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Columna
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La mejor profe del mundo

El verdadero regalo que se puede hacer a los maestros de nuestros hijos es un reconocimiento sincero que no se compra en Amazon

Niños de primaria en el primer día de curso de un colegio de Logroño, el pasado septiembre.
Ana Iris Simón

Quizá hoy debería escribir sobre la pandilla del Peugeot; igual ustedes esperaban o merecían una columna sobre los latrocinios del PSOE. Aunque no haya nada nuevo bajo el sol en que nuestra casta política turnista nos robe, siempre parecen superarse a sí mismos e ir un paso más allá en soberbia, chabacanería y sensación de impunidad. Pero me van a tener que perdonar, porque esta semana hay otro asunto clave que, a los que somos padres, nos tiene soliviantados: los regalos de fin de curso de los profesores.

Si no tienen retoños en edad escolar puede que esto les suene a chino, porque a los profesores no se les solían hacer regalos de fin de curso, o no al menos de manera sistemática. A algún afortunado le caía un detallito —una manualidad, quizá un ramo de flores si acababa el ciclo—. Pero, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda que las madres de la clase recauden dinero para agasajar al maestro de sus hijos con presentes de lo más variopinto. Y digo las madres porque jamás he visto a un padre participar de esto, cosa que igual no habla mal de ellos sino todo lo contrario.

Todo empieza con un “¿Le vamos a regalar algo a (inserte aquí el nombre del maestro)?” en el grupo de WhatsApp. Suele ser autoría de la madre con más tiempo libre, de la más detallista o de la más bienqueda, aunque a veces todo esto coincide. Es una pregunta retórica: esa madre sabe que su pregunta es en realidad una imposición. Que nadie va a responder con un no. Que, a lo sumo, algunos se harán los longuis.

Cuando recibe la aprobación del resto, la madre con más tiempo libre o alguna otra manda una propuesta, que con frecuencia incluye algún regalo personalizado: una camiseta, una taza o un bolso en el que se lee “la mejor profe”. Es una opción aparentemente movida por la búsqueda de la originalidad, pero lo que hay detrás es en realidad egolatría: la creencia de que el hijo propio es el único niño del mundo. De que antes que él no hubo otros niños con otros padres que también le regalaron a la profesora la puñetera taza, o el bolso o la camiseta de “la mejor profe”. Calculo que, al final de su carrera, un docente promedio podría llegar a acumular casi un centenar de objetos con ese texto, a los que se añaden pósters con manos de niños estampadas o diplomas a la seño del año escritos con la tipografía de Mr. Wonderful. Incluso hay quien va más allá: leía en X a un usuario escandalizado porque alguien había propuesto regalarle al tutor una funda para el nórdico con las caras de los críos estampadas. Recibir cada fin de curso presentes como estos y tener que fingir ilusión no está pagado. Ni siquiera con dos meses de vacaciones.

El caso es que, si en el grupo hay algún valiente, propone una alternativa. He llegado a saber de maestros agasajados con jamones, y entre los presentes más comunes están las sesiones de masaje y spa. Pero este año fui testigo de una heroicidad. Una gesta que bien merece una columna, incluso en la semana en la que sabemos que el PSOE podría haber acogido en su seno una organización criminal: una madre planteó que por qué tantos regalos. Que si no bastaba con un detalle o incluso con un agradecimiento sincero. La mayoría, silenciosa hasta entonces, tuvo que darle la razón. No porque nos pesaran los diez euros —que hay a quien sí le pesan porque no llega a fin de mes— para un reconocimiento que sin duda las profesoras de nuestros hijos merecen. Sino porque les estamos enseñando que el agradecimiento se compra en Amazon. Que pasa solo y siempre por lo material. Y que es un trámite más que un gesto genuino.

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Sobre la firma

Ana Iris Simón
Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.
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