Cuando vuelva la tos
Quizá pase más de una generación para que se tolere el tosido sin tapabocas o sin brazo doblado sobre la cara


Me pregunto si habrá una milagrosa lección –en cuanto pase la Peste—que erradique la tos en los conciertos. Puestos a soñar, supongo que habrá forzosas butacas intermedias en cines y auditorios para evitar todo roce salival y no descartemos un espacio en el lobby acordonado exclusivamente para todos los tosedores de concierto que, lamentablemente, no volverán a escucharse en las grabaciones.
Quizá pase más de una generación para que el regreso de la tos no represente una riesgo instantáneo y más aún, poco probable que se tolere el tosido sin tapabocas o sin brazo doblado sobre la cara. Habrá diletantes que procuran pasear a deshoras o hacer excursiones al campo y allá, en soledad, toser a sus anchas sin manos de por medio ni filtro, como no pueden hacerlo ya ni en sus propias casas con riesgo de expectorar huellas delatoras en el espejo de su más íntima soledad. Supongo entonces que estamos ante el adiós de la tos nerviosa, la que no tiene nada que ver con bronquios, humos o carrasperas; hablo de la tosecita incluso fingida que tantos recitales y discursos ha echado a perder con su nefanda intrusión y hablo de la tosecita de las entrevistas deportivas y de la tos de las divas y divos que intentan apelar a la humildad en medio de las estrellas con esa tos que ahora ha quedado también proscrita con la pandemia.
Ha tiempo que en México se define como hacerla la tos a quien se queja constantemente, a la clara propensión a la bronca y el pleito, joder por joder. Al parecer, es una derivación aligerada de la expresión original: hacerla de pedo, lo cual merece un ensayo en si mismo. Para estas líneas, baste externar el deseo de que la cuarentena nos permita amanecer en un mundo renovado donde se eleve el promedio mundial de personas que eviten hacerla de tos: una utopía largamente anhelada por los violines de la sinfónica, el solista del clarinete, la pareja que ahorraba para ir al cine, el ciudadano anónimo que camina envuelto en su propia imaginación y esas mujeres que van charlando la vida sin necesidad de que empiece a toserles encima la grima del chisme, la anciana alejada de toda ira que incluso para toser tiene un discreto ritual ensayado desde el siglo pasado… a contrapelo de todos ésos, aquéllos, estos que empiezan a marear con la pantomima de sus mentiritas hasta que empiezan a toser.
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