Evacuar un santuario de animales entre el fuego cruzado de Culiacán: “Los veterinarios no querían venir, tenían miedo”
El refugio de fauna rescatada del narcotráfico se muda a Mazatlán tras las amenazas, el robo de equipo y la imposibilidad de moverse en la ola de violencia de Sinaloa

Les llamaron las autoridades unos días antes. Tenían que ir a San José de Gracia, un pequeño pueblo escondido en la sierra de Sinaloa, dentro del conocido triángulo dorado, el temido epicentro del tráfico de droga de México. Allí, tras un cateo, los militares encontraron en un predio a dos tigres de bengala abandonados tras la huida de sus dueños. Diego García Heredia, responsable de logística del refugio Ostok, debía llegar hasta allí para llevárselos al santuario y rehabilitarlos. Él y su equipo contuvieron el aliento y decidieron ir al lugar, nerviosos. Solo unos meses atrás habían sufrido robos a mano armada y amenazas de los grupos criminales que libran una guerra civil en Culiacán. Al menos los escoltaba la Marina. “Se apreciaban indicios de violencia por todas partes. Te da una idea de lo que puede pasar y estábamos en un lugar muy alejado”, cuenta García a EL PAÍS. Fue uno de los últimos rescates antes de cerrar Ostok y mudar a los más de 700 animales rescatados a Mazatlán, lejos de las balas de la guerra del narco.
El rescate de los tigres, a principios de abril, coincidió con una matanza en un centro de rehabilitación en el centro de Culiacán, la capital del Estado. Grupos armados entraron en el edificio buscando a un hombre y mataron a nueve internos. El ataque se sumaba a la estela de violencia que ha dejado la guerra fratricida dentro del Cartel de Sinaloa, entre los seguidores de Ismael El Mayo Zambada y Los Chapitos, comandados por los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán. Culiacán es uno de los principales campos de batalla. Y a las afueras de esa ciudad está el terreno donde Ostok lleva cuatro años rescatando a animales que fueron mascotas de los narcotraficantes, que en su día pertenecieron a circos o que tras ser encontrarlos en cateos no tenían a dónde ir.
Trabajar con el miedo metido en el cuerpo es algo que los rescatistas han aprendido a hacer desde hace tiempo. La propiedad donde se rehabilitan tigres, hipopótamos, elefantes, aves y reptiles queda apenas a 17 kilómetros de Jesús María, el pueblo donde capturaron en 2023 a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo. La noche del operativo, los cuidadores de los animales escucharon los disparos y los helicópteros. Los días siguientes vieron los coches calcinados en la carretera, cerca de la entrada del santuario.

La violencia no llegó a alcanzar a los empleados, que iban a trabajar pese a las balaceras, los retenes en carreteras y la tensión en la ciudad. Pero cada vez era más difícil. “Nos cerraban el paso vehículos con personas armadas y nos hacían preguntas, nos generaba mucho miedo. Teníamos que ir por los animales, pero sabíamos que estábamos expuestos”, cuenta García.
El propietario del refugio y empresario sinaloense Ernesto Zazueta recuerda que cuando empezaron los enfrentamientos cerraron muchos negocios, entre ellos algunos de los proveedores de alimento del refugio. “Empezó a escasear la movilidad. Llegó un momento en el que no podíamos ir al santuario por los bloqueos y los incendios. No podíamos llegar a alimentar a los animales”, confiesa.
La atención veterinaria también empezó a volverse inviable. La elefanta Bireki tenía molestia en una de sus patas y los rescatistas no conseguían a ningún profesional que estuviera de acuerdo en atenderla en el refugio, dentro de una zona tan conflictiva. “Ningún veterinario quiso ir a revisarla, ni siquiera los de Culiacán. No hubo nadie que quisiera hacerle unos rayos X. Decían que tenían miedo de que les fuera a pasar algo”, recuerda Zazueta. Finalmente, tuvieron que curarla ellos con asistencia telefónica de especialistas.
A principios de año todo se tornó más difícil cuando empezaron las amenazas a Zazueta y a su familia. Primero por redes sociales, luego por teléfono. Al principio no le daban mucha importancia, pero cuando el propietario del santuario estaba de visita en Mazatlán en febrero, le pidió a su mujer y su cuñado que se trasladaran hasta allí desde Culiacán en un coche que suelen usar para los rescates. “Era un carro normal, sin lujos. No llamaría la atención, ni nada”, describe Zazueta. Sin embargo, a las dos de la tarde en pleno centro de la ciudad, antes de llegar a la carretera, un grupo de ocho personas los paró, les pusieron fusiles en las sienes y les robaron todo. Se llevaron sus celulares, su vehículo y los rifles con los dardos que usan para hacer contención química en los rescates.

Zazueta admite que ese incidente fue la gota que colmó el vaso. “Nosotros rescatamos animales para darles una mejor vida y por su bienestar, y no estábamos cumpliendo”, indica. El dueño del parque ecológico de Mazatlán le ofreció 50 áreas de terreno para alojar a la fauna rescatada por Ostok. La mudanza sería una tarea titánica, pero la situación en Culiacán era insostenible. Metieron a los leones y jaguares en jaulas, a los elefantes en contenedores y los subieron en camiones para llevarlos por carretera. “Todavía quedan 200 animales por trasladar. Muchos son rescatados de Black Jaguar, en su mayoría felinos”, dice sobre los tigres que salieron de una famosa y viral fundación clausurada por tener a los ejemplares encadenados.
Todavía no se ha decidido qué pasará con la enorme propiedad de Ostok cerca de Jesús María. Mientras la vacían de los animales que faltan, las cámaras han grabado a individuos en camionetas acechando el lugar e intentando entrar. “José Luis, que cuida a los felinos, me llamó y me dijo que había gente rara presionando la puerta y le dije que si se metían huyera, que no arriesgara la vida”, cuenta. La mayoría de empleados quisieron seguir el proyecto a Mazatlán y, mientras buscan hogar, algunos duermen en sus vehículos para poder cuidar a los ejemplares en su nueva residencia, asegura Zazueta. “Los mueve mucho el cariño por los animales y no quisieron otro trabajo. Les voy a construir un lugar para vivir aquí”, promete. Respecto al futuro de Sinaloa, el empresario se muestra optimista. “Culiacán siempre resucita. Ha pasado por problemas y siempre salimos a delante, aunque nunca lo hemos visto a este nivel. Yo quiero regresar, vivo ahí desde que nací, pero cuando no se puede, pues no se puede”, lamenta.
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