Anatomía de una desaparición masiva en México: “Mamá, caí en manos de la mafia”
EL PAÍS reconstruye los últimos movimientos de un grupo de 40 migrantes de Cuba, Honduras y Ecuador a los que se les perdió el rastro el 21 de diciembre de 2024 en San José El Hueyate, en la costa de Chiapas. Seis meses después, ninguna autoridad ha empezado a buscarlos

Eran humildes, de barrios de casitas bajas, de supervivencia de remesas. Eran conductores y albañiles, amas de casa y estudiantes. Venían de Cuba, de Honduras y de Ecuador. Querían llegar hasta Estados Unidos, donde a algunos les esperaba una madre, un esposo o una hermana, a otros les parecía bien quedarse en México. Llamaban a diario a sus familias, mandaban la ubicación en tiempo real, compartían sonrientes los selfis de cada tramo en el camino. Respondían a si has comido o tienes calor o qué tal has dormido. Eran carne y huesos y esfuerzo. En la lista aparecen 40, son ocho a los que sus familias buscan con desesperación. ¿Dónde está Elianis Morejón, de 18 años? ¿Y Jefferson Quindil, de 21? Faltan Meiling Bravo, de 40 años, y su hijo Samei Reyes, de 14; Jorge Lozada, de 24, y Lorena, de 28; Dayranis Tan y Ricardo Hernández, ambos de 33 años.
Todos desaparecieron en la mañana del 21 de diciembre de 2024 en el sur de México, recién montados en unas lanchas que los debían llevar de San José El Hueyate, en la costa de Chiapas, a Juchitán de Zaragoza, en Oaxaca. A las 08.25 de la mañana se apagó la última señal. Los polleros dicen que fueron detenidos, que se ahogaron, que los mataron, que los tiene el cartel en un campo de trabajo forzado. Pese a las denuncias constantes, las autoridades mexicanas no han hecho una sola acción para encontrarlos. Hace seis meses que las familias reciben engaños, extorsiones y amenazas, pero de ellos, ni un rastro. Es como si México —con sus 129.000 desaparecidos a cuestas— se los hubiera tragado.
Dicen los migrantes que hay algo peor que cruzar la oscura selva del Darién, en Panamá, para llegar a Estados Unidos. Dicen que no hay nada que se compare a México. En los últimos cinco años, 237 migrantes han desaparecido en el país, según las cifras de la Secretaría de Gobernación. Otros cientos han sido asesinados: mueren asfixiados en celdas migratorias en Ciudad Juárez, a disparos por una confusión del Ejército, masacrados como los 72 de San Fernando, calcinados entre Tamaulipas y Nuevo León. Estos episodios se convirtieron en las postales atroces del norte, pero ahora, el terror de la frontera bajó al sur.
Chiapas siempre fue la puerta de entrada del negocio criminal. Por el río Suchiate cruzan las armas, la droga y los migrantes. Ingresan desde Guatemala y una vez en México se distribuyen desde ahí hacia todo lo demás. Hace más de un año que el Estado, el más pobre del país, se convirtió en tierra tomada. La pelea entre los principales grupos criminales del país, el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación, ha dejado un reguero de vacíos y de cadáveres. En esta pugna por el territorio los migrantes han sido la presa fácil. La mayoría no denuncia, por lo que sus crímenes no aparecen en las estadísticas oficiales. Pero, en 2024, la organización Alto al Secuestro registró que solo en un mes 101 migrantes habían sido secuestrados en Chiapas. La persecución y el abuso ocurre ante la mirada omisa de los retenes de la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración.
Estos dos últimos años, en los que casi dos millones de personas han entrado de forma irregular en México, han servido a los grupos criminales en el sur para hacer una gran industria del tráfico de personas. Muchos de los que cruzan a México llegan ya con una travesía pagada. Así venían Meiling y Samei, Lorena y Jorge, Elianis y Dayranis, todos de Cuba. Habían pagado entre 8.000 y 10.000 dólares por la ruta entre Managua (Nicaragua) y Ciudad de México. Como si fuera una carrera de relevos, fueron recogidos en vehículos particulares por distintos conductores, que los graban cuando los dejan en la siguiente estación. “Estamos aquí dejando el servicio de lo que son dos personas, sanos y salvos. ¿Todo bien, señores?”, se oye en uno de los últimos videos que les tomaron a Meiling y su hijo Samei: “Bienvenidos a Tapachula”.
Tapachula es el inicio de la espiral. En esta ciudad, de unas 350.000 personas, estuvo durante casi dos meses Jorge Lozada esperando a que saliera su cita del CBP One, el sistema de asilo de Estados Unidos —que Donald Trump desactivó en su primer día de mandato—. “Se desesperó, porque lo que quería era entrar antes de que Trump asumiera el poder. Su esposa estaba allá y quería estar con ella”, cuenta su madre, Alicia Santos, por videollamada desde Santiago de Cuba. Así, el 17 de diciembre Lozada contactó a un pollero por Facebook. En la conversación —a la que ha tenido acceso EL PAÍS— Lozada le pregunta en varias ocasiones por el peligro: “Brother no hay riesgos en el camino??? Yo temo un poco por eso”. “No hermano la línea es segura. Es en carro particular”, contesta el traficante, que reconoce que lo más difícil es “salir del sur” pero que ellos viajan “con clave para migración, pulsera y sello”: “Que es el permiso que nos dan para salir sin problemas”.
La conversación sigue por WhatsApp y el plan cambia. Jorge Lozada y Lorena —a quien su familia ha pedido omitir sus apellidos— no salen en coche hacia Ciudad de México porque “la carretera está mala, llena de retenes”, sino que son trasladados a San José El Hueyate, un pueblito en la costa de Chiapas, a unos 50 kilómetros de Tapachula, conocido por ser el origen de las rutas marítimas de migrantes, armas y droga hacia el norte. A esta especie de bodega, llega el resto del grupo, que todavía no se conocía y cada uno había llegado con un coyote distinto, entre el 18 y el 19 de diciembre. Ricardo Hernández, que había salido de El Progreso, en Honduras, el 2 de diciembre, y Jefferson Quindil, que había partido de Cotopaxi, en Ecuador, el 8 de diciembre, fueron a parar también a esta casa.

