Comisión de Benidorm
La Comisión de Venecia avala la existencia de una ley de amnistía. No es un veneno para la democracia. Pero todavía no sabemos si es saludable


Cuando hay un conflicto en casa, llamas a alguien de fuera para que ponga perspectiva. Eso es lo que hace la Comisión de Venecia. Y el mensaje que envía en el borrador de su informe es tan simple como frustrante para los más celotes de cada bando: la amnistía es democrática, pero problemática. Le dice pues al PP lo que podría hacer y al PSOE lo que no debería estar haciendo.
La Comisión de Venecia avala la existencia de una ley de amnistía. No es un veneno para la democracia. Pero todavía no sabemos si es saludable. Y hay cuatro señales de alarma en su elaboración: el quién, el qué, el cómo y el por qué.
¿Quién la dicta? Los propios amnistiados, a medida de sus delitos personales, no la mayoría cualificada que reclama Venecia para mantener la cohesión social del país. ¿Qué delitos cubre? Si incluye el terrorismo y la alta traición, chocará con la Constitución y el derecho europeo. ¿Cómo se está haciendo? Por un procedimiento de urgencia, sin “el tiempo necesario para un diálogo significativo” que pide Venecia. ¿Por qué? Por un interés general sobrevenido tras el 23-J. Legítimo, pero sospechoso de utilidad partidista.
La idea de fondo de este órgano del Consejo de Europa es tan de sentido común que lo podría haber dicho la Comisión de Benidorm ―un organismo ficticio que representa a la persona mediana y centrada de este país―. Esa ciudadana, cansada de los decibelios de la política, cree que ni defender la amnistía es romper la democracia ni criticarla es ser de derechas. Es una observación obvia para cualquier individuo sensato que nos estudie desde dentro o fuera de nuestras fronteras, pero es un tabú en el debate público. Es una herejía para las dos religiones que dominan el ágora de discusión: los que creen que la amnistía es el cielo, porque es categóricamente la mejor fórmula para la reconciliación (cuando hasta hace unos meses pensaban lo contrario) y los que profesan que es el infierno, porque desmantela el orden constitucional (cuando hubieran estudiado alguna medida de gracia en agosto).
Se les conoce como socialistas y populares, pero son términos injustos para los simpatizantes de esos partidos en desacuerdo con sus dogmáticas líneas oficiales. Sería más apropiado llamarlos saduceos (por la obediencia ciega a los mandatos de su profeta) y fariseos (por su tendencia a decir una cosa y a hacer otra). Sus posturas doctrinales sobre la amnistía impiden la discusión más necesaria: cómo tratar de forma justa y decente los delitos del procés. Que se lo pidan a la Comisión de Benidorm. @VictorLapuente
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