Ir al contenido
_
_
_
_

El caso Valentina Gilabert y Marianne Gonzaga: cuando la violencia se hace viral y monetizable

Un apuñalamiento en Ciudad de México expone a las dos jóvenes, una de ellas menor de edad, al escrutinio y a la revictimización en redes sociales

Marianne Gonzaga y Valentina Gilabert, búsqueda en TikTok
Paola Alín

La tarde del pasado 5 de febrero una noticia se hizo tendencia en cuanto se dio a conocer: la influencer de 17 años, Marianne Gonzaga, había sido detenida en Ciudad de México por apuñalar a otra persona, luego identificada como Valentina Gilabert, entonces de 18 años. Cinco meses después, Gonzaga salió del centro de reclusión para seguir un proceso de libertad custodiada. Gilabert, en un mensaje público, afirmó que “todo el mundo se merece una segunda oportunidad”. Lo que parecía el cierre de la historia se convirtió en el inicio de un espectáculo monetizable. Al mismo tiempo que Gonzaga duplicó su audiencia en Instagram y Gilabert casi cuadruplicó su número de seguidores en TikTok respecto de los que tenía cuando sufrió el ataque, las redes sociales pronto se inundaron de videos, transmisiones en vivo, entrevistas en medios de comunicación y debates interminables en los que ambas jóvenes han sido expuestas al escrutinio masivo y a la revictimización.

La viralización del caso también ha puesto en evidencia problemas de mayor calado: desde la forma en que las narrativas patriarcales y machistas siguen moldeando el debate colectivo hasta el impacto de las redes sociales en la construcción de la identidad de las personas más jóvenes. También los vacíos legales frente a la violencia digital y las deficiencias en el acompañamiento a la adolescencia en México. Los datos muestras que las causas penales contra adolescentes se han disparado en el país, con un aumento del 40% entre 2021 y 2023.

De un hecho violento a la “economía del escándalo”

“Algo que ocurre con las redes (sociales) es que ya estamos muy acostumbrados a que todo lo que pasa en nuestro día a día puede ser capitalizable como contenido. Hay una línea sumamente delgada en la que no sabemos qué es entretenimiento y qué es la explotación de una situación muy delicada”, dice a EL PAÍS Alejandra Higareda, fundadora y directora del medio digital Malvestida. El hecho de que el caso en el que se vieron involucradas Gilabert y Gonzaga haya aterrizado en la arena pública de Tiktok, Instagram y YouTube ha impedido que se hable “desde un lugar de vulnerabilidad, de curiosidad, de preguntarse ‘¿Qué fue lo que pasó aquí?’, ‘¿Cómo una persona llega a cometer ese acto de violencia?’”, agrega la psicóloga y creadora del proyecto de salud mental Laboratorio Afectivo, Maynné Cortés.

Marianne Gonzaga

Uno de los detonantes de las olas de hate, odio, que ha levantado el caso han sido los videos publicados recientemente por Gonzaga, en los que ha sugerido que fue una presunta infidelidad con su expareja y padre de su hija la que detonó el ataque. Al mismo tiempo, las audiencias se han polarizado, tomando partido por una u otra. De esa confrontación, han surgido contenidos alarmantes: algunas creadoras han llegado a lanzar amenazas contra Gilabert, mientras que otras han declarado abiertamente que, en su lugar, habrían actuado igual que Gonzaga. Gilabert ha hablado en sus redes de la revictimización que ha vivido, incluso ha dicho que ya quisiera seguir con su vida y no hablar más de lo ocurrido.

“El tema con las personas famosas es que se vuelven un espejo, pantallas en las cuales la gente proyecta un montón de cosas, pero sin la conciencia de que de lo que hablan es de una persona”, explica Cortés. Higareda ahonda en esto. “Las personas se dan la licencia para externar opiniones que posiblemente no le dirían a alguien de frente. La gente expone sus heridas cuando ve algo en redes que le detona algún trauma o que le atraviesa”, como la experiencia de los celos o la infidelidad. Justamente, en internet se ha popularizado en los últimos años un tipo de contenido llamado rage-bait (anzuelo del odio), cuyo único objetivo es generar reacciones agresivas para lograr la viralización y, por lo tanto, ganar dinero con ello.

En redes, han proliferado explicaciones reduccionistas de las causas de la agresión, reforzando estereotipos de género y la vieja narrativa de la “buena mujer contra la mala mujer”, explica Higareda. Pero de fondo está reconocer que “toda agresión ocurre en un contexto y es, por ende, posibilitada por el mismo. Es decir, hay escaladas de violencia que aunque, obviamente, hay personas individuales que las ejercen, se dan dentro de una narrativa, una dinámica social que va construyendo la posibilidad de que existan esas interacciones”, refuerza Cortés.

Violencia digital sin freno legal

El caso también abrió una discusión sobre las limitaciones legales en México para frenar la violencia digital. Aunque la Ley Olimpia y otras reformas reconocen este tipo de agresiones, los recursos disponibles siguen siendo insuficientes.

Las víctimas pueden solicitar el retiro de contenido o medidas de protección, pero no existe un mecanismo eficaz que impida que ese material se replique de manera infinita en internet, explica en entrevista la abogada Leslie Urzúa. A ello, se suma que plataformas como Tiktok, con millones de usuarios adolescentes, suelen deslindarse de responsabilidad al argumentar que no son redes sociales sino “plataformas de información” y que, además, su domicilio fiscal se encuentra fuera de México.

En la práctica, el moderador principal no es una persona, sino un algoritmo, lo que dificulta cualquier gestión efectiva frente a contenidos violentos o revictimizantes. “Este caso es paradigmático porque muestra que la violencia digital no corresponde exactamente con lo que hoy está tipificado en la ley. Sería importante contar con una legislación que reconozca las distintas formas de violencia digital, que identifique las plataformas (más allá de definiciones y conceptos) y que estudie las conductas más comunes en internet que derivan en delitos”, añade Urzúa.

Pero el debate no se reduce a las lagunas legales, también obliga a plantearse preguntas de fondo sobre el acompañamiento y la contención que reciben los adolescentes, tanto en su vida cotidiana como en sus interacciones digitales. “Es muy fácil trasladar toda la responsabilidad a ellas dos, cuando en realidad todas las personas —como sociedad— tenemos un papel en esto: desde lo que consumimos y cómo reaccionamos, hasta lo que reproducimos en redes”, afirma Higareda.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Paola Alín
Es editora SEO y periodista en EL PAÍS México y América. Antes fue editora de Malvestida, un medio dedicado a la diversidad, el género y la cultura pop. Es coautora del libro 'Existir Suavecito' (Editorial Planeta, 2024). Ha trabajado en medios como CNN, Animal Político, HuffPost y la revista Chilango.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_