Ucrania forma a civiles y a periodistas para sobrevivir bajo los drones
Administraciones públicas y ONG entrenan a la ciudadanía en zonas de riesgo con manuales de actuación y cursos de salvamento

Imaginen que un proyectil no sigue una trayectoria fija sino que puede maniobrar siguiendo los movimientos de una persona o de un vehículo hasta alcanzarlos. Esta es quizá la mayor diferencia de la guerra de Ucrania respecto a otros conflictos bélicos del pasado: el uso masivo, en los dos bandos, de drones bomba y drones que lanzan explosivos persiguiendo al objetivo. Más del 60% de las bajas en el frente de guerra son provocadas por pequeños aparatos no tripulados, la mayoría tecnología comercial, asequible para cualquier persona, pero adaptados para matar.
Este porcentaje de muertos y heridos, según datos del ejército ucranio, no es solo entre soldados. Los civiles también son víctimas de ataques indiscriminados. Los drones rusos han matado a más de 200 civiles y han causado 2.000 heridos, desde julio de 2024 en localidades próximas al frente de guerra. Son datos de un informe de Naciones Unidas publicado el pasado octubre en el que se concluye que las tropas rusas cometen a voluntad estos crímenes de guerra contra la población civil.
La “zona de muerte” es como se conoce militarmente al territorio saturado de drones, sobre todo los de visión personal —First-Person View (FPV), aparatos que el piloto controla con unas gafas que son una pantalla— y otros modelos, como los Mavic, que tienen la pantalla en el mando del piloto. La zona de muerte se establece en 20 kilómetros desde la línea de frente. La ciudad de Jersón, en el sur del país, se sitúa en la línea cero, solo el río Dnipró la separa de las posiciones rusas. Es allí, según denuncia Naciones Unidas, donde el invasor se esmera más en cazar a civiles.
A partir de la experiencia en Jersón, la Fundación 2402, la mayor organización ucrania de formación de civiles para sobrevivir en zonas de combate, ha elaborado este año un manual que se distribuye entre administraciones públicas y organizaciones no gubernamentales. Desde el tipo de ropa a cómo andar, sus consejos son básicos pero pueden salvar la vida.
La indumentaria de un civil en la zona de muerte no debe ser de camuflaje (lo que lo confundiría con un militar) pero debe ser de tonos y colores que se adapten al entorno. Salir al exterior debe limitarse en la medida de lo posible. Lo mejor es en días encapotados, con nubes bajas, y con viento, que son los factores del tiempo peores para el vuelo de drones. Hay que caminar tranquilo, sin llamar la atención, bajo zonas cubiertas o buscar la sombra, porque hace más difícil que el piloto identifique a su víctima.
En un ataque inminente al aire libre, las opciones de salir ileso son reducidas; si es un ataque con múltiples drones, poco se puede hacer. Es lo primero que subrayan los expertos del centro de entrenamiento de pilotos militares Kruk. Estos impartieron el 9 de diciembre en la provincia de Kiev una jornada de formación de supervivencia para una veintena de periodistas ucranios. Las víctimas entre profesionales de medios de comunicación se han disparado este 2025 por drones.
Una ventaja para salvarse de los drones es que el sonido de las hélices se detecta con más tiempo de reacción que si se trata de un obús de artillería, de una bala o de un misil. En los simulacros de supervivencia impartidos por Kruk y la organización Daily Humanity, tanto los FPV como los Mavic se podían oír a partir de unos 150 metros. Este margen depende de si no hay otros sonidos ambiente y si hay poco viento. En el caso de grandes drones bomba de largo alcance, como los Sahed, su sonido, parecido a un cortacésped, es identificable a cientos de metros.
10 segundos para reaccionar
Desde el momento en que se oye el dron en la zona de muerte, hay 10 segundos para reaccionar. Es el tiempo que el piloto tiene para activar el ataque, según Kruk. La reacción instintiva de una persona cuando oye el dron, es quedarse quieto buscando el aparato, y eso es un error fatal. Lo que hay que hacer es dispersarse y buscar refugio de inmediato, “detrás de un muro sólido, dentro de un edificio sólido, bajo una estructura de hormigón; incluso una zanja o depresión en el suelo es mejor que un espacio abierto”, según las instrucciones de la Fundación 2402.
La manera de correr será en zigzag, cambiando de sentido cada 7 o 10 metros. En los ejercicios de simulacro quedó claro que esto es fundamental. Un dron de observación analizaba desde lo alto los movimientos en tierra mientras orientaba hacia dónde debían desplazarse los FPV kamikaze o los Mavic que sueltan explosivos. Los drones siguen las órdenes del aparato observando en lo alto y persiguen a los objetivos en una carrera de supervivencia casi imposible. Para hacerlo más realista, los aparatos no tripulados de Kruk repetían los simulacros de día y de noche. Los drones pueden guiarse con cámaras térmicas o con cámaras adaptadas a la falta del luz.
La detección por sonido no es siempre posible: los drones de alas pueden planear con el motor apagado en su descenso, siguiendo una trayectoria balística. Lo mismo sucede con los drones de espera, los que están detenidos en una ruta de paso y se activan cuando el objetivo está ya en sus inmediaciones.

