Berenice Andrade: “La magia y la ciencia pueden convivir armoniosamente”
La escritora mexicana publica su primera novela, ‘Nadie recuerda su propia muerte’, en la que combina creencias ancestrales y salud mental para explorar la herencia cultural y genética


Berenice Andrade se ubica a sí misma a la mitad del camino entre la magia y la ciencia, entre otras paradojas. Nació entre el asfalto de Ciudad de México hace 41 años, pero sus raíces están cerca del mar en Reforma de Pineda, Oaxaca. Antes fue periodista, ahora escribe sobre maldiciones. Dentro de esta dualidad florece Nadie recuerda su propia muerte (Penguin Random House), su primera novela, ganadora del premio Mauricio Achar, que le abrió las puertas a la publicación. La describe en entrevista para EL PAÍS como “un pequeño artefacto de angustia, desesperanza e ironía”. En este libro conviven dos planos que suelen presentarse como opuestos, mientras retumban las preguntas que se hace la protagonista: “¿La locura se hereda como las maldiciones? ¿Con qué limpia se curan las brujerías de los genes?”.
Nadie recuerda su propia muerte es la historia de Gregoria, una mujer que cree que su familia está marcada por una maldición. Aunque recibe un diagnóstico psiquiátrico, no logra desprenderse de esa idea y decide viajar a Reforma de Pineda, el pueblo natal de la familia de la autora, para buscar respuestas y enfrentar su propio legado. Para Andrade, la capacidad de creer en la ciencia sin renunciar a las creencias heredadas, refleja algo profundamente arraigado en la identidad mexicana. “En nuestra cultura, estos dos mundos —la magia y la ciencia— casi opuestos, pueden convivir armoniosamente. Estamos acostumbrados a reconciliar ideas contradictorias”, explica. “Yo misma me considero 50 y 50. Soy apasionada de la divulgación científica, pero también con un fuerte arraigo en la tradición con la que crecí”, confiesa.
La supuesta maldición que persigue a los habitantes del libro es, en muchas ocasiones, la de los fantasmas emocionales. Andrade describe personajes de diversas edades que enfrentan trastornos mentales, sin abandonar el pensamiento mágico. Reconoce la autora que parte de la verosimilitud del sufrimiento que padece el personaje principal proviene de su propia experiencia: “Padezco un trastorno mental que he aprendido a manejar con los años, pero escribir personajes que sufren tanto es cansado y requiere muchos recursos emocionales”, admite. “Mientras escribía, sentía que estaba exorcizando cosas, pero también me estaba agotando. No es sencillo sumergirse tanto en el dolor de un personaje sin que algo te salpique”. Nadie recuerda su propia muerte es, entonces, no solo una historia sobre maldiciones y diagnósticos, sino una exploración de lo que significa cargar con un pasado que no se elige, un duelo que no se cierra y una herencia que se resiste a desaparecer. “Escribir este libro me ayudó a reconciliarme con partes de mí que no siempre son fáciles de aceptar. Me permitió mirarlas de frente, aunque fuera a través de un personaje”, confiesa.

El jurado del Premio Mauricio Achar, que organiza la editorial Penguin Random House y la cadena de librerías Gandhi, reconoció la obra de Andrade “por ser una novela con un agudo sentido del humor, que mezcla el mundo de la magia rural con la psiquiatría moderna, planteando contrastes entre la herencia genética y la cultural”. El premio, creado hace 10 años con el objetivo de incentivar a escritores jóvenes, está dotado con 150.000 pesos mexicanos. Desde su origen, ha recibido más de 2.800 postulaciones y cada año publica la novela ganadora bajo el sello de una de las editoriales más potentes de la industria. En esta edición, el fallo estuvo a cargo de los escritores Alaíde Ventura Medina, David Toscana y Julián Herbert, así como de representantes de las organizaciones que impulsan el galardón.
Toscana destacó el 11 de diciembre pasado, cuando se entregó el premio, que la obra “cuenta con esa idea fantástica que es mezclar demasiada tragedia con el humor. Si alguien tuviera que contar una historia así lo haría llena de dramas; si nos ocurriera a nosotros diríamos que es una historia triste, pero contada en esta novela se siente una historia fresca, que se lee con muchísimo placer”.
Uno de los hilos más potentes de la novela es la idea de una maldición familiar, aunque para Andrade no necesariamente tiene que ver con lo sobrenatural. “Podría ser la herencia de traumas transgeneracionales. Violencias, carencias y patrones que se transmiten de una generación a otra y que moldean o destruyen identidades”, señala. En su opinión, esos legados invisibles pesan tanto como las historias fantásticas de sobremesa. “Quería que Gregoria fuera una mujer que, aunque tenga herramientas racionales, no puede evitar sentir que está atrapada en algo que viene de muy atrás”, dice. Así se trata también de un reflejo de cómo el dolor se incrusta en la vida cotidiana. La protagonista vive atrapada en un dolor que no ha sabido resolver. “Ella vive del duelo y carga con las pérdidas de su familia”, comenta Andrade.
Aunque no es una historia autobiográfica, sí está atravesada por elementos de la vida de la autora. De niña, escuchó que a un tío suyo “supuestamente se lo llevó una sirena”, una anécdota que se convirtió en un guiño dentro de la novela. “Me fascina cómo esas historias conviven con lo cotidiano. En mi familia, lo increíble no se cuestiona demasiado, y yo quería capturar esa atmósfera”, explica. El escenario principal, Reforma de Pineda, es un pueblo real del Istmo de Tehuantepec. Andrade lo describe como “idílico” en la vida real, aunque en el libro eligió mostrarlo con un rostro menos amable. “En ficción necesitaba exagerar, dramatizar, materializar mis pesadillas. Fue una forma de ‘matar a la madre”, dice, para referirse a ese desprendimiento entre la creadora y su origen.
En medio de escenas dolorosas, aparece el humor negro, que el jurado destacó como uno de los encantos de la novela y que, asegura, no fue algo planeado. “Surgió al evidenciar el absurdo de contraponer lo mágico con lo científico, y como protección emocional para no sufrir tanto mientras escribía”, confiesa. Dentro de los procesos que vivió al escribir, se refiere a la prisa que persigue a los periodistas, como un reto para la exigencia de un ritmo distinto al escribir literatura: “Vivo una tensa calma. Escribo cuando puedo, mientras trabajo en oficina. La literatura sigue siendo algo que defiendo a ratos, en los huecos que deja la vida diaria”, comparte.
Al final de la entrevista, Andrade destaca que la portada del libro es una pintura de Lucía Vidalés, Bajo tierra. Recuerda que, al verla por primera vez, sintió una conexión inmediata. “Pensé que la habían hecho para el libro, pero ya existía. Encontré muchos puntos de convergencia entre su obra y mi novela”, comenta. En su opinión, la imagen condensa de forma visual la tensión entre lo enterrado y lo vivo, un tema central de la historia.
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