Lobos
Pienso que nuestra Constitución es la ley fundamental contra los lobos que amenazan los derechos de libres e iguales. Esa feroz manada de separatistas que asaltan el redil de los que quieren vivir juntos en paz


Desde niño he sentido fascinación por el lobo. No hay imagen más aterradora que verle disfrazado de abuela cuyos rasgos feroces va descubriendo poco a poco Caperucita. O Ysengrim, el enjuto trotador enemigo del zorro en El Roman de Renart medieval. Borges dedicó un poema al último lobo de Inglaterra y la literatura nació, según Nabokov, cuando el niño pastor alarmó a sus padres gritando “¡el lobo, el lobo!” y no había lobo. Acecha nuestros sueños, nuestras metáforas, se viste de oveja o vuelve con la luna llena. De modo que en lo personal no me parece mal que nuestro Gobierno animalista (¿?) decida prohibir la caza del lobo. Pero yo vivo en la ciudad, donde ni siquiera en invierno hay lobos como los que rondan por París en Albergue por una noche, de Stevenson. En cambio, las comunidades rurales con rebaños amenazados ven las cosas de otro modo y les sobran razones para ello. ¡No al exterminio de los lobos, pero tampoco al holocausto de las ovejas!
Pienso que nuestra Constitución es la ley fundamental contra los lobos que amenazan los derechos de libres e iguales. Esa feroz manada de separatistas que asaltan el redil de los que quieren vivir juntos en paz, que indultan a los que se aprovechan de las instituciones para subvertirlas, que protestan la judicialización de quienes reclaman la lengua común, que con pretexto de enmendar la Carta Magna aspiran a volver a la casilla preconstitucional, es decir al franquismo, aunque sea un franquismo de izquierdas o sea peor. Hay simpatizantes de los lobos, unos porque pertenecen a esa jauría y otros porque creen que viven amurallados contra ella. Pero no, también les llegará el turno de ser devorados. Sí, cuidado con los lobos. Pero sobre todo… ¡cuidado con el bobo feroz!
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