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Tribuna
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¿Autonomía estratégica o keynesianismo bélico?

La Unión Europea no debe cometer el error de confundir la política de seguridad con la política de defensa

25 04 2025
Unai Sordo

Es una obviedad que la segunda llegada de Donald Trump al poder ha provocado un cataclismo. La regresión democrática en Estados Unidos, su agresiva política comercial —expresada en una zigzageante estrategia sobre aranceles—, exterior —las pretensiones sobre Groenlandia o la intención de llegar a un acuerdo con Putin para repartirse Ucrania—, y la “dimisión” aparente como garante de la seguridad occidental vinculada al compromiso atlantista, generan un consenso amplio: Europa tiene que reforzar sus capacidades autónomas ante los cambios geopolíticos. La UE tiene que reforzar su autonomía estratégica.

Sin embargo, hasta que la grotesca deriva de guerra comercial ha ido cobrando cuerpo, este concepto compartido se metamorfoseó en una apelación casi exclusiva sobre la necesidad de reforzar nuestros presupuestos de defensa, dentro de un confuso marco sobre la seguridad sobre el que conviene reparar. No parece razonable que, ante los inéditos movimientos en EE UU, la primera y principal respuesta de la Comisión Europea, el plan de rearme, esté justificada en el riesgo de guerra convencional con Rusia. La batalla arancelaria tampoco se limita a una pugna comercial. Es un desafío político a la UE donde se cuestionan nuestros sistemas fiscales, y con ello nuestro modelo social, así como nuestra soberanía legislativa, con el macarrismo retórico habitual del personaje que hoy ocupa la Casa Blanca. Es momento de contextualizar algunas cosas.

Reforzar la autonomía estratégica en Europa es un propósito previo a la actual coyuntura. La gestación del Pacto Verde Europeo y las reclamaciones del Consejo de la UE para establecer una estrategia industrial global a largo plazo, es anterior a la pandemia.

Este propósito se expresaba en los desafíos sobre cómo afrontar la digitalización y la transición económica hacia un modelo sostenible y descarbonizado, y estaba relacionado con el declive industrial europeo, pero también con los movimientos en sentido similar que se observaban en EE UU y China.

La pandemia de la covid-19 actualizó esta estrategia ante la evidencia de las insuficiencias observadas a la hora de proveernos de suministros sanitarios básicos. La recuperación pospandémica del comercio mundial conllevó un bloqueo de las cadenas de suministro global que generó el primer pico de inflación que escaló hasta el 6,5% en el mes de diciembre de 2021. La invasión rusa de Ucrania, la política de sanciones, o el bloqueo y posterior voladura del gaseoducto Nord Stream 2, pusieron de manifiesto el enorme riesgo sistémico que supone una excesiva dependencia energética en tiempos de turbulencias geoestratégicas globales.

En este contexto, el refuerzo de todas las capacidades autónomas europeas aparece no sólo como una opción deseable, sino como una necesidad inaplazable en términos económicos, de empleo y de maniobrabilidad política. Este proyecto requiere decisión y audacia. La UE tiene que avanzar en integración política y no puede depender de reglas de unanimidad. No es sencillo modificar los tratados de la Unión, pero sí impulsar escenarios de cooperación reforzada entre los países que lo deseen. La posición de EE UU no obedece sólo a cuestiones económicas sino que es una apuesta geopolítica de primer orden.

Por tanto, una mayor integración política de la UE es imprescindible para concurrir en este escenario. Hay que evitar una respuesta fragmentada o por países a la ofensiva trumpista. La base de voluntad o tolerancia para esta integración que posibilite una gobernanza efectiva requiere reforzar el Pilar Social Europeo. En otro caso será muy difícil vincular subjetivamente a las poblaciones de Estados en posiciones muy distintas solo con una apelación al miedo o a la inseguridad.

