El lugar de la extrema derecha
Mientras en países cercanos el debate sobre la ultraderecha sigue levantando pasiones nacionales, aquí gobernar con Vox es una posibilidad normalizada


¿Qué postura hay que adoptar frente a la extrema derecha? La pregunta ocupa un lugar central en el debate nacional de nuestros vecinos galos. ¿No les parece entrañable? Aquí ya hemos pasado esa pantalla: de excepción europea por ser uno de los países sin fuerzas ultra hace apenas cinco años, nos vemos contemplando alegremente cómo anunciamos los resultados electorales con “pactómetros”, descartando o anticipando los lugares donde el PP gobernará con Vox. Será que las cosas aquí llegan tarde pero pasan muy rápido, y mientras en países cercanos el debate sobre la extrema derecha sigue levantando pasiones nacionales, aquí gobernar con Vox es una posibilidad normalizada.
La polémica se ha instalado en Francia porque Macron desautorizó a su primera ministra, Elisabeth Borne, por los argumentos “históricos y morales” que utilizó para desacreditar al partido de Le Pen. Hija de un superviviente del Holocausto, Borne declaró que el Frente Nacional es “heredero de Pétain” y portador de una “peligrosa ideología” que no hay que banalizar. Macron, por su parte, piensa que hay que luchar contra ese partido por lo que hace y las políticas que propone. El Frente Nacional es fruto de su historia, y sí, fue fundado por petainistas colaboracionistas y tipejos como Pierre Bousquet, exmiembro de las SS. Decir esto no debería ser incompatible con desvelar la ineptitud de Le Pen para la gestión política, como hizo Macron en sus debates presidenciales. Elisabeth Borne reivindica la memoria histórica y moral para mostrar que la ideología del Frente Nacional tiene en su raíz un peligroso nacionalismo nativista que la ultraderecha está propagando también en Europa. Pero lo interesante de este debate es que (además de producirse, cosa que no pasa en España) refleja dos posiciones absolutamente legítimas que no deberían ser excluyentes en un contexto europeo marcado por el avance de la extrema derecha y su normalización.
Un Gobierno del PP con Vox supondría dar una capa de barniz cada vez más espesa a la naturalización de los pactos de los conservadores con la ultraderecha en Europa, apoyados por un Manfred Weber que, sintiéndose más español que alemán, ha decidido pasar pantalla con el tema de la memoria histórica. No sabemos cómo se comportaría en Europa un Ejecutivo de Feijóo con Abascal. ¿Negacionismo climático? ¿Fomento del sentimiento antiinmigrante? Sí sabemos, sin embargo, que los colegas europeos de Abascal, como el polaco Mateusz Morawiecki y el húngaro Viktor Orbán, no solo libran guerras culturales y hacen retroceder los derechos de las mujeres y las minorías, sino que tienen bloqueados los fondos de recuperación. También la italiana Meloni, miembro de honor de la gran familia ultra, maniobra legalmente para limitar el control del Tribunal de Cuentas sobre los fondos de recuperación, de los que, por cierto, también tiene bloqueados 19.000 millones. Estos no son argumentos morales, apuntan al corazón de sus políticas concretas, pero sobre todo nos recuerdan que lo que nunca deberíamos hacer con la ultraderecha, tanto por las implicaciones en nuestro país como por las derivaciones europeas, es banalizarla.
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