La verdad de Diego
Los migrantes han puesto patas arriba las calles de California contra los ataques de Trump. Permite soñar


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Han salido los migrantes a las calles de California a decir la verdad: que son gente honesta, que trabaja cada día, que no son delincuentes. Pero en esta época de mentiras y más mentiras diez mil veces difundidas por las redes sociales o por boca de un presidente, la verdad se nos hace tan pequeñita como Libertad, la amiga minúscula de Mafalda. Pero con qué potencia es capaz de sonar la verdad cuando se percibe absoluta: “Salimos a las calles porque nuestros padres han vivido en las sombras toda su vida”, le dijo Diego al corresponsal de este periódico en Los Ángeles. Diego es uno de esos estadounidenses que se parten el espinazo cada día en la cocina de cualquier restaurante, donde los comensales pensarán que los platos se friegan solos. Sus padres son de El Salvador y Guatemala y se puede imaginar, en efecto, la sombra en la que habrán tenido que vivir en un país que no tiene la decencia de conceder siquiera la nacionalidad a quienes llevan allí toda su vida, con cónyuges, hijos y nietos estadounidenses. A quienes han hecho a América grande desde siempre.
La fuerza con la que ha explotado el hartazgo de los migrantes ante las persecuciones y detenciones de los agentes federales en California da la medida del infortunio y de la rabia de verse cada día vilipendiados por un personaje con el enorme mérito de haber nacido en una casa rica. Que no tuvo que enfrentarse a la violencia que desaloja pueblos enteros en México, o al hambre, o a las dictaduras que devoran a sus ciudadanos. El levantamiento de estos migrantes deja ecos de Delacroix y por unas horas nos permite soñar en una protesta pandémica que remueva hasta los cimientos por donde pisan todos aquellos que alimentan su odio cada día con la migración, que se acercan al poder o lo conquistan a hombros de mentes racistas, supremacistas, arias, que ellos mismos van moldeando.
Tiene aires utópicos el movimiento desencadenado en California, por cómo la verdad se abre paso en la calle contra la ignominia, pero cómo pensar que vayan a cambiar las cosas solo por salir a protestar en un país que le ha dado la mayoría a un presidente que, entonces sí, contó su verdad: que los migrantes se comían a los gatos y los perros, que eran unos delincuentes y traficantes de drogas. Esas fueron las verdades que avalaron los votos emitidos. Las mentiras son hoy monstruosamente grandes.
Los mexicanos en California se cuentan por millones. Atacar a los migrantes es atacar a México y en ese sentido se ha pronunciado la presidenta Claudia Sheinbaum cada vez que el maltrato del republicano contra su pueblo se hace patente. Los migrantes son moneda política en esta época, todos ganan con ellos, quienes los atacan y quienes los defienden para satisfacer a su público, pero más vale ponerse del lado correcto, el de la dignidad y la decencia. Los exabruptos de Trump reverberan en México a favor de la presidenta Sheinbaum, que encuentra en la defensa de sus compatriotas metralla política de enorme calado: la verdad, que se hace fuerte entre tantas familias con parientes en el Gringo, como suele decirse en México. Y cierra la boca de los opositores, que no pueden sino ponerse del lado de los suyos. Quién se atrevería a criticar los apoyos de Sheinbaum a los migrantes cuando hay pueblos enteros donde apenas quedan niños, mujeres y ancianos porque cientos de hombres marcharon a trabajar a Estados Unidos para enviar sus ahorros a casa. En esta Administración y en las anteriores, desde hace décadas.
Cientos de veces se ha dicho, echando mano de los números, que si los trabajadores extranjeros pararan sus actividades en todo el mundo, el planeta temblaría. Por eso las protestas californianas tienen esa aura intangible de la verdad guiando al pueblo que promete el arrastre de millones de conciencias. No lo veremos. El miedo es legítimo y poderoso y encarcela tanto como los barrotes que hacían sonar estos días los manifestantes detenidos para responder el eco de los suyos que llegaba desde la calle. No lo veremos porque no se puede pedir a los desfavorecidos que, además, sean héroes, no al menos sin haber pedido antes, con mucha más fuerza, que tantos políticos dejen de engañar y gobiernen a favor de los seres humanos. Eso tampoco lo veremos, de ahí la satisfacción de que en las calles, al menos, se escuchen las verdades de Diego.
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