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Pablo Ortiz Monasterio: “La cultura prehispánica ha estado silenciada 300 años en Ciudad de México, pero siempre resurge”

El fotógrafo, uno de los más representativos de la fotografía contemporánea mexicana, publica ‘Tenochtitlan’, una crónica visual que explora el pasado precolombino de la capital y su relación con la vibrante urbe moderna

Carlos S. Maldonado

Una ciudad con 700 años de historia que el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio no se cansa de retratar. La ciudad del mito, de la grandeza de los tlatoanis y los bárbaros sacrificios. La urbe sometida a fuego de cañón, destruida en nombre de la cruz y la avaricia extranjera. La de los ríos acorralados y entubados por cuadrículas con palacios de piedra. La capital que comercia, que grita millones de sonidos ensordecedores, la que protesta y baila y come alimentos ancestrales, la que tiene sus ritos a la Santa Muerte y reza a la Guadalupana. La capital desbocada e inagotable. La ciudad, en fin, que ha inspirado por décadas a Ortiz y que vuelve a ser el centro de su producción fotográfica con Tenochtitlan (Editorial RM), una hermosa crónica gráfica que explora el pasado precolombino de la metrópoli y su relación con la vibrante capital moderna de hoy y sus habitantes. Un libro que es homenaje y memoria visual.

No es la primera obra que Ortiz Monasterio (Ciudad de México, 1952) dedica a la capital. Hace 29 años publicó La última ciudad, con texto del escritor José Emilio Pacheco, una obra que ya es de culto para la fotografía contemporánea y que es una muestra de esa intensa relación del artista con la imagen y la literatura. Su nuevo libro incluye también un potente ensayo firmado por el escritor Álvaro Enrigue, quien ahonda en los relatos del invasor Hernán Cortés y sus compañeros de aquella deslomada empresa hasta textos de historiadores que han intentado armar el rompecabezas de la historia chilanga. Enrigue no se anda por las ramas si de calificar al conquistador se trata (“una banda de amotinados con un estado mental de kamikazes”, llama a aquellos conquistadores), pero su ensayo —publicado en inglés y español— es una lectura oportuna para conocer la apasionante historia de “una muy linda y gran ciudad, cual es la de México”, que este 2025 ha estado de cumpleaños.

El fotógrafo recibe a EL PAÍS en su casa estudio localizada en San Ángel, el bonito barrio del sur de la capital de calles empedradas y enormes casas separadas del mundo por robustos muros que recuerdan que esta es una ciudad de brutales diferencias: la riqueza más absoluta y la pobreza más estrecha se codean sin encontrarse. Ortiz Monasterio ha reunido en este estudio más de seis mil libros de fotografía, solo de fotos, porque se deshizo de los de literatura, algunas verdaderas joyas que él resguarda con celo. En esta construcción vertical, de altos techos y habitaciones conectadas por una respetable escalera en espiral, vive, trabaja y recibe a sus amigos el fotógrafo de la gran urbe hispanohablante.

Pregunta. Ha creado usted una crónica visual y literaria de Ciudad de México. ¿Qué papel ha jugado la ciudad en su formación visual y emocional?

Respuesta. Todo. Uno es producto de sus circunstancias y Ciudad de México es potente, fuerte, trágica y tiene una historia épica. Aquí nací, aquí he vivido. Estuve unos años fuera, pero sabía de siempre que era una cosa temporal. Soy producto de esta ciudad.

P. Ha contado de nuevo la ciudad. ¿Por qué decidió hacer este libro?

R. En esa circunstancia de la pandemia, cuando todos estaban con tapabocas, salí en la bici y empecé a ver la historia de la ciudad, de ese islote donde se fundó Tenochtitlan, entender hasta dónde llegaba en el siglo XVI. Yo siempre llevo la cámara y me gusta tomar fotos, ese proceso es muy intuitivo. Entonces, digo: “Ah, eso es lo que voy a fotografiar, no Ciudad de México, sino ese territorio”.