Fue ahí, en esa construcción sin terminar, rodeada de plataneros, donde empezó la inquietud. Hacía mes y medio que Elianis Morejón había salido de su casa en un pueblito cercano a Colón, en Cuba. Su camino fue largo: pasó por Surinam, Guyana y llegó a Río de Janeiro. Lectora empedernida, sociable y amable, aguantó casi un mes sola en Brasil. El 13 diciembre salió a Colombia, de ahí El Salvador, después Nicaragua. La ruta con el guía que atravesó Centroamérica fue sin contratiempos. “Muy bien tratada, muy tranquila”, relata su madre Isis Pérez desde Cuba. “Fue al llegar a México... algo no le gustó para nada. El primer día me dijo: ‘Mamá, caí en las manos de la mafia”.
Por el GPS de Elianis Morejón, las familias saben que el 20 de diciembre los migrantes no se movieron de esa vivienda. Jorge Lozada le cuenta a una amiga ese día por WhatsApp: “Estoy esperando a coger lancha, pero dicen que la marea está alta, que no podemos salir así”. Esa misma tarde, le escribe: “Aquí se ha formado un tiroteo cabrón, esta gente salieron armados hasta los dientes y nos mandaron a entrar”. También por las conversaciones telefónicas y de WhatsApp, las familias saben que no les estaban dando de comer, que quienes los vigilaban estaban drogados: “Esa gente andan a lo loco, hacen eso para mantenerse despiertos”.
El 21 de diciembre en la mañana, dos lanchas repletas de migrantes salieron desde el pueblo de San José El Hueyate en dirección al norte. Era una travesía —les dijeron— de unas ocho horas hasta Oaxaca. De ahí seguirían el viaje hasta Ciudad de México, la última parada para la que sus familias habían pagado. “Pude hablar con ella ya encima de la lancha. Me dijo: ‘Estamos aquí montados y nos están poniendo chalecos salvavidas”, cuenta Darian Rivas, pareja de Elianis, con quien se iba a reunir en EE UU: “Estaba asustada, ella no sabía nadar”.
“Hola buenos días Lili cómo estás”, escribe Ricardo Hernández a las 7.02 de la mañana [hora de México] a su hermana. “Ya estamos en lancha”, añade 53 minutos después. Cuando su hermana Lilian le contesta a las 08.30 ya no le llegan los mensajes. La última localización del grupo está ya en el océano Pacífico, es un punto en el agua cerca de la orilla. La hora marca las 08.25, después no hay nada.

