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Hezbolá, entre el desarme y la próxima guerra con Israel

Líbano y EE UU quieren que el grupo libanés entregue su arsenal, pero su negativa acerca el resurgimiento del conflicto con el ejército israelí que la milicia inició dos años atrás

Ellos ofrecieron sus armas desde Líbano en apoyo a los palestinos de Gaza, pero muchos libaneses querrían hoy arrebatárselas para que no les arrastren a otra guerra con Israel. El 8 de octubre de 2023, mientras las fuerzas israelíes luchaban en los kibutz del sur contra los combatientes de Hamás infiltrados desde Gaza el día anterior, la poderosa milicia libanesa Hezbolá disparó cohetes contra el Estado judío desde la frontera norte de este país.

Confiado y al descubierto, el clérigo Hashem Safiedine —número dos de la organización, que mantiene decenas de miles de combatientes mientras posee un destacado bloque en el Parlamento de Líbano— proclamó ese día desde el vibrante distrito beirutí de Dahie el inicio de un frente de “solidaridad” con el enclave palestino. La idea, dijeron sus precursores, era elevar el desgaste de las tropas israelíes y aliviar Gaza de parte del ejército israelí.

Once meses después, Hezbolá firmó en noviembre de 2024 una tregua adversa con Israel, que había ocupado la parte fronteriza del país y matado a más de 4.000 personas. Safiedine y Hasan Nasralá, líder del grupo desde 1992, murieron bombardeados cuando se escondían bajo tierra en Dahie. Ahora, dos años más tarde, Líbano tiene un nuevo Gobierno presionado por EE UU que se ha comprometido con el desarme de la organización, cuya negativa a ese fin acerca la próxima guerra con Israel.

Hasta hoy, la existencia de un alto el fuego no ha frenado al ejército israelí. Sus tropas incumplen la tregua con su presencia en varias colinas del sur de Líbano y con ataques casi diarios en un supuesto esfuerzo para evitar que Hezbolá, el Partido de Dios, incumpla su parte rearmándose. La milicia nació en 1982 como respuesta a la indefensión que la población local sentía ante Israel, que ocupaba parte de Líbano. El Gobierno chií resultante de la Revolución Islámica de Irán impulsó el surgimiento de la organización y desde entonces la arma y la financia. Eso posiciona a Teherán a las puertas del enemigo israelí mediante su aliado libanés, a menudo descrito como el mayor grupo armado no estatal de Oriente Próximo.

Los últimos ataques, que Israel está aumentando en Líbano, han matado a nueve personas desde el miércoles. El ejército israelí asegura que la mayoría —como la última, el sábado— son miembros de Hezbolá, a los que bombardea mientras conducen en las carreteras públicas. Otra operación reciente contra un almacén de maquinaria pesada mató a un transportista de verduras y calcinó a 300 vehículos cerca de Sidón, a 40 kilómetros de la frontera.

El presidente de Líbano, Joseph Aoun, denunció ese ataque contra “infraestructura civil” como “injustificado”, y se preguntó si el Gobierno israelí dirigirá, tras la tregua en Gaza, “el fuego y la muerte” hacia Líbano para mantener la tensión bélica y perpetuarse en el poder.

Desde el armisticio firmado en noviembre, el ejército libanés acusa Israel de haber violado el acuerdo más de 4.500 veces. El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volter Türk, ha asegurado que al menos 103 personas de los centenares que Israel ha matado en Líbano durante este periodo eran civiles, y ha exigido el fin de los ataques israelíes, que mantienen desplazadas a 80.000 personas.

Un nuevo Líbano sin “resistencia”

El año pasado, la ofensiva israelí arrasó los municipios con mayor presencia chií, donde Hezbolá gestiona una suerte de Estado paralelo y tiene seguidores. El Gobierno libanés llegó a cifrar los desplazados en 1,4 millones de personas —el 25% de la población nacional— y el Banco Mundial contó 100.000 viviendas parcial o totalmente destruidas. El sur de Líbano —fronterizo con Israel—, la Beká y los suburbios beirutíes se llevaron la peor parte.