Necesitamos un plan común de inversión. Un Fondo Europeo que apuntale la autonomía de la Unión. En el plano social y de reducción de las desigualdades; en el refuerzo industrial y de transición energética reduciendo la dependencia exterior; en la investigación y la innovación digital; en definir acuerdos concesionales para la provisión de materias primas estratégicas; en la protección del desempleo y otras contingencias; y también en la política exterior y de seguridad y defensa comunes que autonomice las posiciones geoestratégicas de la Unión, haga todos los esfuerzos posibles por alejar la guerra, y sea consciente de la multipolaridad del mundo en el que ya estamos y, sobre todo, del mundo al que vamos. Dejémoslo claro. La autonomía estratégica es mucho más que política de seguridad. Y la política de seguridad es mucho más que política de defensa.

¿Se acomodan las principales iniciativas tomadas por la UE hasta el momento, a estas necesidades múltiples? En mi opinión, no. El plan de rearme anunciado por la Comisión Europea es una reacción al “vacío atlantista” que se atisba en el nuevo orden trumpista, pero en modo alguno responde a la globalidad del desafío. Suena más a un impulso económico con ecos de keynesianismo bélico, que a una respuesta adecuada al problema de seguridad y defensa que tiene la UE. Se habla de una cantidad de 150.000 millones de euros en préstamos para realizar compras de armamento y el establecimiento de una cláusula de salvaguarda que permite a los Estados miembro aumentar sus gastos en defensa incurriendo en déficits nacionales que no computen a efectos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

La Comisión renuncia a establecer las bases de unas políticas de seguridad y defensa comunes (si es que se quiere tener alguna), en un espacio fragmentado con 27 ejércitos con ineficiencias, duplicidades, falta de interoperabilidad, etc. Por otro lado, no se establece como prioridad la articulación de un concepto amplio de seguridad que tiene implicaciones civiles en campos como la ciberseguridad, u otros citados como el del suministro y las infraestructuras energéticas, o la seguridad sobre las cadenas de suministro.

El partido no lo jugamos solos, claro. La llegada de Trump al poder es disruptiva pero no es totalmente incoherente con las posiciones de EE UU en los últimos años. Hay que recordar que EE UU sufre un importante deterioro de su base productiva industrial y su empleo manufacturero desde los años ochenta. La concepción de China como una gran maquila mundial para la producción a bajo coste de bienes de valor añadido medio o bajo era impulsada por el propio capitalismo norteamericano que buscaba las ventajas comparativas en la economía-mundo, para incrementar sus beneficios y su hegemonía mundial.

Sin embargo, China no se ha limitado a ese rol y a través de su política económica expresada en distintos planes quinquenales se ha convertido en una gran potencia en los principales sectores productivos, y en varios de los que van a dirimir el poder global. Así mismo, ostenta una posición ventajosa en el acceso a muchas de las materias claves (litio, tierras raras, cobalto, etc.) por sus riquezas minerales y el establecimiento de acuerdos concesionales con distintos países a lo largo y ancho del mundo. China es líder mundial en la producción de 29 de los 43 minerales considerados estratégicos y tiene el 60% de las reservas mundiales de tierras raras. Además, acuerdos con numerosos países, sobre todo de África y América Latina.

En esta situación se está librando una pugna por el poder global. EE UU, tras los largos años del monólogo neoliberal con la llegada de Reagan al poder, llegó a la conclusión de que tenía que resituar tejido productivo e industrial en su propio país y disputar la posición en todos los sectores estratégicos.

La Administración de Biden desarrolló una serie de multimillonarios programas de movilización de recursos públicos (la IRA es la más conocida) que mediante créditos o incentivos condicionados pretendían una relocalización productiva. Trump, en cambio, opta por romper cualquier espacio multilateral, amenazar la democracia norteamericana, y por la agresividad comercial y arancelaria, sobre todo con los países o áreas con las que tiene recurrentes déficits comerciales. En datos de 2024, con China 295.000 millones de euros, con México 171.000 millones, con Alemania 85.000 millones y con Canadá 64.000 millones.

Desde esta perspectiva tenemos que afrontar los retos inéditos de este momento histórico. Sin olvidar que hoy la quinta columna reaccionaria del trumpismo, y a veces del putinismo, anida en forma de extrema derecha en la propia Unión Europea, gobernando algunos países y condicionando todos.

La canalización de ingentes partidas presupuestarias para socorrer la renqueante industria central europea bajo el epígrafe de rearme, y el descuido del concepto global de la autonomía estratégica, puede ser el gran error de la Unión Europea.

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