Cualquier construcción no sirve como refugio porque el dron maniobra y puede encontrar una vía de acceso. Así quedó demostrado en los simulacros de Kruk: un dron con granadas entró por la ventana de una vivienda en la que se cobijaban un grupo de periodistas. Al soltarlas (las granadas eran de fogueo), la mitad de ellos reaccionó bien, saliendo instintivamente de la sala y otros solo supieron acurrucarse. De la misma forma que cuando impacta un proyectil en tierra, la mejor posición para protegerse es tumbado en el suelo cubriéndose la cabeza.
En una zona boscosa, las instrucciones son quedarse quieto debajo de un árbol. Este recurso es poco eficiente pero es el mejor, según Mikita Gabrilenko, experto de Kruk. Durante el entrenamiento para periodistas también se practicó este escenario entre árboles y, aunque una de las participantes resultó herida (en simulación), el dron, maniobrando entre las ramas, chocó y se precipitó al suelo.
El margen de tiempo medio entre el que una persona oye el silbido de un misil y su impacto son tres segundos. La paradoja es que ese es también el tiempo que uno tiene para ponerse a cubierto cuando se identifica a un dron kamikaze (suelen ser FPV) en el último momento. Los técnicos de Kruk proyectan un vídeo que lo demuestra, unas imágenes que dieron la vuelta el mundo este noviembre. Una furgoneta de la ONG de evacuación de civiles Proliska está parada en una calle de Kostiantinivka, ciudad asediada por Rusia en la provincia de Donetsk. Entre que el conductor ve el dron, avisa a los pasajeros para que abandonen el vehículo y el impacto, pasan tres segundos.

Los vehículos son uno objetivo prioritario para los drones, más que las personas. Según estadísticas hechas públicas por Rubicon, el mejor regimiento ruso en combate con drones, un 14% de sus objetivos son coches y un 3,5%, personas. El traslado de tropas en ambos bandos se realiza en coches, por lo que cualquier vehículo en la zona de la muerte, sobre todo si tiene detalles que puedan indicar que es de uso militar, pueden ser un objetivo. Con eso no solo anula el dron un vehículo, también puede provocar lesiones o muerte a más de una persona.
La provincia de Járkov difundió el pasado septiembre entre Ayuntamientos un protocolo de recomendaciones para civiles ante la amenaza de los drones. Una de las normas clave era reducir lo máximo posible el traslado en vehículos y modificar regularmente las rutas a seguir, es decir, hacer el recorrido lo más imprevisible posible. Además, es recomendable no abrocharse el cinturón de seguridad para asegurarse una salida rápida del coche.
Durante la conducción se es especialmente vulnerable porque el factor de escucha y visual se reduce enormemente. Lo conveniente es no formar grupos y no permanecer quietos junto a un vehículo estacionado. Este debe ser aparcado bajo algún elemento que haga más difícil ser identificado por los drones de observación de larga distancia, indetectables por la vista o el oído porque se encuentran a kilómetros de altura.
10 metros para salvarse
Salir ileso de un ataque mientras el coche está en marcha es en buena parte azar, aunque la destreza del conductor tendrá también algún efecto. A partir del análisis de videos militares en los que el conductor sortea la inmediata explosión del dron, el equipo de Kruk estima que el conductor debe realizar una maniobra de cambio brusco de dirección cuando el aparato enemigo está a unos 6 o 10 metros de distancia. Calcular esto requiere de una sangre fría y reflejos excepcionales, sobre todo porque el dron se precipita hacia el coche a una velocidad similar.
Para profesionales que trabajan en el frente de guerra, sean periodistas, ONG o miembros de la administración pública, lo ideal es desplazarse con dos detectores de drones. Estos aparatos, que pueden ser del tamaño de un pequeño transistor de radio, detectan la señal de telemetría, de video o el espectro de ondas del aparato. Esta tecnología avisa del vuelo de los drones y alertan progresivamente de su aproximación a partir de una distancia de 5 kilómetros. Los detectores de video pinchan las imágenes que transmite el aparato al piloto y así puede identificarse hacia dónde se dirige.
El manual de la provincia de Járkov admite que la supervivencia depende de un estado de alerta contante: “Si bien las recomendaciones oficiales suelen empezar con las palabras si oyes o ves un dron, la capacidad de oír o ver uno eficazmente en un entorno urbano complejo, es una habilidad que debe desarrollarse”. El protocolo pide poner a prueba los sentidos de forma regular, “y enseñar a los niños a qué sonidos prestar atención”.
“Se trata de transformar una existencia pasiva en un estado de vigilancia ambiental activa”, dice el documento. El civil se convierte en la guerra de drones en el animal del bosque en constante tensión, pendiente desde su nacimiento en el depredador que lo acecha.
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