La primera explicación de los coyotes fue que el grupo había sido detenido. “Pero nos dijeron que como eran ya las fiestas de Navidad no se podía hacer nada para sacarlos”, explica Lilian Hernández por teléfono desde Estados Unidos. Después les dijeron que las lanchas se hundieron —aunque los pescadores de la zona no registraron ningún accidente en esos días—. Y a las semanas ya llegaron las extorsiones. “La prueba que te voy a mandar, es que le voy a pegar un balazo y te voy a enseñar la foto de ella”, le llamaron a Darian Rivas, cuando le pedían 2.000 dólares. Y los pagó. Después fueron 3.000 y luego otros 1.500. Nunca le mandaron una foto, ni un audio, ni la pusieron en llamada. A ninguna de las familias. Todas fueron extorsionadas, algunas incluso en varias ocasiones. La última fue a cargo de Milton, un coyote cubano, que les compartió una lista en la que estaban los nombres, los pasaportes y las firmas de sus familiares. Todo coincidía, así que la dieron por válida. Ahí aparecen 40 nombres de migrantes presuntamente secuestrados por el Cartel de Sinaloa. Pagaron 12.500 dólares de rescate y Milton se desapareció con el dinero.
Su única esperanza está ahora en unas autoridades que, a pesar de tener la localización exacta de donde estuvieron y los números de quienes los trasladaron, no han hecho nada por buscarlos. Este periódico ha contactado con la Fiscalía de Chiapas y la Fiscalía General de la República, también con la Secretaría de Marina, pero no ha recibido respuesta. “No solamente es la desaparición masiva de personas en situación de vulnerabilidad, sino que hay una total indiferencia por parte del Estado mexicano”, explica Yesenia Váldez, abogada de la Fundación para la Justicia, que está representando a las familias e interpuso la denuncia en la FGR. La abogada explica que conforme pasan los días el paraguas de la desaparición permite que se sumen otros delitos: trata, reclutamiento forzado... “En seis meses no hay ninguna noticia, pero tampoco hay ninguna acción de búsqueda. Son 40 personas. ¿Cómo desaparece tanta gente? ¿Cómo la autoridad no se da cuenta? O lo permite o forma parte”.
Jefferson Quindil

Jefferson
Stalin Quindil
21 años - Originario de Cotopaxi, Ecuador.María tiene en su celular una foto y un video de su hijo. En la primera sale con ella y otra de sus hijas, está oscura, tomada desde arriba y salen acurrucados. El video dura 24 segundos y está formado por imágenes de Cotopaxi, una provincia cercana a Quito, la capital de Ecuador, de donde María salió hace dos años con destino a Estados Unidos. Una de ellas es la fotografía que aparece en este reportaje, del muchacho, de 21 años, sonriente con una chamarra nueva. “Él es normal, no exagerante, no de quiero esto o esto, no. No dice nada sobre la comida, sobre la ropa, no, lo que yo compraba, él ponía”, explica por videollamada María, hablante de la lengua quechua.
Jefferson Stalin Quindil estaba estudiando en la escuela militar, pero conforme empeoraba la situación en Ecuador, que está inmerso en un régimen de excepción, más ganas tenía de irse. “Aquí no hago nada, mami, yo quiero irme para allá”, le dijo a su madre, que relata ahora llorando: “Quería venir a ver a mí”. Salió a principios de diciembre. Voló a San Salvador y de ahí un guía lo recogió para cruzar Honduras y dejarlo en Tapachula. Es el mismo guía que utilizó María hace dos años, y que le ayudó a cruzar México. Eso le daba confianza. Sin embargo, en vez de hacer la ruta en vehículo particular como le tocó a ella, a Jefferson lo llevaron a San José El Hueyate para subir por lancha.
El sábado 21 de diciembre platicó por la mañana con su madre: “Hoy ya me sacan, mami, estoy bien, no estoy preocupado, ahorita estoy arreglando mochila, poniendo una funda para que no moje y ahorita salgo”. Le dijo que eran ocho horas de travesía y a ella le parecieron muchas. Se preocupó, le pidió que le avisara en cuanto salieran de la casa. “Él no supo dejar nada absolutamente, ni ubicación ni nada. A las 06.43 estábamos conversando y ya para las 7 de la mañana [hora de Estados Unidos] ya no me dio señal de vida. Entonces yo llamaba, mandaba audio, mensaje. Nada, hasta ahora”.
Meiling Álvarez y Samei Reyes

