Zona catastrófica
Llega un momento en el que queda clara la realidad de un país y su verdadero espíritu


Les faltó tiempo a las autoridades madrileñas, abanderadas del ultraliberalismo (Orgullosos de que paguéis menos impuestos, dice la propaganda institucional), para pedirle al Gobierno de la nación la declaración de zona catastrófica para la capital y la región por la única nevada de verdad que ha caído sobre ellas en más de medio siglo. ¿En qué quedamos, en que el Estado debe desaparecer o en que ha de estar ahí sólo para cuando lo necesites como esos padres a los que sus hijos desprecian?
Muchas regiones de España son ya zona catastrófica sin necesidad de que nieve. Ocupan la mitad del territorio nacional y cada día ven cómo sus habitantes las abandonan por falta de oportunidades. Algunas de esas regiones sufren todos los años lo que Madrid sufrió excepcionalmente éste y no piden socorro porque nadie las va a escuchar. Acostumbradas a no existir, se arreglan ellas solas para sobrevivir, y, cuando ya no pueden hacerlo, desaparecen. A veces, el Estado se compadece de ellas y les da unas migajas del Presupuesto nacional, más por caridad que por justicia.
La distancia entre esa España catastrófica y la rica es cada vez mayor, como las estadísticas muestran nítidamente. Aun así, nadie mueve un dedo y si lo mueve es para agudizarla más. Que la Comunidad de Madrid, la más rica de las españolas, pida y reciba la ayuda del resto cuando tiene un percance puntual que otras sufren cada poco indica hasta qué extremo la solidaridad en España se entiende al revés de cómo se debería entender: son las regiones pobres las que han de ayudar a las ricas para que continúen siéndolo, no las ricas a las pobres para que dejen de serlo. Acaba de suceder con Madrid, pero continuamente pasa con otras.
Se da, además, la particularidad de que algunas de esas regiones ricas han bajado sus impuestos para atraer inversiones a sus territorios en perjuicio de las otras, que, aunque quisieran, no pueden hacerlo porque son pobres y tienen que costear sus servicios como cualquiera. Así que, cuando sus gobernantes piden al Estado al que aborrecen ayuda para reparar los daños causados por un temporal (y por su falta de previsión y medios; orgullosos de bajar nuestros impuestos, eso sí), se la están pidiendo a esas regiones pobres a las que nadie socorre cuando los sufren, como ha ocurrido este mismo año sin ir más lejos. Apenas una semana antes de la nevada que paralizó Madrid había caído en el norte una bastante mayor y nadie pidió la declaración de zona catastrófica ni las comarcas damnificadas salieron prácticamente en la televisión. Es más, muchas de ellas quedaron fuera de la declaración posterior que hizo el Gobierno central forzado por las autoridades madrileñas y que extendió a otras regiones para no dar la impresión de ser rehén de ellas, porque su nevada no coincidió con la de la capital en el tiempo.
Llega un momento en el que queda clara la realidad de un país y su verdadero espíritu, y en España, por desgracia, ambos han quedado claros desde hace mucho. Que los conozcamos todos no impide que nos escandalicen a algunos por más que a la mayoría le parezcan naturales y hasta lógicos, incluso justificados por una supremacía de origen. Si pasa a nivel social, ¿por qué no va a pasar a nivel político? Lo que entristece es ver a un Gobierno de izquierdas contribuyendo a esa concepción.
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