Primer asalto
La política no es un modo de vivir, sino un espacio de gestión y si pierde la característica básica de resultar útil en favor de la mera supervivencia se transforma en algo indeseable


La política española se ha instalado en el cinismo. El cinismo impide la contemplación equilibrada, pues a la pregunta de si hoy hace sol responde: qué más da si todos vamos a morir. La política cínica encuentra siempre un agarradero de evasión, nada es fiscalizable, pues todos somos culpables. El problema es que la política no es un modo de vivir, sino un espacio de gestión y si pierde la característica básica de resultar útil en favor de la mera supervivencia, se transforma en algo indeseable. Por eso un director como Ken Loach no rodaría nunca la maximalista tragedia de los Andes, sino la encrucijada de un padre en paro por comprarle el traje de comunión a su hija. Estamos, pues, en la película equivocada. ¿Qué hacer? Analicemos con calma los sucesos. Es evidente que la ley de amnistía es fea, pues viene provocada por la aritmética de diputados para formar una mayoría de investidura. Esa ley tendría que llegar avalada por los dos partidos mayoritarios, pues de ese modo desatascaría el conflicto en su esencia y no de parte. En lugar de redactarse por el método confuso en que los beneficiados por el perdón dictan la letra pequeña, y la grande, estaría avalada por la mayoría real del país.
Pero el grado de enconamiento lo hace imposible. Entonces no queda otra que remontarse al momento en que el poder político cedió la batuta al castigo judicial, manejado con intención de paralizar un desafío y no de desmontarlo. Los primeros encarcelados fueron los Jordis, en una decisión indefendible, pues aunque fueran la cara visible de los desórdenes, su castigo como líderes sociales será, aunque tarde y sin ya valor de solución, afeado por las altas instancias de revisión europeas. El indulto tras años de cárcel a los presos con cargos políticos, algo ya amortizado y aceptado por los ciudadanos españoles, deja sin sentido proseguir mil juicios contra directores de instituto que cedieron su colegio electoral, los resistentes pasivos que protegieron urnas, cargos intermedios, los radicales encendidos de los disturbios de aquellos días, las fuerzas del orden penosamente utilizadas y demás protagonistas de una algarabía que fue penosa para la imagen de este país. Es ahí donde pasar página no es solamente aceptable, sino además útil.
El perdón a los huidos de la justicia, con Puigdemont a la cabeza, concita mayores reparos. Porque fue su cinismo el que marcó el inicio de esta época política, con aquella declaración de independencia de siete segundos de duración y todo el batiburrillo de convoco elecciones, me arrugo, traidor por 30 monedas, despecho pomposo y evasión sin consultar con los cómplices. Sin embargo, tras siete años de peregrinaje, con cargo de eurodiputado y amparo legal, después de ser rechazada su extradición por todos los países conminados a ello y que ignoran esa fatigosa euroorden sin fin ni utilidad real, convengamos en que quitarnos de encima esa losa de tener a políticos elegidos en las urnas en un exilio bronco e incomprendido fuera es algo que beneficia a la democracia española en lugar de debilitarla. Es ahí donde la amnistía es fea y oportunista, pero tiene sentido. Y la aritmética parlamentaria no es un asco, sino una realidad incuestionable. Aunque para afrontar la tarea de rebajar el cinismo instalado en la política española vamos a intentar proseguir con el análisis la semana que viene.
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