La inane Europa dividida
El persistente sonambulismo del pequeño interés nacional y el creciente delirio del nacionalpopulismo nos restan capacidad de influir y hasta protegernos, sea en Gaza, en Irán o en la OTAN


El oleaje global es pavoroso. Divididos, los europeos estamos a la merced de las corrientes sin capacidad de influir en los acontecimientos y, en algunos casos, hasta de protegernos a nosotros mismos. Incluso unidos será difícil conseguirlo, pero la realidad nos recuerda con crudeza que, separados, estamos perdidos.
Las divergencias entre miembros de la UE han impedido hasta ahora cualquier mínimo atisbo de influencia ante el horror que Israel está sembrando en Gaza. La UE en ningún caso podría haber tenido la misma influencia que EEUU sobre el Gobierno israelí. Pero es su primer socio comercial y un referente democrático, y podría haber adoptado medidas de peso, que no habrían pasado inadvertidas. Ahora, un informe del servicio Exterior de la UE concluye que Israel está violando derechos humanos, y tal vez se acabe haciendo lo que se podría haber hecho mucho antes. La fragmentación impidió que pudiéramos ejercer antes una necesaria presión que podríamos haber aplicado como bloque.
Otro gravísimo caso de fragmentación europea es la incapacidad de articular una posición común de cara a la próxima cumbre de la OTAN. Compartimos el objetivo común de reducir la dependencia defensiva de Europa, pero no tenemos una estrategia común acerca de cómo lograrlo. Así, ante la cumbre, no se ha desarrollado un eficaz debate que previo pudiese postular una posición consensuada de Europa (más Canadá) ante las embestidas de EEUU, o al menos de un grupo amplio de países con criterio similar. Algunos han considerado conveniente adherirse a la hiperbólica exigencia del 5% de PIB invertido en Defensa. Otros, aunque perplejos, se han callado. España es la única que, de momento, ha vocalizado su discrepancia.
Sus argumentos son en gran medida racionales. Es cierto que un salto ingente -aunque realmente en Defensa pura el objetivo es 3,5%, menos del 5% que se ondea como bandera por un lado y el otro- en un tiempo relativamente corto podría no ser productivo, o hasta resultar contraproducente, por ejemplo profundizando la fragmentación y dependencia de armamento exterior disponible en el mercado, abultando la deuda, provocando malestar con recortes sociales. Es cierto además que idealmente el debate debería centrarse primero en lo que necesitamos.
Pero el planteamiento español adolece de graves problemas. El primero es que quien lo abandera es el mayor incumplidor de objetivos previos, siendo el último de la alianza en gasto militar sobre PIB -y siendo además país receptor de abundante solidaridad de otros europeos, primero con fondos de convergencia, luego pandémico-. El segundo y más grave problema es el haber lanzado el pulso en solitario, en vez de con una nutrida coalición. Además, el olor a oportunidad política para recuperar un poco de popularidad en medio de un descalabro interno no ayuda a escala internacional.
Ojalá, a pesar de todo, esta acción logre conformar in extremis un núcleo negociador que reconduzca el consenso hacia términos más razonables. Someterse a las voluntades de un Trump que nos golpea en múltiples frente sin negociar es un error. Pero hacerlo de forma improvisada o desesperada no es un acierto. Si no se lograra reconducir el consenso, reventar la cumbre o quedarse solos al margen sería tal vez un chute en política interna, pero un nefasto resultado en clave europea. El despedazamiento de la OTAN es un asunto muy serio.
En la cuestión iraní, también se nos ve descoyuntados. Alemania, Francia y el Reino Unido han ofrecido un apoyo explícito al ataque de Israel. Los demás se manifestaron por lo general pidiendo contención. Ahora, precisamente aquellos tres, junto con la representante de Exteriores de la UE, han dado un apreciable paso para promover una salida diplomática al conflicto desatado por el ataque de Israel a Irán. El respaldo de esas capitales a la acción israelí es criticable, pero es positiva su confluencia en buscar contener la violencia por la vía política. Aun así, aun unidos, su capacidad de influencia real se antoja muy limitada. Ojalá la realidad lo desmienta, y desde luego eso es lo que hay que hacer: confluir en una voz común en el mundo.
El patrón es igual en tantas políticas y sectores. Si no culminamos el mercado común en el ámbito financiero, no evitaremos la salida de ahorros hacia EEUU, y por tanto la pérdida de capitales necesarios para impulsar nuestro tejido empresarial o nuestro progreso tecnológico. Si no permanecemos unidos ante China -buscando pequeñas oportunidades individuales, como a menudo parece ocurrir- tenemos todas las de perder.
A contrario sensu, la política comercial común nos ofrece considerables bazas para luchar en un mundo bestial, sea contra la embestida trumpista, o contra la inundación de vehículos eléctricos chinos producidos con ayudas de Estado descomunales.
El camino es evidente para cualquier europeo que quiera mirar. Pero el persistente sonambulismo del pequeño interés nacional -y el creciente delirio del nacionalpopulismo- nos frenan. Así nos va. Bastante mal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
