabe, una necesidad medioambiental ante la que no se puede dar marcha atrás. Cierto es que quizás la Comisión se fijó unos objetivos cuya ambición exigía que todos los actores implicados remarán en el mismo sentido. No ha sido así. Por un lado, los incentivos, la fiscalidad y las infraestructuras no están armonizadas entre los países y el Ejecutivo comunitario; por otro, la creciente presencia de partidos que niegan el cambio climático en los distintos Parlamentos dificulta aún más la transición.
Cabría esperar que un calendario de electrificación del automóvil tan exigente como el que estableció la UE fuera acompañado de un decidido despliegue de puntos de recarga por todo el territorio comunitario o de una profunda transformación de la industria auxiliar para dar servicio a productores y consumidores, así como una verdadera apuesta por la fabricación de baterías eléctricas en el continente, ahora incapaz de competir con China. Tampoco la industria está exenta de responsabilidad. Su resistencia inicial a la electrificación y la falta de inversión temprana le ha hecho perder un tiempo precioso en términos de competitividad. Los titubeos regulatorios de Bruselas no contribuyen a dar confianza a los consumidores, que apuestan por el coche de segunda mano a la espera de que se aclare la situación. Solo en España, por cada vehículo nuevo vendido en 2024 se vendieron 2,1 coches usados. La tendencia es similar en el resto de Europa.
Es lógico que haya inquietud por la debilidad de una industria responsable de 2,4 millones de empleos directos y un 7% del PIB del continente. Poner en riesgo esos puestos de trabajo solo agudizaría el malestar social y el auge de los partidos populistas. Por eso es más importante aún pedir realismo y valentía a las autoridades comunitarias para mantener vivo el proceso de modernización.
Bruselas acaba de adoptar medidas para proteger la industria del aluminio y del acero de la sobreproducción china: lo mismo puede hacer con un sector económica y socialmente clave para el continente. El factor chino juega un papel preponderante también en el sector del automóvil, y convendría que la Comisión definiera una estrategia clara al respecto, y que esta contara con el respaldo y la continuidad de los Veintisiete. Lo que no es admisible es dar marcha atrás en la apuesta por la electrificación del transporte, fundamental en la lucha contra el cambio climático.
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