Demagogia sobre Gaza
Resulta inadmisible que el exvicepresidente de la Comisión acuse a Israel de genocidio y de utilizar el hambre como arma de guerra

El artículo de Josep Borrell ¡Dejemos de ser cómplices del genocidio en Gaza!, publicado por EL PAÍS el 1 de agosto, es un ejercicio que no podemos dejar pasar sin una respuesta clara y contundente. Resulta sorprendente y preocupante que quien ha ocupado durante años uno de los cargos más relevantes de la diplomacia europea insista en repetir consignas simplistas que no solo distorsionan la realidad, sino que también abonan el terreno a la propaganda de regímenes autoritarios y organizaciones terroristas.
El ex alto representante de la UE para Asuntos Exteriores reclama hoy con vehemencia medidas que en los últimos dos años fue absolutamente incapaz de implementar desde su puesto. ¿Dónde estaban esas sanciones, esos bloqueos y esas condenas cuando él tenía la capacidad de proponerlas y negociarlas en las instancias comunitarias? Resulta fácil ahora, desde la comodidad de la tribuna periodística, arremeter contra gobiernos democráticos y exigir acciones que, bajo su liderazgo, no consiguió movilizar.
En su artículo, Borrell realiza una comparación profundamente irresponsable y falaz entre la respuesta de la UE a la invasión rusa de Ucrania y la reacción frente a la legítima defensa de Israel ante el terrorismo de Hamás. Confunde churras con merinas: no estamos ante un conflicto entre dos Estados soberanos, sino ante la defensa de un Estado democrático frente a la agresión brutal de un grupo terrorista que el 7 de octubre de 2023 perpetró la masacre más sangrienta contra ciudadanos israelíes y no israelíes desde la Shoá, asesinando a 1.200 personas y secuestrando a 251. Ignorar esta diferencia esencial es un acto de mala fe política.
Además, resulta inadmisible que acuse al Estado de Israel de genocidio y de utilizar el hambre como arma de guerra, afirmaciones gravísimas que carecen de fundamento y cuya calificación jurídica corresponde exclusivamente al Tribunal Penal Internacional, no a las valoraciones personales de Borrell ni a las de quienes buscan reescribir los hechos para favorecer su narrativa. Lanzar acusaciones de tal magnitud sin la debida base jurídica es una temeridad que solo alimenta la retórica de quienes buscan deslegitimar a Israel.
El objetivo de Israel y de sus Fuerzas de Defensa es claro: erradicar la amenaza existencial que representan Hamás, Hezbolá y su patrocinador, el régimen teocrático de Irán. Esta no es una guerra de conquista ni de exterminio, como el artículo insinúa, sino una operación de autodefensa frente a organizaciones cuyo único propósito declarado es la destrucción del Estado de Israel y el asesinato indiscriminado de sus ciudadanos.
Curiosamente, el encendido alegato no menciona ni una sola vez la primera de las condiciones necesarias para detener este conflicto: la liberación inmediata de los rehenes, vivos y muertos, y la rendición incondicional de las armas por parte de Hamás. Su silencio al respecto es, como mínimo, revelador.
De igual modo, Borrell habla de Estados Unidos, de Trump, de la Unión Europea, pero convenientemente olvida mencionar a los Estados árabes de la región, que han optado por la vía de la cooperación económica y la paz con Israel, siguiendo el camino trazado por los Acuerdos de Abraham. Estos países sí han entendido que el futuro de la región pasa por la colaboración, la estabilidad y la prosperidad, y no por perpetuar conflictos al servicio de intereses ideológicos ajenos.
Este artículo no solo es un ejercicio de oportunismo político, sino también una muestra de cómo la retórica vacía y el maniqueísmo pueden hacer un flaco favor a la Unión Europea y a su papel en el mundo. La UE ha perdido influencia en Oriente Próximo precisamente por adoptar posturas como la de Borrell: incoherentes, ineficaces y carentes de visión estratégica.
Ahora, en un ejercicio que solo puede calificarse de irresponsable, el exvicepresidente de la Comisión Europea se presta a ser altavoz de la propaganda de regímenes corruptos y teocráticos que buscan desestabilizar la región y socavar a las democracias occidentales. Le guste o no a Borrell, Israel no solo lucha por su supervivencia: está conteniendo a quienes representan la amenaza más grave para los valores que, al menos en teoría, el ex alto representante ha jurado defender.
El camino hacia la paz no se construye desde las tribunas ideológicas. Se construye desde la verdad, la responsabilidad y el reconocimiento de que la defensa frente al terrorismo es un derecho inalienable de todo Estado democrático.
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