El castigo
¿Te cae alguien mal al punto de que no te importaría que entrase en la cárcel por sus opiniones desagradables?


¿Te cae alguien mal al punto de que no te importaría que entrase en la cárcel por sus opiniones desagradables? Mejor aún: ¿te cae alguien mal al punto de que no te importe que no salga de la cárcel aún sospechando que su condena es una barbaridad, pero te afanas en buscar el contexto oportuno y llegas a la conclusión de que hay otros que seguro lo están pasando peor y más injustamente? Leo la entrevista de Carlos Marcos a Pablo Hasél y me hago esas preguntas por tanta gente incómoda con su discurso que no ha hecho causa de él, teniéndolo tan cerca: esa presencia inquietante para muchos que, de haber bajado Hasél dos marchas, estarían en la calle partiéndose la cara. Pienso, también, en la cantidad de gente que ha tenido que defender a alguien aclarando su juicio artístico o moral sobre él para que nadie se pusiese nervioso. Pienso (esto me hace aún más gracia) en la cantidad de gente que empieza sus discursos generalmente en privado diciendo que quieren mucho a una persona o son muy amigos de ella, y cuanto más amigos son, más violenta se viene la bofetada que le van a dar. O en los evangelistas de la cultura de la cancelación que creen que estropear para siempre a alguien es hacerlo trending topic y no condenarlo a la cárcel o al oprobio. Y recuerdo una vieja conversación con Guadalupe Bécares: detecto más preocupación porque te cancele un grupo de gente en las redes que nuestras empresas, por eso cuando decimos “mañana la que me va a caer” pensamos en los que nos odian, no en los que nos mandan. El problema nunca fue que te cayese encima una turba, experiencia desagradable hasta que piensas cuántas veces esa turba te ataca por planteamientos que comparte el medio en el que los expresas. El problema es que penas de cárcel como las de las sindicalistas de La Suiza no eleven un poco la ceja de nadie o casi nadie, y se confunda la libertad de expresión o de protesta con la necesidad ideológica de tener a alguien enfrente de quien despreocuparte del castigo.
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