En defensa del PSOE y de Pedro Sánchez
Por lo que sé del secretario general del partido socialista y presidente del Gobierno, creo que merece la confianza del país y la mía propia

Me considero librepensador. Nunca acepté imposiciones ni decisiones que se apartaran de la deliberación racional, de los principios que inspiran el partido al que pertenezco (PSOE) o los compromisos programáticos que figuran en sus programas electorales.
Soy un simple militante de base, sin cargo orgánico alguno, tras una larga vida dedicada al servicio público. Diputado durante 33 años, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso en 2000, miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE durante 12 años y ministro de Trabajo y Asuntos Sociales en 2004.
Abandoné la vida pública en 2015, reingresando en mi puesto de trabajo como secretario del Ayuntamiento de Ávila, donde ejerzo mis funciones. Nada quiero y a nada aspiro, salvo, claro está, el respeto de los míos por la coherencia con que me he conducido en ese trayecto (otra cosa son los aciertos o los errores).
Creo en la alternancia, esencial en una sociedad democrática madura. Pero esta se obtiene construyendo y no destruyendo, sirviendo al país cuando estás en la oposición del mismo modo que lo harías desde el Gobierno. Es lamentable que la oposición actual no cumpla, ni de lejos, ese patrón.
Mi partido goza de una enorme democracia interna. No voté a Pedro Sánchez ni en las primarias de 2014 (apoyé a Eduardo Madina), ni en las de 2017 (mi voto fue para Susana Díaz); pero respeté los resultados de las mismas. Y como digo lo que pienso y pienso lo que digo, siempre me he comportado del mismo modo: juzgando a las personas por sus acciones. Y de ese juicio, que creo ecuánime e imparcial, concluyo que Pedro Sánchez merece la confianza del país, y la mía propia.
Del trato que he mantenido con él, en el plano personal, en el pasado, concluyo que es una persona honesta, rigurosa en su trabajo y con una sólida preparación. De una ambición limpia, acreditada en el modo en que obtuvo primero el apoyo de los militantes socialistas y luego el de la mayoría del Parlamento.
El mismo juicio positivo merece su gestión como presidente del Gobierno de España. No comparto todas las decisiones de su Gobierno (las menos, varias de ellas fruto de los equilibrios que exige un Gobierno que no dispone de mayoría suficiente y debe alcanzar acuerdos de coalición), pero sí las más relevantes.
Todo responsable público debe aspirar a unir, y no a desunir. A tender puentes, y no a separar orillas. Nadie podrá negar cómo ha mejorado la convivencia entre catalanes y entre estos y el resto de los españoles. Hoy, la sociedad catalana no está de salida, bien al contrario, muestra mayoritariamente su deseo de seguir perteneciendo a la comunidad que se llama España. Preside un Gobierno con buenos resultados económicos: el mayor número de ocupados de la historia, los mejores datos de crecimiento económico de la Unión Europea, una corrección de las desigualdades. El Fondo Monetario Internacional prevé que este año España superará a Corea del Sur en PIB per capita, cuando ese país está considerado como parte del milagro asiático de crecimiento y bienestar. Desde luego, aún tenemos serios problemas económicos y sociales, que serían mayores con las políticas que pregona la oposición. ¿Se imaginan lo que ocurriría si estos resultados se produjeran bajo un Gobierno conservador en España? El sonido atronador de las trompetas de Jericó y los gritos de sus soldados dañarían irremediablemente y para siempre nuestros tímpanos.
Un número considerable de medidas (el escudo social), protege a los más necesitados, las prestaciones por ingresos mínimos (a pesar de los problemas en su tramitación), alcanzan a la inmensa mayoría de quienes las necesitan; se han mejorado las prestaciones por desempleo y se aprobó un plan de choque en 2021 para recuperar ayudas y coberturas en relación con la ley de dependencia después de los severos recortes de los gobiernos conservadores del señor Rajoy, plan que, por sí mismo, justifica toda una legislatura. Se ha consolidado nuestro sistema de Seguridad Social, garantizando que las pensiones no pierdan poder adquisitivo, incluso ganándolo. Para ello ha sido preciso derogar el llamado factor de sostenibilidad y los criterios de revalorización (0,25% anual) que impuso el anterior Gobierno del PP, que, de haberse mantenido, hubieran provocado un severo recorte de las prestaciones de nuestros mayores.
