Ir al contenido
_
_
_
_
Reforma electoral
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La alquimia de Morena: escuchar sin dialogar

Claudia Sheinbaum ha iniciado el proceso para la reforma electoral poniendo la carreta delante de los bueyes

elecciones jueces INE
Salvador Camarena

Morena anuncia una reforma electoral y los primeros pasos que al respecto emprende la fuerza política dominante no auguran la posibilidad de que la nueva ley represente un avance en la historia democrática de México.

Los procesos electorales del país tienen problemas intrínsecos y retos derivados de las nuevas tecnologías, por un lado, y de la debilidad institucional del Estado frente a poderes fácticos, entre ellos marcadamente los grupos del crimen organizado.

La conformación del Consejo del Instituto Nacional Electoral surgió del valor entendido que descansaba en la colegialidad de ese organismo la aspiración de consensos para las decisiones más relevantes y, por ello mismo, la posibilidad de negociar tanto como fuera posible.

Ese INE es producto de una ola de reformas de medio siglo. La actual arquitectura institucional con que se organizan y dirimen las elecciones incorporó hallazgos (y mal que bien corrigió algunos errores) a partir de las lecciones aprendidas en décadas.

No importa mucho si se cree que las reformas comenzaron a dar resultados democráticos en 1997, cuando el PRI pierde la mayoría en San Lázaro y la izquierda gana enclaves importantísimos como la capital de la República, o si se opina que la democracia llegó solo a partir de que la oposición se hizo de la Presidencia en 2000. Porque es impensable esto último, y las sucesivas alternancias partidistas en Palacio, sin un Congreso dividido en los noventa o, para el caso, sin la conmoción por fraudes como el de 1988, crisis que obligó al régimen priista a ceder en las negociaciones.

Lo que es sustancial es que se puede advertir un continuum desde la primera reforma de gran calado, la multicitada de 1977, cuando surgieron las diputaciones plurinominales en la Cámara de Diputados hasta la última hace una década. Con más o menos calidad plural, hubo diálogo entre el partido en el gobierno y la oposición. Diálogo y negociaciones. Y cuando no, que se hubiera maltratado a una fuerza dejaba marca.

No obsta decir que en varios momentos, además de oposición partidista, las negociaciones tomaron en cuenta pronunciamientos o ideas de la sociedad civil, e incluso algunos de los integrantes de esta terminaron por convertirse en protagonistas de los cambios.

Hay toda una biblioteca sobre esas negociaciones. Algunos de esos libros son anecdóticos o coyunturales; otros, bastantes, revisiones analíticas. No es tan aventurado decir que México ha tenido tantos estudiosos de su régimen autoritario casi como de su transición.

Porque al final de cuentas son dos procesos tan conectados como las caras de una moneda: todo o mucho de lo que se negociaba ponía un ojo aspiracional en otras democracias y el otro en el retrovisor, con la esperanza de alejarse de las aberraciones de la “dictadura perfecta“.

En 2018 eso cambió. El partido que llegó al Gobierno en esa fecha bien pronto fue dando pistas de que no reconoce, y cada vez de manera más flagrante, sus triunfos electorales como una demostración de que el modelo electoral funcionaba.

Al contrario. Morena insiste en una retórica en la que sus conquistas electorales son a pesar de las leyes y las instituciones surgidas décadas atrás; a pesar de que ya les ha tocado nombrar, con su mayoría y sin entrar en descalificaciones, a consejeros (incluida la actual presidenta) del INE y magistrados.

Lo que se prefigura entonces es una sustitución de modelo electoral por uno propio para el cambio de régimen pretendido por los obradoristas. No basta con colonizar al INE como lo han hecho. Desaparecerlo es parte de una supuesta refundación nacional.

Es decir, la presidenta Claudia Sheinbaum ha iniciado el proceso para la reforma electoral poniendo la carreta delante de los bueyes. No le importa, a pesar de su formación de científica, hacer un diagnóstico de los males de las elecciones, porque ya cree saber lo que se requiere.

Si las elecciones son amenazadas por grupos criminales de distinto tamaño que —a veces mediante presiones, a veces por coincidencia de oscuros intereses— tripulan candidaturas y campañas, eso no ha sido enunciado como prioridad presidencial.

Si los procesos electorales cada vez están más expuestos a productos comunicacionales donde, con redes sociales y el auge de la inteligencia artificial, es más previsible la penetración de las fake news y la posverdad, eso tampoco es lo que en la mañanera se subraya.

Sheinbaum ha propuesto, sobre todo, cambiar la representación de las minorías en el Congreso y reformular el dinero a los partidos, justo cuando el suyo tiene mayorías constitucionales en las cámaras y el número de estados necesario para cualquier cambio a la carta magna.

Es necesario recordar la obvia influencia del régimen en la elección judicial a partir de la operación de los llamados acordeones, tan obscena como negada por el Gobierno como por la mayoría del INE proclive a coincidir con Morena.

Y en el tema del dinero, Morena incumplió en el pasado promesas de regresar fondos o de ceñirse a los presupuestos. Encima, como no se veía en décadas, la simbiosis mediática del Gobierno con su partido es tan cotidiana que terminó por normalizarse.

Para quien creyera que se trató apenas de ideas al aire en el pimponeo de cualquier mañanera, tiene ya en el equipo que ha definido la mandataria para encabezar las discusiones la constatación de que perfilará una iniciativa a partir de descalificación a los opositores y una cerrazón al diálogo.

Basta ver la entrevista de Pablo Gómez con EL PAÍS: qué apertura a negociar tiene alguien que de saque en su nuevo encargo llama a la oposición, entre otras cosas, “el déficit político del país”.

Por otro lado, el argumento de que se harán encuestas para saber la opinión del pueblo queda a merced de, como todo estudio de ese tipo, la forma en que se redacten las preguntas: ¿cuánto es solo un ardid del Gobierno, que ya descalifica plurinominales o dice que es caro el sistema, para obtener un supuesto respaldo demoscópico a lo que ya está precocinado?

El obradorismo no se reconoce en las negociaciones del pasado. Reniegan de aquellos avances, incluso del protagonismo que hayan tenido al respecto, con la misma facilidad con que hoy borran, del discurso que pretenden histórico, al PRD, su casa por más de dos décadas.

Cuánto de eso significa que siempre creyeron que una democracia donde la competencia abre la puerta a que cualquiera gane no funciona. Y que el primer paso para corregirla es inaugurar un nuevo modelo electoral, propio para un régimen que se asegure su mayoría.

De ser así, surgirán normas, procedimientos y organismos (difícil llamarles instituciones) que alineen las condiciones para que el partido en el poder goce de una ventaja para sí mismo, y recete una pronunciada pendiente para los contrarios.

Más que reforma, será alquimia: habrá elecciones, mas difícilmente democracia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_