“Emprendedores” esclavizados desde la cuna
El desprecio a la idea del trabajo asalariado y con derechos muestra cómo el ideario de extrema derecha se ha infiltrado entre los niños brasileños


“¡Estatua!”, dice un niño a sus amigos. “El que se mueva se convertirá en CLT”. En el tradicional juego infantil, el niño que lidera grita “estatua” y todos los demás deben quedarse inmóviles inmediatamente. El último en paralizarse queda eliminado. Hasta aquí, ninguna novedad. El virus que se extiende por Brasil es el uso de la palabra “CLT” como insulto, como ocurrió en esta calle de la ciudad amazónica de Belém, sede de la COP30, donde una mujer declaradamente de izquierdas, de una familia desarraigada de la selva que se convirtió en pobre en la ciudad, se horrorizó al oír a su hijo ofender a un compañero llamándolo “CLT”.
La sigla de tres letras representa la Consolidación de las Leyes del Trabajo, la legislación que garantiza derechos básicos a los trabajadores, como una jornada fija, el pago de horas extras, vacaciones, extra de Navidad, etcétera. Durante décadas, en Brasil, la llamada “cartilla [laboral] firmada” fue el sueño de la mayoría de los brasileños, una garantía mínima de derechos. Eso ha cambiado brutalmente. Ahora, el único destino aceptable parece ser el de convertirse en “emprendedor”, y esta figura ha entrado en el imaginario de la infancia.
Otra escena. En São Paulo, un profesor de una escuela pública, donde estudian los hijos de familias pobres, cuenta que sus alumnos adolescentes dicen frases como: “¡Que Dios me libre de ser CLT!”. El fenómeno queda violentamente ilustrado por el caso de un niño de nueve años, alumno becado en una escuela privada de São Luiz do Maranhão, en el nordeste de Brasil. Negro entre una mayoría blanca, recibió de sus compañeros una cartilla laboral de cartón donde estaba escrito: “profesión: albañil; salario: 50,25 reales al año [8 euros]; jornada laboral: 18 horas al día”. Le contó a su padre que lo llamaban “CLT”, “mendigo”, “albañil” y “pobre”, palabras utilizadas como sinónimos ofensivos.
Esta infiltración coincide con el avance del ideario de extrema derecha entre los más pobres, que en los últimos años ha machacado con el discurso de la meritocracia, la autonomía y el individualismo como oposición a medidas afirmativas como las cuotas raciales en las universidades y en los concursos oposición para el sector público. En uno de los países más desiguales del mundo, se está convenciendo a los más pobres de que es gracias al mérito individual y no a la garantía universal de derechos que alcanzan una vida cuya calidad se mide por su capacidad de consumo. “Emprendedor” es la palabra mágica que el neoliberalismo introdujo y que la extrema derecha ha utilizado para elevar el nivel de alienación: la mayoría ni siquiera se da cuenta de que, al eximir de responsabilidad al Estado y renunciar a sus derechos, se lanza a una disputa que parte de una base radicalmente desigual.
El cambio, aún poco estudiado, es un problema añadido para una izquierda como la que representa Luiz Inácio Lula da Silva, nacida en los grandes sindicatos —que hoy tienen cada vez menos poder y resonancia— y en la lucha por derechos colectivos. Vale la pena recordar que la mayoría de las personas que invadieron la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia durante el intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023 tenían sueldos de como mucho 460 euros y menos del 12% tenían contrato de trabajo. En la actualidad, un 38% de brasileños en el mercado laboral —casi 39 millones de personas— trabajan informalmente: sin derechos, horarios fijos, vacaciones ni garantías.
Hace décadas que los empresarios se quejan de pagar “demasiados derechos”. El sueño que parece hacerse realidad es el de trabajadores que ni siquiera luchan por derechos colectivos porque eso significa ser un pringado. Cuando los derechos se convierten en insultos en los juegos infantiles, la ideología que se infiltra en los cuerpos es la propia distopía. Porque jugar, como sabemos, es algo muy serio.
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