El caos como doctrina económica
Los principales socios comerciales de Estados Unidos deben buscar alternativas ante los aranceles caprichosos y erráticos de Trump


El discurso de Donald Trump de este martes ante el Congreso de Estados Unidos ha dejado claro que su Gobierno ha iniciado una guerra comercial que no distingue a aliados de rivales y que ha llegado para quedarse. Las consecuencias de esa política, así como de la incertidumbre que genera, empiezan a dejarse notar sobre la economía: el consumo en EE UU registró su mayor caída en enero y la confianza de las empresas anotó en febrero su mayor descenso desde 2021. Los mercados parecen haberse dado cuenta de pronto de que lo que creían bravuconadas para mejorar la posición negociadora de la Casa Blanca, una táctica de empresario matón, es una realidad. Sus consecuencias son inmediatas: mayores costes para las empresas, subidas de precios para los consumidores, menor crecimiento, más inflación y un freno a las rebajas de tipos. Desde el anuncio de aranceles del 19 de febrero, las Bolsas han perdido todas las ganancias que habían acumulado desde la elección de Trump.
El mismo martes entró en vigor un arancel general del 25% para los productos procedentes de Canadá y de México, en una clara violación del acuerdo comercial que el propio Trump firmó en 2018 durante su primer mandato y por el que muchas compañías habían trasladado en estos años sus cadenas de suministro de China a Norteamérica. El 30% de la verdura y fruta que se vende en EE UU procede de México. También la cerveza más vendida en el país. Pese al bum de energías fósiles en EE UU, el centro y noreste del país depende de las importaciones de gas de Canadá para su suministro energético, y de la mayoría de los fertilizantes para sus cosechas. No habían pasado ni 48 horas cuando la Casa Blanca comenzaba a matizarse a sí misma y anunciaba una prórroga de un mes para el sector del automóvil. Algunos análisis sostienen que un arancel del 25% aumentará el precio de una camioneta ensamblada y producida en Norteamérica en 8.000 dólares, sin contar las posibles represalias que adopten tanto Canadá como México, otro elemento de incertidumbre para empresas y consumidores.
En el caso de China, Trump ya gravó en febrero sus productos con un arancel del 10%, al que desde el martes se suma otro 10%. La respuesta inicial de China no se hizo esperar, pero fue contenida (afectaba a importaciones por 20.000 millones de dólares, frente a los 450.000 millones del arancel estadounidense) con la primera ronda. Ayer, sin embargo, su Embajada en EE UU ya advertía que, si Washington quiere guerra “comercial o del tipo que sea” están dispuestos “a luchar”. Nadie duda de que la Unión Europea será la próxima en la lista, por lo que las compañías que han podido anticipar envíos a EE UU desde este lado del Atlántico lo han hecho en estas semanas.
Trump considera, de forma simplista y errónea, que el déficit comercial estadounidense es el reflejo de una desventaja competitiva para su país que debe atajarse con gravámenes sobre las importaciones. Y que gracias a los ingresos de estos aranceles podrá llevar a cabo sus prometidas rebajas de impuestos y recortar al tiempo la deuda pública, que supera los 36 billones de dólares, aproximadamente el 122% del PIB. Solo su gurú comercial, Stephen Miran, y sus colaboradores respaldan estas teorías.
Esta estrategia proteccionista, con sus consiguientes riesgos económicos y geopolíticos, echa por tierra el modelo de libre comercio que el propio Estados Unidos ha impulsado durante décadas. Trump se dispone a reconfigurar el modelo de comercio global. Los antecedentes de guerras comerciales en el siglo XX obligan a tomarse muy en serio sus consecuencias. Frente al capricho trumpista, cabeza fría. Frente al aislacionismo y la agresión, nuevas alianzas. Estados Unidos es soberano para hacer con su política comercial lo que quiera. Pero es hora de que la UE, México y Canadá piensen en escenarios de comercio internacional que funcionen en lo posible al margen del caos de Trump.
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