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Columna
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Ni caos, ni grandeza

A lo largo y ancho de Europa nos costaría encontrar personas que piensen que los servicios públicos de su país son mejores hoy que hace 15 años

Sala de espera de Urgencias del Hospital Universitario de La Princesa, en Madrid.
Víctor Lapuente

El problema no es estar mal, sino estar peor. Es la sensación que recorre Europa occidental. De Berlín a Finisterre y de Manchester a Atenas nos costaría encontrar personas que piensen que los servicios públicos de su país son mejores hoy que hace 15 años.

En cada nación, la decadencia de lo público se pinta de un color distinto. En Reino Unido son los socavones en las carreteras y los deteriorados equipamientos públicos y bibliotecas. En los países nórdicos, los barrios donde campan a sus anchas las bandas criminales. Y, en muchos lugares, las crecientes colas en la sanidad.

En España, cada comunidad autónoma carga su propia cruz, pero hay una compartida sensación de desencanto. Según Metroscopia, tres de cada cuatro personas consideran que, en general, las cosas en España no están funcionando de manera adecuada. Esta opinión está condicionada por la ideología, de manera que los críticos con el devenir del país son los votantes de Vox (el 99%) y del PP (96%), pero son mayoría también entre los nacionalistas (63%) e incluso socialistas (52%). En particular, seis de cada diez españoles creen que las administraciones públicas funcionan mal. Ídem con el servicio de trenes. Y, a medida que lo público pierde crédito, lo gana lo privado. Las grandes empresas gozan hoy de gran popularidad.

¿Por qué, a pesar del buen desempeño de la economía española, la ciudadanía está perdiendo la confianza en lo que es de todos? Posiblemente es un efecto acumulado de, por un lado, una experiencia de mayor dificultad para acceder a servicios básicos (en particular, la sanidad); y, por otro, una percepción de desastres colectivos, como los obscenos casos de corrupción que vuelven a salpicar la vida pública y la sensación de incapacidad que tienen nuestras administraciones para anticipar contingencias, meteorológicas, eléctricas o ferroviarias. Parece que en los últimos meses hemos sufrido incidencias de dimensiones impropias de un país avanzado.

España no es el caos, como denuncia la derecha, pero tampoco extraordinaria, como defiende el Gobierno. Es incauto agitar el fantasma del desorden, que solo beneficia a la extrema derecha. Un caso reciente fueron las elecciones locales en Reino Unido de hace tres meses, donde los populistas de Nigel Farage humillaron a tories y a laboristas a lomos de una sensación de decadencia de los servicios públicos que se ha instalado en grandes capas de la población. Pero la inacción no es una posibilidad. O tenemos unos servicios públicos de calidad o caemos en la ley de la selva.

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