La maldición de tener el nombre más común del planeta
Mohamed, el apelativo más usado en el mundo, puede ser castigado con menos oportunidades sociales en España


Uno de los dichos recurrentes de internet es que todo son ventajas cuando el nombre de tus padres aparece con link azul en la Wikipedia. A estas alturas, a nadie le sorprenderá saber que los apellidos determinan nuestro destino tanto como el código postal en el que nos criamos. Pero poco se habla del impacto del nombre propio en nuestra prosperidad dentro del sistema. Especialmente cuando el apelativo más usado en el mundo puede ser castigado con menos oportunidades en nuestro territorio. Es lo que está pasando en España con Mohamed, el nombre propio más común del planeta —se llaman así más de 150 millones de personas en el mundo—, el que ocupa el puesto 60 en el censo nacional, según datos del INE, con 75.962 personas censadas con ese nombre en 2024.
Para esta fascista de Vox si te llamas Mohamed no eres español. En su españa solo caben Smith, Steegmann, Tersch, Fitz-James Stuart y Borbón. pic.twitter.com/7Wry9NynAh
— Jose Ignacio García ۞ (@joseigs_) February 6, 2025
Además de que Vox utilice tu nombre para lemas de campañas racistas en Madrid (“Con Ayuso gana Mohammed [sic], con Vox ganan Antonio y María”), si te llamas Mohamed, puede que ni una escuela católica responda a tu solicitud de admisión. Así lo denunciaba hace unos días el periodista Jesús García en las páginas de este diario, donde se hizo eco de un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sobre la discriminación de las escuelas católicas en la escolarización a alumnos extranjeros. Los investigadores enviaron 5.000 solicitudes de admisión ficticias, con nombres españoles y foráneos, y analizaron las respuestas. Si en las escuelas laicas no hubo “diferencia de trato”, sí se detectó en las católicas o con vinculación católica. Los colectivos senegaleses y marroquíes fueron los más perjudicados en este tipo de centros: el estudio probó que tienen un 5% más de probabilidades de no obtener respuesta alguna o de recibir una contestación vaga o poco concluyente para negar su admisión.
Y las ayudas de alquiler, ¿a quiénes van? Todos los sabemos: si te llamas Mohamed tienes más papeletas de que te toque…
— Javier Pérez Gallardo 🇪🇸 (@JavierPGallardo) February 24, 2025
Una vez más, para la clase media española: NADA pic.twitter.com/J4GAhnmsWC
Curiosamente, esta noticia no se prodigó con la virulencia con la que sí se propagan los bulos en los que se asocia el nombre de Mohamed a los delitos cometidos en España. En octubre, el cómico Yunez Chaib llevó al plató de La revuelta un ingenioso monólogo sobre el odio virtual frente a los jóvenes magrebíes. Chaib se apropió del concepto “Jovenlandia” para reírse de todos esos comentarios que acompañan a las noticias sobre delitos en los que se ven envueltos menores (“¿Comen jamón?“, “¿Nacionalidad?”, “Jóvenes de Jovenlandia”, algunos de los habituales). Como dedujo irónicamente el humorista, Jovenlandia es un país que hace frontera con “Morolandia al este y con la República de los Menas al sur", además de ser el único Estado que tiene la capital fuera de sus límites: concretamente, en Barcelona.
Sobre el desprecio y la maldición sobre el nombre más común del planeta, la periodista canadiense Noha Beshir escribió en Substack sobre rebelarse contra el “Mo” que se estila para designar al futbolista egipcio del Liverpool, Mohamed Salah. Beshir, hija de otro Mohamed egipcio, pero migrado a Canadá, creció viendo como a su padre los canadienses también lo apodaban “Mo”. De niña, ella también fantaseó con haber tenido un nombre adaptable para el resto. “Khadija podría haber sido DJ Maryam podría convertirse en María. Y así, sin más, sería ‘del pueblo’. Como si mi cara y mis rasgos no me delataran”, apuntaba, recordando que “algunos de los chicos árabes que conocía se presentaban como Zak por Zakaria. Sam por Sameer. En el fondo, desaparecían. Rechazaban su herencia, como si fuera algo sucio de lo que lavarse las manos”, añadía.
A las personas con el nombre más común del planeta no les hacen falta estudios para entender que su nombre propio, en ciertos espacios determinados, más que abrir puertas, se las cierra. Algunos, como el futbolista prodigioso del Liverpool, han entendido que se deben sacrificar las sílabas que designan su identidad, decapitarlas, para ser aceptado y coreado por todos. Pero, como escribe Beshir, “decir Mohamed no es tan difícil”. Basta con tener ganas, y respeto, por pronunciarlo.
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