Ya no me voy a meter en eso
Lo que la presidenta condenaba en los neoliberales es ahora donde se mueven con alegrías sus compañeros: el lujo, el derroche, la impunidad y la prepotencia


Visiblemente fastidiada de tener que defender acciones y actitudes de sus compañeros, la presidenta ha manifestado en unos cuantos días su cansancio por salir en defensa de abusos, excesos, desplantes y provocaciones de los que en algún momento fueron miembros distinguidos de “el movimiento”, que es como le dicen.
A la pregunta concreta sobre la actitud del senador Adán Augusto López –envuelto en escándalos de crimen y corrupción- que se puso a ver un partido de fútbol en su pantalla mientras comparecía el secretario de Hacienda, la presidenta contestó con claridad y molestia: “Ya no me voy a meter en eso”. Si alguien se pregunta ¿y qué es eso? Pues ni más ni menos que proteger estilos de vida muy lejanos a ella. Lo que condenaba en los neoliberales es ahora donde se mueven con alegrías sus compañeros: el lujo, el derroche, la impunidad y la prepotencia.
No debe ser fácil para ella desgastarse en defender lo que en el fondo condena y le repugna. Que si Adán nombró a un criminal, en seguridad, que si debe millones de impuestos, que si mintió en su declaración patrimonial, que si el senador se dedica a provocarla una y otra vez. Más que el capital que pierda en esa defensa –no parece que la imagen de ella se vea afectada por las tropelías de sus compañeros- es el desgaste personal de tocar temas reservados para sus adversarios y que ahora son la nota cotidiana de sus mañaneras. Si, como dice el refrán, la política es el arte de tragar sapos, tampoco es una actividad que se tenga que hacer a diario y, por supuesto, cada quien escoge qué sapos traga y cuáles escupe.
Lo mismo en el caso del senador Gerardo Fernández Noroña, un político que se ha ganado a pulso el desprecio de propios y extraños, que no deja de llamar la atención con sus exabruptos como si se tratara de un niño que quiere que sus padres le presten atención. En estos días, aparecieron imágenes del legislador en un avión particular, gasto que evidentemente no puede justificar. En su defensa, terminó refugiándose en palabras presidenciales a manera de provocación. Al ser cuestionada al respecto, la mandataria mostró estar hasta la madre del sujeto y dijo con evidente molestia: “Ya, ya, ya, ya. No voy a entrar en debate con él. Ya, que a cada quien nos evalúe la gente”.
Se entiende el fastidio. Pero uno de los problemas está precisamente en las famosas mañaneras. Ella pone sus temas, claro, y es conveniente para su gobierno, pero también se ve obligada a contestar lo que se le pregunta y, en eso sí, ella no puede definir qué asuntos son de interés público. Así, Adán Augusto, Noroña, los Monreal, Gutiérrez Luna y su dato protegido, Mario Delgado, y un largo etcétera. Llevamos desde comienzos del verano en un torbellino de escándalos, frivolidad y corruptelas que no parece tener fin. Para colmo, esta semana nos enteramos que la que fuera vivienda austera de López Obrador en Copilco es ahora la bodega del arte que compra Andy, el hijo que quería ser como su papá. Parece que ese hombre no tiene llenadera para el despilfarro y la banalidad. Lo que anunciaron como un movimiento transformador está convertido en la cueva de Alí Babá.
De nada sirve ponerlos en un corral durante un evento si tiene que salir una y otra vez a encubrirlos y protegerlos. Es probable que la presidenta tenga que “hablar de eso” muchas veces más, porque sus compañeros insisten en la desmesura y la insolencia. Por más que Sheinbaum lo ha intentado, el tema lleva instalado meses y es así como se quedan los temas que definen gobiernos.
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