Andrea y el algoritmo
Lunes. Nuestra heroína recibe un correo de LinkedIn: “Este puesto encaja al 100% con tu perfil”. Y tanto, pensó, como que es mi puesto. La iban a echar


Lo que voy a contar sucedió en una empresa española a lo largo de una semana laboral, de lunes a viernes. En el transcurso de esos cinco días Andrea, que es rubia, brillante y alegre como el sol, pasó de ser una empleada estrella a ser despedida, y aunque sus amigos hemos escuchado su versión de la historia mil veces, cuando estamos de sobremesa solemos pedirle que la repita, porque ella dice que es de lo mejor que le ha pasado y nosotros estamos de acuerdo.
Lunes por la mañana. Nuestra heroína recibe un correo de LinkedIn con una oferta de trabajo: “Este puesto encaja al 100% con tu perfil”. Y tanto que encaja, pensó Andrea al leerlo, como que es mi puesto. El anuncio era anónimo (lo publicaba una agencia intermediaria de selección), pero contenía detalles reveladores sobre la identidad de su startup tecnológica. La iban a echar. Ya sabía el qué. Al día siguiente supo el cuándo: una llamada de Recursos Humanos la citaba sin motivo aparente para ese viernes a las 10.00. Tenía por delante tres días para prepararse, pero aún desconocía el porqué. No el motivo real de su despido —la llegada de un nuevo jefe que llevaba un año haciéndole la vida imposible— sino los argumentos esgrimidos para ello. Mientras lo pensaba, decidió completar una evaluación de sus subordinados que tenía pendiente, para que pudieran cobrar un bono sin los retrasos que, seguro, provocaría su marcha. Al acceder a la intranet encontró un premio del Dios de las oficinas a su buen corazón, un documento con su nombre. “Hola Andrea, te hemos convocado para anunciarte tu despido debido a…”, decía. Se trataba del discurso íntegro que había escrito su jefe para su encuentro. Al parecer alguien había confundido “guardar” con “enviar”. Durante el resto del martes, miércoles y jueves, Andrea tuvo tiempo de buscar asesoramiento legal y recopilar tranquilamente los correos y pantallazos necesarios para defenderse. También pudo acudir a su clase semanal de teatro amateur, donde en lugar de ensayar La casa de Bernarda Alba practicó la puesta en escena de la reunión.
Conocía al enemigo, qué día, a qué hora y por qué flanco iba a atacar. Sabía, también, que ellos ignoraban que lo sabía. Tenía de su parte a Lorca y a un excelente laboralista. Llegó el viernes, y la sorpresa no se la llevó ella sino el tipo de RR HH y, sobre todo, su jefe, cuando una mujer muy arreglada y sonriente, que no había estado tan calmada en todo el año que llevaba sufriéndole, rebatió acusaciones y justificó éxitos, recitando con detalle y de memoria una sucesión de datos, cifras y trimestres. Ellos solo pudieron sudar y enviarse mensajes de desconcierto bajo la mesa, porque las trabajadoras acorraladas no suelen darse el gusto de declamar excelentes y asertivos monólogos sobre la irreprochabilidad de su gestión y la injusticia de los despidos que no atienden a causas profesionales. No, no estaba conforme con el finiquito, y ya se verían en los juzgados.
Y así fue como gracias a la unión improbable del algoritmo de LinkedIn, Lorca, un jefe vengativo, una aplicación mal diseñada, unos RR HH ineficaces y un abogado más rojo que el demonio, Andrea recuperó su honra y —lo más importante— llegó a un gran acuerdo económico por el doble de la oferta inicial. Efectivamente, como bien decía el algoritmo, era perfecta para el puesto. A las pocas semanas encontró un trabajo mejor. En cuanto a su ex jefe, es posible que se esté enterando en estos momentos, mediante estas líneas, de lo que ocurrió en realidad.
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