Leire y La Oreja, despecho justificado
Saber un secreto que tu ser querido no sabe convierte vuestra relación en un dos contra uno

La salida de Leire Martínez de La Oreja de Van Gogh replicó la ruptura estándar de una pareja parcheada, incluso parcheada por 17 años, en la que la responsabilidad no puede dividirse: la cantante creía que ella era ya para siempre y el resto del grupo, y muchos de sus fans, creía que el amor verdadero es tan solo el primero. Además de eso, el amor más rentable. Y también, el que dio más éxitos. Así que el récord del mundo en querernos era el récord del mundo en pasar de ti. La ruptura ha caído en la epidemia moderna de tantas parejas: por ahorrarse el “ya no te quiero”, pones el piloto automático y empiezas a actuar por tu cuenta, que es como se actúa involuntariamente cuando uno sabe que va a romper y otro no. Es decir: para no hacerle daño, le arruinas la vida. En el despecho de Martínez se aprecia el estrago de la desinformación y, peor, la confirmación de la sospecha de los últimos años, extrapolable a tantas relaciones: todo eso que te decían fuera que iba a ocurrir y que te negaban dentro, siempre ocurre. El amor es ciego, pero que te quiten el bastón ya es la hostia.
En La cena de los idiotés, el programa de la SER que inventaron Aimar Bretos y Víctor Olazábal y en el que colaboro, destaca un dilema habitual: qué decir y qué no decir, cómo decirlo y cómo callarlo. Especialmente cuando el secreto se guarda ante una persona que te quiere: familia, amigo, pareja. Saber un secreto que tu ser querido no sabe convierte vuestra relación en un dos contra uno. Si es para protegerlo, más te vale que sea un secreto de los que terminan en la tumba: si lo cuentas, querrá saber desde cuándo; si se lo cuentan, querrá saber por qué tú no lo hiciste. Y, aunque todos tenemos el derecho de terminar algo cuando nos apetezca, las maneras nos definen: no se acaba con 17 años como si fuese una interrupción (la vida no es tan larga), ni se tiene a la minoría, Leyre, rodeada de rumores que tienen que ver con ella y su futuro, braceando entre silencios y medias verdades. Y una banda, y menos una banda como esa, no prescinde de su cantante porque se le acaba el contrato, como si fuese una distribuidora de quesos.
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