P. ¿Por qué lo apasionó ese islote, ese centro de esta ciudad que lleva siglos aquí?

R. Porque hubo una voluntad de tirarlo, de desvanecerlo, sobre todo ese origen prehispánico. Esa cultura prehispánica ha estado por 300 años silenciada, no se podía hablar ni mencionar, eso era prohibido. Este libro es un intento de poder imaginar ese pasado de 700 años. Tengo amigos arqueólogos que dicen que la calle de República del Perú es la única calle curva del centro histórico, porque todo lo demás una traza novohispana, todo cuadriculado. Entonces voy a la calle a ver si es curva o no y me veo en la necesidad de escribir un recado para decir que ahí pasó un antiguo canal que dividía Tenochtitlan de Tlatelolco, dos hermanas ciudades. Eventualmente, se secó y había que fotografiar eso. En realidad este libro tiene un peso conceptual.

P. ¿Qué pretendía mostrar de esta ciudad que tiene 700 años?

R. Lo primero que me interesó es decir que hubo 300 años que con una voluntad férrea quisieron desaparecer todo y eso no se desaparece. Es como el agua, como la humedad, resurge. O sea, nunca se enterró, nunca se olvidó ese pasado. Tú ves ahí que venden elotes, esquites, los chayotes, algo que solo se come aquí en esta parte del centro del país, específicamente en México, hervidos, con sus espinitas. Esto se viene consumiendo por 700 años en ese mismo lugar. Abusando la mirada empiezas a darte cuenta de que en muchos lados hay síntomas de ese pasado que quisieron absolutamente desaparecer.

P. El libro es también una crítica a la versión de las crónicas de los conquistadores. ¿Nos hemos aferrado tanto a ellas y descuidado un análisis más crítico de lo ocurrido?

R. Me gusta el ensayo, pero son dos piezas por separado. Es un ensayo académico con una voz bastante áspera, sobre todo con Cortés, a quien no baja de inepto, chaparro. Es altanero en un ensayo muy serio, muy académico. A mí su voz me encanta. Él [Álvaro Enrigue] acaba de escribir una novela, Tus sueños imperio han sido (Anagrama), que es justo sobre ese tema. Le dije: “Préstame tu novela, te tijereteo y aviento unos párrafos”, pero me dijo que no, que quería hacer un ensayo. A mí me encanta, es muy clavado, aunque no es fácil de leer. Lees el ensayo y te metes en un universo que te hace pensar, sentir.

P. Dice que hubo un intento de borrar ese pasado prehispánico de la ciudad. ¿Cree que la fotografía puede reparar el olvido?

R. No propiamente, pero sí creo que puede generar reflexión. A lo mejor nosotros olvidamos, pero se ve que el territorio no y vuelve a emerger por alguna razón. Están, por ejemplo, los pregoneros que gritan llévele, llévele, llévele. Estando ahí me decía: eso es prehispánico. Hay crónicas que cuentan que en el mercado de Tlatelolco la gente cantaba para animar la compra y venta.

P. ¿Qué pretende lograr con estas fotografías?

R. Pensé que lo que quería decir lo iba a decir en un libro, porque un libro tiene su lógica propia interna, es una cosa primitiva. Es un objeto que tiene un orden. Tiene la posibilidad de ir armando un discurso que va engarzando imágenes y va haciendo énfasis en lo prehispánico, que invita a reflexionar en lo prehispánico. De eso se trata, un libro que puede ser disparador de conciencia a la hora de ir viendo las fotos.

P. ¿Cree que la ciudad mantiene esa relación con su pasado?

R. Sí. Absolutamente. Ese pasado, que por siglos quisieron definitivamente borrar y que el tiempo va borrando. Pero sí, definitivamente, y sobre todo ahí en el centro histórico, donde ese espíritu colectivo se expresa en las paredes, en los comercios. Eso tiene el libro, construyes una pieza evocativa, genérica. En 20 años la ciudad y el centro histórico no van a ser los de ahora. Este libro va a envejecer bien. ¿Qué quiere decir eso? Le van a aparecer otros valores.

P. ¿La fotografía también es una forma de preservar la memoria?

R. Claro. La fotografía inevitablemente es documento y preserva.

P. ¿Cree que en este momento de saturación visual la fotografía aún puede sorprender?

R. La pregunta no es si la fotografía puede sorprender, sino si el homo IA tiene capacidad de sorpresa. En los últimos 20 años el internet nos ha permitido ver tal cantidad de cosas, que nos debemos preguntar si nos queda la capacidad de sorpresa. Sin duda alguna, en la observación minuciosa de las fotos y de los textos y de los productos de la reflexión humana, hay territorios extraordinarios, hay recorridos que te abren los ojos y te permiten ver e imaginar y eso es una sorpresa.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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