Ahora, EE UU lidera el pulso para desarmar a la milicia, percibida como herida e impopular. Primero, la Casa Blanca adulteró la tregua dando luz verde a Israel para bombardear a Líbano si observa una amenaza. Luego, el Comité Quinteto —un conjunto de Estados que asesora a Líbano, formado por EE UU, Francia y los países árabes suníes Arabia Saudí, Qatar y Egipto— influyó en la aparición de un Gobierno que en agosto aprobó como objetivo lograr el monopolio estatal de las armas.

El pulso persiste. El Quinteto presiona a Líbano cerrando el grifo de fondos para reconstruir el país mientras los proiraníes retengan su arsenal y la posibilidad de llevar la batuta en Beirut. Y Washington vincula el desarme al resurgimiento de la guerra. Su enviado, Tom Barrack, ha pronosticado esta semana acciones “unilaterales” y con “consecuencias graves” por parte de Israel, que advierte que culminará el trabajo si Líbano no erradica la excepción que arrastra desde 1989, cuando los Acuerdos de Taif que terminaron la guerra civil permitieron que Hezbolá retuviera sus armas ante la continuación de la ocupación israelí.

Desde entonces, la formación chií se ha presentado a las elecciones libanesas y ha sido parte de coaliciones de gobierno mientras sus combatientes abanderaban la resistencia contra Israel y utilizaban las armas para defender sus intereses. En la vecina Siria, la facción luchó junto con el Gobierno de Bachar el Asad. En Líbano, las demás comunidades religiosas ven ese arsenal como un elemento de extorsión al que atribuyen asesinatos políticos, y culpan a la agrupación de remediar la hegemonía occidental con la iraní.

“No podemos depender del Ejército”

Como cuatro décadas atrás, a muchos libaneses que residen cerca de Israel no les convence que su protección dependa del ejército. Las tropas reflejan un Estado vilipendiado por la corrupción y dependen de las contribuciones de países como EE UU, que no dota a Líbano de armas ofensivas.

“Ese es nuestro problema”, dice Mona Hijazi, residente de 42 años de Majdel Slim, a tres kilómetros de la frontera. Esta libanesa explica por teléfono a EL PAÍS que la población fronteriza ve a Israel como una “amenaza” que “desea” ocupar más territorio en Líbano, algo que les impide “depender” de un ejército que “no podría” defenderlos.

Hijazi habla por experiencia. Tras el estallido de la guerra en Gaza, Hezbolá e Israel intercambiaron proyectiles a baja intensidad hasta que Israel escaló. Ese punto de inflexión ocurrió en septiembre de 2024, cuando una operación israelí detonó los buscapersonas del sistema de comunicación clandestino del grupo. La maniobra dejó 39 muertos —algunos, civiles y niños—, miles de heridos —muchos perdieron la visión o las manos— y la organización desnortada. Luego, en pocos días, llegaron una ofensiva colosal —que el 23 de septiembre mató a 550 personas—, el asesinato de Nasralá y el inicio de la invasión terrestre. “Había tantos bombardeos que no podía salir del pueblo”, recuerda Hijazi sobre ese día 23. “Vi muertos por todas partes. Fue algo miserable. No sé cómo escapé”.

Mohanad Hage Ali, investigador del Centro de Oriente Próximo Carnegie y autor sobre Hezbolá e islam político, da por sentado que habrá una nueva ronda bélica. Alega que los actuales ataques israelíes arrinconan a la milicia, que una de las partes escalará en algún punto y que Israel ampliará su ocupación sobre Líbano.

La siguiente guerra, opina, será distinta. Israel no dispondrá del “factor sorpresa” del ataque con buscapersonas y la facción luchará con mayor convencimiento tras plantear en 2023 “un frente de mínimos” por compromiso hacia Hamás y la Yihad Islámica, sus aliados en Gaza. Los libaneses, además, han entendido las normas “del nuevo tiempo”, en el que la cosa va de “poder bruto, como siglos atrás”, y en el que el mundo no atiende a las atrocidades israelíes.

La pugna tendrá “un final infeliz” y desplazará a civiles “a ambos lados” de la frontera. Una vez más, Líbano sufrirá la peor devastación. “¿La extensión de la ocupación, la destrucción masiva o el refugio para población desplazada?”, plantea Hage Ali. “Hezbolá no tiene respuesta para ello”.

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