No me llames zorra
Una televisión pública que pagamos todos esparce masivamente el insulto diciéndonos no solo que no lo es, sino que se trata de un himno feminista


Como no hay que tener ni buena voz ni saber cantar, he decidido presentarme a Eurovisión. La canción se titulará Mora, y el estribillo es algo así como “mora, mora, mora”. Ya que la opinión pública ha entendido tan bien la sobrevenida y súbita resignificación de “zorra”, seguro que le gustará Mora. Yo creía que la trasformación de un término peyorativo es un proceso lento que solo se puede ver al cabo de muchos años, pero aquí hemos puesto la directa y ya es mejor que te llamen “zorra” que guapa. A mí, como mujer hetero, no se me pasaría por la cabeza llamar maricón a un hombre gay, pero con las mujeres todo es distinto y desde una televisión pública que pagamos todos se esparce masivamente el insulto diciéndonos no solo que no lo es, sino que se trata de un himno feminista.
La cancioncita sería subversiva si se enfrentara a los valores dominantes, pero ¿está realmente penalizado el hecho de que una mujer se muestre sexual y dispuesta a follar siempre y en todo momento? ¿Castiga el sistema a aquellas que exhiben su desnudez como ocurría en las sociedades de moral pequeñoburguesa o nacionalcatólica? ¿Se señala y margina a las que siguen los dictados de la estética derivada del deseo masculino? Yo diría que más bien ocurre exactamente todo lo contrario: desde los tiempos de la revolución sexual y el destape (que, en realidad, fue una liberación de los varones y la instauración de sus derechos sexuales, no los nuestros), desde entonces, digo, el sistema neoliberal no ha hecho más que promover, ensalzar, premiar y elevar a modelo ejemplar la bomba sexual siempre dispuesta a todo. Incluso a Pedro Sánchez le parece muy divertido que nos llamen “zorra” (ja, ja, ja). ¿A qué escuela feminista habrá asistido el presidente? A alguna de las que han venido organizando las mujeres progresistas en este país en las últimas décadas seguro que no. De lo contrario, habría tenido la oportunidad de leer o escuchar a Alicia H. Puleo, que no solo rastrea magníficamente la herencia sádica en nuestra cultura presente, sino que nos dio uno de los conceptos más precisos del castellano feminista: el “patriarcado de consentimiento”, que es el que no usa la coerción, sino la incitación, haciendo que sea “el propio sujeto quien busque ansiosamente cumplir el mandato, en este caso a través de las imágenes de la feminidad normativa contemporánea”. Por eso Zorra, tal como afirma Puleo en una entrevista reciente en Diario16+, no es más que “una deformación banal de las reivindicaciones feministas”.
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