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Donald Trump
Columna
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Lo que realmente quiere Trump de México

El intervencionismo trumpista fue visible en Argentina, pero opera con la misma o más fuerza en México

Viri Ríos

“México no es la piñata de nadie. A México se le respeta”, declaró el miércoles Claudia Sheinbaum, con un visible dejo de irritación, tras su más reciente choque con Donald Trump. La contundencia de sus palabras contrastó con su habitual “cabeza fría” y pareció desproporcionada frente a la causa del conflicto: la cancelación de 13 rutas aéreas por parte del gobierno estadounidense.

Por ello, para entender el verdadero peso de su declaración, es necesario mirar más allá del desacuerdo aeronáutico y observar cómo, en los últimos meses, Trump ha ejercido una presión constante y, en más de un sentido, humillante sobre México, a través de un listado de exigencias.

Tuve acceso a él y según pude revisar, se extiende por varias páginas.

Mi conclusión, tras revisar el documento, es que Trump no busca simplemente renegociar un acuerdo comercial con México, sino aprovechar esa mesa de diálogo como un escenario idóneo para forzar a nuestro país a tomar decisiones contrarias a nuestros intereses.

Trump no quiere que México sea su socio comercial. Quiere que México sea un productor barato, sumiso y colonizado por empresas estadounidenses que gocen de ventajas regulatorias y estructurales. Tampoco quiere un México capaz de implementar políticas industriales que beneficien a empresas mexicanas.

En el listado de peticiones de Estados Unidos a México, solo unas cuantas aluden a asuntos verdaderamente bilaterales o de beneficio mutuo. La mayoría son exigencias destinadas a que México modifique su marco regulatorio en favor de las empresas estadounidenses o les allane el camino para dominar nuestro mercado y debilitar la competitividad nacional.

La exigencia central es la alineación total de México con los intereses económicos de Estados Unidos. Por ejemplo, Trump plantea obtener la facultad de bloquear inversiones, imponer condiciones o exigir modificaciones a los proyectos que lleguen a México, siempre que su gobierno considere que representan un riesgo. Esto se lograría mediante la sustitución de facto de la Comisión Nacional de Inversiones Extranjeras, un órgano inter secretarial mexicano, por las directrices emanadas del Comité de Inversión Extranjera de Estados Unidos (CFIUS).

Nuestro vecino del norte también exige que homologuemos nuestras políticas de exportación con las de ellos a fin de prohibir el uso de ciertas tecnologías como Logink (una plataforma china de gestión logística) y Huawei (un proveedor chino de infraestructura en telecomunicaciones). Paralelamente, se busca que México entregue información detallada sobre el origen del acero que importa, a fin de que podamos ser sancionados si adquirimos materiales de países no amistosos con Estados Unidos.

El Gobierno estadounidense también pide que México resuelva temas específicos en favor de sus empresas. Por ejemplo, quieren que las autoridades mexicanas le den la razón a Vulcan Materials, una empresa que desea una compensación millonaria bajo el argumento de que México lo expropió para crear una zona natural protegida. También buscan que se extienda la cesión parcial de derechos que le fue retirada a IGY Marinas en Cabo San Lucas. A lo anterior se agregan peticiones de todo tipo, incluso para que las visas de algunos funcionarios americanos sean procesadas con mayor rapidez.

Por si lo anterior fuera poco, las peticiones de Estados Unidos vienen acompañadas de una batería de requerimientos explícitos para que la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria (Conamer) y la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) faciliten la entrada de productos americanos a México. Se piden registros sanitarios, patentes e incluso, se requiere que se eliminen ciertas condicionales de inversión que había impuesto el Gobierno mexicano.

Otras peticiones están enfocadas, no en facilitar la entrada de empresas americanas, sino en debilitar a las mexicanas. Por ejemplo, se solicita la limitación de algunas denominaciones de origen y la permisividad a la entrada de maíz biotecnológico que podría destruir variedades domésticas.

Trump exige también que se impongan medidas severas para regular la manufactura, proteger a la fauna marina en zonas pesqueras y la flora en zonas de producción aguacatera. Las medidas parecen interesadas en la protección al medio ambiente, pero queda la duda si no son una forma de simplemente reducir la competitividad de la industria mexicana al imponer estándares más elevados que los que siguen nuestros competidores.

México está de acuerdo con hacer una buena parte de las cosas que Estados Unidos le propone, ya sea por miedo o por falta de visión. Algunos funcionarios ven las peticiones como positivas para el libre comercio o incluso, justas para con los empresarios internacionales. Parecen no caer en cuenta en que al aceptarlas, México se está cerrando la posibilidad a realizar una política de inversiones que verdaderamente nos beneficie y eventualmente estamos limitando nuestro propio crecimiento.

El problema yace en que, con frecuencia, entre los funcionarios mexicanos encargados de la negociación hay un mayor interés por terminar las negociaciones sin fricción que por proteger los intereses nacionales.

Si México sigue cediendo al listado de Trump, habrá dos víctimas. En el corto plazo, la primera será el empresariado mexicano, el cual no encontrará sombra ni apoyo para competir con las empresas estadounidenses que llegarán a comerse el mercado completo. La segunda víctima será el Gobierno de Sheinbaum, el cual perderá capacidad para hacer crecer la economía en favor de los mexicanos.

El intervencionismo trumpista ya logró imponer en Argentina un Gobierno ideológicamente afín y no puede descartarse que, de seguir por este camino, eventualmente lo logre también en México. El presidente de Estados Unidos apretó en Argentina el botón correcto: jugó con el enorme miedo que tiene el pueblo argentino de tener una nueva crisis cambiaria y ganó.

En México, Trump también está apretando el botón correcto: debilitando gradualmente la economía mexicana mediante ajustes regulatorios que impiden su crecimiento. Una vez hecho eso, Estados Unidos podrá lanzar algunas acusaciones de corrupción en contra de altas figuras políticas mexicanas, como lo ha hecho en Colombia, y lograr un cambio de Gobierno relativamente rápido.

México debe estar atento. Por supuesto que confrontar a Trump es un riesgo, pero en el largo plazo, no hacerlo puede ser aún más riesgoso. Si la satisfacción del presidente de Estados Unidos depende de que México le conceda todo, nuestro país no está protegiendo la relación bilateral, está asegurando la tumba política de su gobierno de izquierda.

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Sobre la firma

Viri Ríos
Académica y analista mexicana experta en política pública. Instructora en Harvard Summer School, ha sido profesora visitante en la Universidad de Harvard y Purdue, y académica invitada en el Wilson Center. Su libro "No es normal" recibió el Premio al Liderazgo Latinoamericano 2022. Doctora en gobierno por la Universidad de Harvard.
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