El futuro de Israel y Palestina
Reducir Gaza a escombros puede engendrar tanto odio que no va a contribuir a resolver la convivencia en Oriente Próximo


Las Fuerzas Armadas de Israel continúan su despiadada respuesta militar al salvaje ataque de Hamás del 7 de octubre, que provoca un inaceptable sufrimiento a dos millones de civiles en la franja de Gaza. La Asamblea General de la ONU ha apoyado por amplia mayoría —con 121 votos a favor, 44 abstenciones, y 14 en contra— una resolución que invoca una tregua humanitaria. Pero nada indica que Israel esté dispuesto a aceptarla. Todo apunta, más bien, a que ni siquiera permitirá que aumente la entrada de ayuda para la población y que intensificará su ofensiva con crecientes operaciones terrestres. En este escenario, si bien lo urgente es presionar para disminuir el sufrimiento de los civiles, no puede olvidarse la importancia de pensar el futuro que saldrá de todo esto. Los líderes de Israel deben estudiarlo y explicar con claridad a sus ciudadanos, a los palestinos y al mundo qué pretenden hacer y cuál es el objetivo para el que piden apoyo y solidaridad.
El Gobierno israelí ha esbozado una hoja de ruta en tres fases para conseguir una “nueva realidad de seguridad”. La primera es la de los bombardeos y las maniobras terrestres. La segunda será la de la estabilización, para eliminar los reductos de resistencia de Hamás. La tercera implicaría la “retirada de la responsabilidad de Israel sobre la vida en la franja de Gaza y el establecimiento de una nueva realidad de seguridad para los ciudadanos de Israel”. Nada de esto se acerca a un plan realmente viable.
Israel tiene derecho a defenderse. Debe hacerlo dentro del marco del derecho internacional, que exige distinguir entre objetivos civiles y militares. Solo se puede golpear a los segundos. Provocar víctimas civiles no es de por sí un crimen de guerra; lo es cuando las víctimas civiles previsibles de un ataque a un objetivo militar son desproporcionadas respecto al valor de este último. La ONU habla ya de crímenes de guerra. De momento, el juicio político que puede hacerse es que los bombardeos y el bloqueo son totalmente desproporcionados e inaceptables.
Todo esto está provocando ya indignación en las opiniones públicas mundiales y sembrará más odio. Israel debe entender que su respuesta militar no debería provocar tanto sufrimiento en la población civil, no solo por el bien de esta, sino por el suyo propio. Es sumamente difícil golpear a Hamás, como Israel pretende y está haciendo, sin provocar el sufrimiento de inocentes, pero una democracia puede y debe conservar ciertos valores. Sin justificar de ninguna manera el ataque de Hamás, Israel debe analizar el trasfondo de esta crisis. Las amenazas y ataques que lleva décadas sufriendo no justifican la ocupación, la colonización y un completo desinterés por la negociación. Es importante que vuelva a adherirse al principio de los dos Estados y se disponga a negociar con los palestinos que sí han renunciado a la violencia. Va a ser necesario gestionar la transición en Gaza. Hamás ganó las últimas elecciones de 2006, pero es hoy una organización que perpetra acciones terroristas. Y es inaceptable para la seguridad de los israelíes que siga teniendo poder y capacidad operativa. Sería oportuno que varios actores se involucraran en este reto, desde la ONU hasta países musulmanes.
Reducir Gaza a escombros podrá quizá evitar riesgos a corto plazo para Israel. Pero a medio y largo, al sembrar odio entre los palestinos e indignación entre sus aliados, es una gran amenaza para su seguridad. Esta estará mejor garantizada si frena su desproporcionada ofensiva militar y renuncia a cualquier ocupación ilegal. La comunidad internacional y sus aliados deberían presionar a Israel para que cambie de rumbo.
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