España gana, día a día, peso en el concierto internacional. Influimos y se nos escucha. La digna y humanitaria posición española se abre camino en la Unión Europea frente al genocidio que el Gobierno de Israel (no el Estado, pues no todos los israelíes comparten las decisiones de Benjamín Netanyahu) está cometiendo contra el pueblo palestino. No me queda duda: millones de personas comparten las decisiones y el liderazgo que nuestro presidente está ejerciendo. La política se hace con decisiones y virtudes, y también con sentimientos. Y estos están con quien defiende la vida de los inocentes borrados de la faz de la tierra.
Tenemos problemas de otro orden, claro está, en relación con la condición humana y la corrupción. El último caso conocido exige una respuesta firme y contundente. Es evidente que las cosas están difíciles, pero me pregunto: ¿cuándo no lo han estado en España para la izquierda? Este es un país poblado por estamentos y corporaciones de orientación conservadora que siempre obstaculizan la acción de un Gobierno progresista. Por eso, la mejor respuesta es la lucha (democrática y con respeto a las instituciones), que es la vía elegida por el presidente. El PSOE no es propiedad de sus militantes, sino patrimonio de la sociedad española, del que unos cuantos corruptos (pues lo han reconocido) no pueden privar.
A la espera de lo que determinen los tribunales, este caso (llamado Koldo, o Cerdán, o como se quiera) demuestra un talante ético inaceptable para cualquier socialista. Eso basta para su expulsión de nuestras filas. En cuanto a la responsabilidad penal, la justicia la determinará. En todo caso, los hechos hasta ahora conocidos demuestran más bien el correcto funcionamiento de nuestro sistema de contratación pública, al amparo de la Ley de Contratos del Sector Público, basada en directivas europeas. Una ley completa, rigurosa, exigente, con respeto a la transparencia. Presido la Mesa de Contratación de un ayuntamiento de 60.000 habitantes, con unas 80 licitaciones anuales y puedo asegurar que el fraude es, si no imposible, casi. Los mecanismos de control, la publicidad del proceso, la publicación de todas las actas, la existencia de tribunales de recursos contractuales, ágiles y poco formalistas y, sobre todo, la legitimación para recurrir de todos los licitadores que se presentan a estos procesos, arrojan unas garantías muy notables.
Si lo que conocemos se adecua a la realidad, y teniendo en cuenta la actitud de los presuntos comisionistas, algunos de los cuales no se han privado en proclamar que necesitaban mucho más dinero (José Luis Ábalos dixit) que el que proporcionaba su remuneración legal, y el empeño que habrán puesto en obtener, se supone, el máximo posible (ocupando un ministerio inversor por excelencia), parece que la mordida de 620.000 euros en comisiones (y una deuda, según ellos, de 400.000) resulta una escasa cantidad en relación con los volúmenes de contratación, lo que demuestra la solidez de las instituciones y sus mecanismos de control. En todo caso, caiga todo el peso de la ley sobre quienes así se comportan.
Y tome el Gobierno todas las medidas precisas para que así sea, en el campo de la regeneración democrática, de la agenda social y reformista que le ha caracterizado, renueve un acuerdo de confianza con los socios parlamentarios que hasta ahora lo han apoyado, porque para la sociedad española sin duda será mejor alternativa que la que representa el actual PP y su socio Vox. Y, si mi criterio sirve de algo, rodéese el presidente de muchas más mujeres en los principales puestos de responsabilidad. En la triste geografía española de la corrupción, los protagonistas fueron siempre hombres, con escasísimas excepciones, lo que unido al talento, capacidad de trabajo y determinación de estas, resultarán la mejor solución para nuestros males.
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