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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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La asombrosa resiliencia de los trumpistas europeos

Las formaciones ultraderechistas encabezan los sondeos en varios grandes países del continente. Conviene preguntarse mejor cómo es posible tras casi tres meses de nefasto liderazgo en EE UU

Alice Weidel, líder de AfD, el pasado mes de febrero.
Andrea Rizzi

El partido ultraderechista AfD se ha situado esta semana por primera vez en cabeza en un sondeo en Alemania, y todas las demás encuestas reflejan su auge en las últimas semanas. Reform, de Nigel Farage, es el primer partido británico en la media de encuestas publicada por el portal Europe Elects. El ultraderechista George Simion lidera con fuerza los estudios de opinión en Rumania tras la exclusión de Calin Georgescu. En Italia, Giorgia Meloni sigue cómodamente al frente, así como Andrej Babis en República Checa. En España, Vox y Se Acabó La Fiesta suman un contundente 17%, su mejor dato desde las elecciones, según un sondeo publicado por este periódico. En Polonia despunta con fuerza un candidato aún más a la derecha de Ley y Justicia. Aunque la movilización tras la grave condena por malversación de su líder haya sido un fracaso, el partido de Marine Le Pen parece sólido en cabeza en las encuestas en Francia.

Naturalmente, no todo son buenas noticias para la ultraderecha europea —Viktor Orbán, por ejemplo, atraviesa algunas dificultades en Hungría, igual que Geert Wilders en los Países Bajos, y, en Polonia, en todo caso, las encuestas apuntan a que en las próximas presidenciales se impondrá en segunda vuelta un candidato moderado— pero el conjunto de la galaxia nacionalpopulista muestra una fortaleza asombrosa cuando nos acercamos a tres meses de esperpéntico gobierno trumpista. Por supuesto, el universo ultraderechista europeo es heterodoxo, y el nivel de cercanía de cada integrante a Trump y el trumpismo varía. Pero muchos de ellos son abiertamente adeptos al credo del magnate o vinculados a sus socios —Elon Musk o J. D. Vance—, y, otros, como mínimo, ideológicamente cercanos. La gestión de Trump —con su calamitoso apartado económico, el asalto sin pudor a la democracia, la arrogancia, mala educación, y el descarnado ataque contra los intereses europeos— podría inducir a pensar que sus aliados en Europa deberían pagar factura por su cercanía a semejante líder, por una materialización tan brutal del ideario nacionalpopulista. No parece ser el caso de momento.

La premisa necesaria para el análisis, por supuesto, es que en cada caso dinámicas de corte nacional que no tienen relación con Trump desempeñan un papel crucial. No obstante, la magnitud del seísmo trumpista es tal que cuesta creer que en Alemania no se den cuenta de que AfD está bendecido por figuras como Trump, Vance y Musk, que tratan a Europa con desprecio absoluto. Cuesta creer que en España se escape a la consciencia colectiva la forma en la que Santiago Abascal rindió pleitesía al presidente estadounidense. Cuesta creer que estos asuntos sean indiferentes.

Posiblemente, sea todavía pronto para que haya ciudadanos europeos que tomen distancia de líderes nacionales que no toman distancia de Trump, y por el camino empiecen a notarse los efectos. Pero ya van casi tres meses de barbaridades y conviene fijarse en que todavía no es el caso. Tal vez sea útil reflexionar sobre una cuestión que quizás a muchos europeos de valores moderados les pueda parecer casi incomprensible a estas alturas.

Además de oponernos de forma estrenua a los planteamientos radicales, debemos preguntarnos una y otra vez qué hicimos mal como para que una parte tan consistente de nuestras sociedades apoyen propuestas tan extremas, absolutamente irracionales en algunos casos, como fue el Brexit y como es, ahora al otro lado del océano, la política de Trump. Qué hicimos mal, qué no estamos entendiendo, cómo podemos desactivar el resentimiento que da alas a esos proyectos sin renunciar a nuestros valores.

No hay recetas mágicas ni universales. La gran coalición alemana parece dar alas a AfD. El experimento centrista macronista no contiene a Le Pen. La coalición de resistencia izquierdista de Pedro Sánchez, que consigue su supervivencia con cesiones y distorsiones que indignan a tantos —hasta en sus filas—, resiste hoy al precio de alimentar nefastas dosis de resentimiento para mañana. Por otra parte, evitar geometrías de gobierno profundamente problemáticas como la española le costó al PD en Italia una grave derrota.

Tal vez Trump nos acabe haciendo el regalo de convencer a muchos en Europa de que el nacionalpopulismo, los reflejos soberanistas y retrógrados no son la solución. Pero conviene no confiarse. Nos hemos equivocado mucho en el pasado, a veces por paternalismo, otras por distracción, otras más por mera incomprensión. Todavía no hemos encontrado las respuestas. Hace falta seguir planteándonos las preguntas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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