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Macron, atrapado en su laberinto

El presidente francés, otra vez sin el escudo del primer ministro, deberá encontrar una solución urgente y radical a una crisis que amenaza con liquidar un régimen

Daniel Verdú

La política parlamentaria francesa, la solidez de sus instituciones y la credibilidad en los mercados se desangran lentamente desde que el 9 de junio de 2024 el presidente de la República, Emmanuel Macron, decidió jugarse al póquer la estabilidad del país. Las elecciones legislativas que convocó, lejos de clarificar la situación política, como se proponía, arrojaron un resultado endiablado que fracturó un Parlamento incapaz de llegar a acuerdos. Poco más de un año después, tres primeros ministros y una preocupación creciente que se extiende más allá de sus fronteras, Macron está obligado a un cambio de paso radical para sacar al país del bloqueo. Se ha concedido dos días más, rezaba el comunicado emitido a media tarde del lunes por el Elíseo. Transcurrido ese tiempo, “si fracasa, asumirá sus responsabilidades”.

La bomba de racimo provocada por la disolución fallida de la Asamblea Nacional en junio de 2024 sigue causando estragos en la vida política y económica del país. Sébastien Lecornu, íntimo colaborador de Macron, nombrado primer ministro hace apenas 27 días, dimitió en la mañana del lunes. Es el quinto primer ministro de la legislatura, y el tercero en solo un año. Tiró la toalla apenas unas horas después de empezar a nombrar a su Ejecutivo, al comprobar que, igual que sus dos predecesores, terminaría siendo derribado. Este es un récord histórico para la V República, llamada en su momento a dar estabilidad al país y cuestionada ahora por sus propias turbulencias.

Lecornu, en otra triste marca, no habrá tenido tiempo de pronunciar su declaración de política general ante la representación nacional. Su Gobierno, recién nombrado, vuelve ya al régimen dimisionario, es decir, se encargará únicamente de los asuntos corrientes. Todos, menos Bruno Le Maire, antiguo ministro de Economía y macronista de pura cepa, que ha renunciado para intentar encontrar una solución vista la oposición que generaba su nombramiento.

La situación, más allá de estos dos días agónicos que se ha concedido Macron hasta el miércoles por la noche, es cada vez más adversa. Y pese a que el presidente de la República se resistía a disolver la Asamblea un año después de la última vez, solo esa opción parece ahora cada vez más cercana. Eso, o marcharse él mismo, como le piden cada vez más políticos. “Nunca lo hubiera imaginado. Y creo que él tampoco. Pero cada vez el camino es más estrecho”, señala un macronista de la primera hora que pide confidencialidad. “En estas horas, el jefe del Estado dispone de dos vías posibles: o la dimisión o la disolución”, declaró la ultra Marine Le Pen en un vídeo publicado en su cuenta de X.

Las señales, la presión, llegan por todos los frentes. También económicos. Francia, con una deuda disparada del 115% de su PIB, necesitaba unas reformas que no llegan. El plan de recortes propuesto por el ex primer ministro François Bayrou (unos 44.000 millones de euros) ha quedado enterrado. Pero el diferencial entre la deuda alemana y la francesa, la prima de riesgo, se sitúa en los 89 puntos básicos, cerca ya de los máximos registrados en 2012, cuando en plena crisis del euro llegó a situarse en los 90 puntos básicos. Unas turbulencias que también se están notando en el mercado de divisas, donde el euro se debilita un 0,6% frente al dólar y se sitúa en los 1,167 billetes verdes.

Los problemas no son solo culpa de Macron, con una popularidad bajo mínimos (alrededor de un 15% de apoyos) y centrado en los últimos meses en los frentes internacionales. Francia no sabe pactar, formar coaliciones. Y el sistema político tampoco lo favorece.

La llegada de Macron en 2017, lejos de resolver el entuerto y de crear un monolito ideológico en el centro, amplió la fragmentación del sistema de partidos y acentuó la polarización. Especialmente en su segundo mandato. Crecieron la izquierdista La Francia Insumisa (LFI), se disparó el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN). Y, tras más de ocho años, esa multiplicidad de siglas ha aumentado. El sistema actual estaba pensado para funcionar de manera armoniosa cuando la política era bipolar. De lo contrario, el bloqueo parece inevitable. Insalvable. Por eso el aire que se respira últimamente invita a pensar en una crisis de régimen.

Las repúblicas se numeran en Francia según los cambios de Constitución. La III República fue la más longeva: 70 años. Y acabó con la derrota de 1940 ante la Alemania nazi. Tras el fin de la II Guerra Mundial, la IV República fue una sucesión de 17 primeros ministros en 12 años y 24 gobiernos que, pese a la creciente prosperidad, naufragó en la inestabilidad parlamentaria y la parálisis ante la insurrección argelina y la amenaza golpista de los militares franceses.

Charles de Gaulle, héroe de la Francia libre y entonces retirado en la localidad de Colombey-les-Deux-Églises, se postuló como salvador de la nación durante la crisis de mayo de 1958 en Argel. Fue así como tomó el poder y diseñó la actual Constitución, que pretendía ser un antídoto a la inestabilidad parlamentaria y a lo que llamó “el régimen de los partidos”. Postuló un Gobierno que no procediese del Parlamento, es decir, de los partidos, sino, “por encima de estos, de una cabeza con el mandato directo del conjunto de la nación”, y a la que se le permitiese “querer, decidir y actuar”. De ahí que sea el presidente de la República el que designa desde entonces al primer ministro. Macron lo ha hecho ya siete veces.

La V República ha tenido siete presidentes desde 1958. El propio De Gaulle dimitió en 1969 después de perder un referéndum en el que propuso una mayor descentralización. Más tarde, en 1974, Georges Pompidou moriría en el cargo. Desde entonces, parecía descartado que un jefe del Estado francés pudiese interrumpir su mandato por causas no naturales. Pero, vistas las circunstancias, a muchos les puede ahora parecer lo más natural.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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