Meiling Álvarez
y Samei Reyes
40 y 14 años - Originarios de La Habana, Cuba.Su familia guarda las imágenes de cada tramo en el camino. Meiling Álvarez con los rizos recogidos, sonriente, ropa deportiva, mochila y chanclas. Siempre del brazo de su único hijo, Samei, que mira serio a la cámara cuando le graban los polleros. “Hoy 18 de diciembre de 2024, Chapin aquí está tu gente, en Tapachula, ya de camino pa la Ciudad de México”, dice el último traficante, al que su hermana Mayelin Álvarez, le había pagado la ruta hasta la capital de México. Nunca ha explicado qué pasó con ellos, pero sigue activo, en redes, ofreciendo los servicios para otros migrantes.
Ellos salieron el 12 de diciembre de Cuba. “Estaban locos por irse de aquí”, cuenta Margarita Bravo, desde La Habana. Meiling trabajaba en un banco, pero lo dejó para tratar de solicitar el llamado parole humanitario, el programa iniciado por Joe Biden que permitía a cubanos, haitianos, venezolanos y nicaragüenses pedir asilo si tenían un familiar en el país. La hermana y los sobrinos de Meiling viven en EE UU, pero no le aceptaron la solicitud, por lo que “se lanzó a la travesía”. También contemplaban como opción encontrar trabajo en México. “Ella es una muchacha muy carismática, superagradable, presumida, le encantaba bailar”, dice Margarita. “Y buena madre”, apunta su hermana. Sobre Samei, a las dos se les quiebra la voz: “Un muchacho bien alegre, le encantaba la informática, estaba en la secundaria”, recoge su abuela. Termina Mayelin: “Un muchachito muy bueno, tranquilo, noble. Si a veces me pregunto… ¿dónde lo tendrán?”.
Ricardo Hernández

Ricardo Hernández
32 años - Originario de El Progreso, Honduras.Desde que Ricardo Hernández desapareció, su hermana Lilian ha hecho lo imposible por encontrarlo. Consiguió que un abogado pusiera un amparo a los centros de detención migratorios, donde ya el 29 de enero le confirmaron que no estaba allí retenido; puso la denuncia en la Fiscalía de Chiapas y en las comisiones de búsqueda, que empezaron a difundir su ficha el 12 de febrero; ha pagado extorsiones, le ha escrito por mail y redes sociales a Omar García Harfuch, el zar de Seguridad de México, para pedirle ayuda. “Mi meta es que las autoridades mexicanas nos escuchen, porque ¿cómo es posible que se pierdan 23 personas y nadie haya visto nada y nadie sepa nada? Es imposible, alguien tiene que saber lo que está pasando", cuenta por videollamada desde EE UU.
Ricardito, como ella lo llama, es el pequeño de la familia. No se ven desde que ella salió de Honduras hace 20 años: “Es el del corazón más grande, quien más ha cuidado a mis papás”. Estudió Ciencias de la Computación, pero no encontró un empleo relacionado con su carrera. Su último trabajo fue en una tortillería, entregando tortillas a los restaurantes. Tiene dos hijos y uno de ellos iba a empezar la escuela. “Ya no quería estar pidiéndome dinero a mí”, cuenta Hernández, que durante meses pensó que el único desaparecido era su hermano. Empezó a rastrear noticias en Internet y ahí encontró la historia de Mayelin Álvarez, la contactó y se dieron cuenta de que sus familiares habían estado juntos antes de desaparecer: “Mayelin tenía una foto de su sobrino y en la parte de atrás en la cama está sentado mi hermano”.
La casa de Tapachula a la que llegó Ricardo Hernández el 18 de diciembre es la misma por la que pasó también Elianis Morejón. “Yo le pido a Dios que aparezca mi hermano, pero yo no me voy a olvidar de los que están desaparecidos, porque son un montón de migrantes que a lo mejor no tienen a nadie que los esté buscando”.
Elianis Morejón

