Butano
No pretendo comparar mis problemas con los de Felipe VI, pero mantener la cocina en buen estado desde la comida hasta la cena es un triunfo en toda regla


Venir al mundo con una misión es una ganga, incluso si esa misión es la de salvar la monarquía. O la de acabar con ella, lo mismo da: por ambas cosas se alcanza la posteridad. Los libros de historia están llenos de gente que nació predestinada para esto o para lo otro. Ahora bien, la mayoría de las personas estamos aquí para nada, eso es lo que pienso mientras recojo la cocina. Recoger la cocina es necesario y tiene mérito, pero no se salva a nadie con ello. Además, dura poco limpia porque enseguida entra alguien con barro en los zapatos.
No pretendo comparar mis problemas con los de Felipe VI, pero mantener la cocina en buen estado desde la comida hasta la cena, con toda la familia entrando y saliendo, es un triunfo en toda regla. Significa que los que no hemos venido al mundo para nada tenemos sin embargo la cabeza llena de preocupaciones. Nadie en mi casa se ha dado cuenta, por ejemplo, de que el tubo de goma que va de la bombona de butano al calentador de agua está caducado. No soy un obsesivo, no pasa nada por cambiarlo dos meses más tarde de lo debido, pero hay que hacerlo: hay que ir a la ferretería, comprarlo, volver con él a casa y arrastrarse luego bajo el fregadero para llevar a cabo la operación de tal manera que no se produzca ningún escape productor de una desgracia. Y en pleno verano.
De acuerdo, no he salvado la institución del butano ni la de los tubos de goma, ni la de los calentadores de gas, pero mañana me dolerá la espalda porque no tengo edad para permanecer agachado tanto tiempo. Entre tarea doméstica y tarea doméstica, recaigo una vez más en las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, y comprendo mi falta de misión en el mundo. Pero el lunes tengo hora para hacerle la ITV al coche.
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