Elianis Morejón
19 años - Originaria de Colón, Cuba.Cree Isis Pérez que gran parte del problema fue la universidad. Elianis Morejón empezó Radiofísica Médica en Colón; había sacado buenas notas y se trasladó de su pueblo a la ciudad para iniciar las clases. Durante meses, cuenta su madre, no tuvieron ni profesores ni lecciones: “Se desilusionó”. Eso, unido a la situación en Cuba y a que su novio, Darian Rivas, ya vivía en Estados Unidos, la hizo lanzarse a la ruta. Estuvo “perfecta” prácticamente todo el camino: “Nos hacía videollamadas constantemente, eso era estar pegada día y noche al teléfono”. Isis Pérez relata que su hija estaba ya algo cansada al final, porque llevaba más de un mes sola, pero contenta de haber conocido Río de Janeiro y otras ciudades: “Ella tenía apuntados todos los lugares, me dijo que iba a hacer un libro sobre eso, que le habían pasado tantas historias… El problema fue cuando llegó a Tapachula”.
Todo se enturbió desde entonces. “El día 21 de diciembre fue el último que habló con todos nosotros, su novio, su hermano y conmigo. Nos dijo que nos quería, que nos cuidáramos. Lo último que me dijo fue: ‘Cuídeme a Lulú’. Una perrita pequeña que ella tiene, que era su vida”, dice Isis Pérez y se echa a llorar. “Ella es una luchadora, una soñadora, le encanta vivir, tiene una idea del futuro increíble, de luchar, de ser feliz y de vernos feliz a nosotros. Una niña superresponsable, organizada”, apunta. “Las autoridades, mira que hemos batallado y nadie hace nada. Hay tantas personas que se desaparecen en ese país y todo se queda así. Es que eso no puede ser. En ningún país del mundo sucede eso”.
Jorge Lozada

Jorge Lozada
Santos
24 años - Originario de Santiago de Cuba, Cuba.Habla Alicia Santos, desde Santiago de Cuba, por videollamada y presenta a su madre, a su nieta y a dos de sus hijos, mientras platica de Jorge, del que le falta. Cuenta que no pudo estudiar una carrera pero que él miraba cómo hacían un techo y lo hacía, cómo se desarmaba una estufa y él también podía. Cuenta que era, como dicen allá, “muy campechano, muy familiar”, que también tenía un carácter “muy explotado”: “Pero cometía un error y al ratico va y pide perdón, rapidito se le pasa”. Que le gustaba mucho cocinar, que era muy amado.
En estos seis meses, Alicia ha dejado de dormir para unir las piezas de la desaparición de su hijo. “Son tantos eslabones perdidos, tanta versiones”, reconoce. Le han dicho de todo: que fue detenido por la marina, por migración, secuestrado por el Cartel de Sinaloa, enviado a la guerrilla en Tamaulipas, asesinado y tirado en una bolsa. “Una no sabe ya qué creer”. Ha contactado con las madres buscadoras mexicanas y les ha repartido la ficha de Jorge, que salió de Cuba el 23 de octubre. Las separa un océano pero su anhelo es el mismo: “Yo lo que sí quisiera del Gobierno de México, es que cualquiera que fuera la condición de mi hijo, que esté en la calle sin documentos, sin dinero, secuestrado, muerto. Sea la que sea: yo lo que quiero es traerlo para Cuba. Yo quiero a mi hijo aquí. Eso es lo único que yo quiero”.
Dayranis Tan

Dairanis Tan Ramos
33 años - Originaria de Camagüey, Cuba.Los últimos días en México, Dayranis Tan ya no tenía saldo en el celular, por eso la última vez que habló con su madre, Graciela Ramos, fue el 18 de diciembre. “Estaba bien, descansando en una casa en Tapachula”, cuenta la mujer, que ha tenido que caminar 40 minutos para encontrar señal y contestar a la videollamada de este periódico. Vive en Camagüey, en el campo, donde los apagones del Gobierno la dejan sin corriente durante días. Desde ahí cuida ahora a los dos hijos de Dayranis, de 10 y 14 años. “Ella no era caminadora. Era tranquila, una mujer de su casa. A veces grababa algunas novelitas y las veía... La música sí le gustaba, siempre tenía música puesta”, relata esta madre angustiada.
Cuenta que Dayranis no buscaba llegar hasta Estados Unidos, donde vivía su esposo, Leonardo Regueira, porque sabía que todo se había puesto difícil con la victoria de Trump. “Su propósito era quedarse en México porque ya para Estados Unidos era difícil pasar. Porque ya Trump estaba a punto de entrar en el el mandato. Ella lo que quería era trabajar para una mejoría de vida”, narra. La última comunicación de Dayranis le llegó a Leonardo a través del celular de Meiling Álvarez. Él cuestiona ahora: “No es fácil que esa cantidad de personas se la robe la gente, ni los narcos, ¿no?“. Desde el 21 de diciembre, solo quedan preguntas.
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