Trump y Starmer cierran con una reunión de trabajo la visita de Estado del presidente al Reino Unido
Ambos dirigentes se enfrentan a una rueda de prensa plagada de asuntos espinosos, como el ‘caso Epstein’ o la tragedia de Gaza

Nada podría haberse desarrollado mejor, en términos diplomáticos. La cena de Estado ofrecida este miércoles por Carlos III de Inglaterra al matrimonio Trump en el castillo de Windsor colmó todas las expectativas de pompa y ceremonia del presidente estadounidense, que aseguró durante el banquete que se trataba de “uno de los mayores honores de su vida”. Este jueves, sin embargo, queda la prueba política: una rueda de prensa conjunta con el primer ministro británico, Keir Starmer, en la que ambos deberán sortear asuntos espinosos como el caso Epstein, que ha salpicado a ambos gobiernos, la tragedia de Gaza, el reconocimiento del Estado palestino o la parálisis en la búsqueda de la paz en Ucrania.
El Marine One, el helicóptero que traslada a Trump en sus desplazamientos de corto recorrido, ha llegado a media mañana a Chequers, la residencia campestre de descanso del primer ministro. El espectáculo de un presidente estadounidense en movimiento fascina a los medios británicos, que han retransmitido cada minuto de su breve periplo por la isla, acompañado siempre de un enjambre de ayudantes y asesores.
El matrimonio Starmer ―el primer ministro Keir y su esposa Victoria— esperaban a la puerta de la residencia al presidente estadounidense, que ha sido recibido con una breve ceremonia militar y, de nuevo, el sonido de los gaiteros. La madre de Trump era escocesa, y el dignatario posee dos campos de golf en esa nación del Reino Unido.
Después de dar la bienvenida a su invitado, sentados uno frente a otro para los medios en ambos sillones, Starmer ha querido seguir agasajando al presidente con todo aquello que le resulta más atractivo de la cultura británica. Trump presume de tener en su Despacho Oval el busto de Winston Churchill, por quien profesa admiración. Su anfitrión le ha mostrado a continuación toda la colección que contiene la residencia de Chequers de objetos personales del histórico primer ministro que lideró a sus ciudadanos en la II Guerra Mundial.

Antes de pasar a asuntos políticos, ambos han presidido una mesa redonda con algunos de los gigantes tecnológicos que han acompañado a Trump en su viaje, con la intención de firmar multimillonarios acuerdos de inversión con el Gobierno británico.
La reunión de trabajo de ambos será un mano a mano de carácter privado, que probablemente utilicen para terminar de preparar una rueda de prensa conjunta, prevista para las dos y media de la tarde (tres y media, en horario peninsular español), que se prevé espinosa.
Sobre la visita de Estado han sobrevolado asuntos delicados, como el caso Epstein. Starmer cesó, apenas unos días antes de la llegada de Trump, a su embajador en Washington, Peter Mandelson, cuando se filtraron sus correos de ánimo y complicidad al millonario estadounidense pedófilo, cuando ya había sido condenado por abusos sexuales a menores. La relación del presidente estadounidense con el millonario que acabó suicidándose en una celda de Nueva York también es un constante quebradero de cabeza para la actual Casa Blanca, y es un asunto que desagrada a Trump.
Aunque en materia geopolítica, el asunto más delicado será Gaza y la constante ofensiva de Israel. Varios medios británicos señalan que Starmer esperará hasta que Trump se vaya del Reino Unido para confirmar su voluntad de reconocer el Estado de Palestina. La Administración estadounidense, aliado de hierro de Israel, se opone radicalmente a un movimiento como ese, llevado a cabo ya por otros países como España e Irlanda —y que Francia oficializará la próxima semana—, porque considera que solo sirve para envalentonar a Hamás.
Esos dos, Epstein y Gaza, son los baches más llamativos y esperados de una visita de Estado que, en la parte formal y ceremonial, ha sido un éxito del Gobierno Starmer. Los miles de manifestantes que el miércoles expresaron su rechazo al visitante estadounidense fueron mantenidos muy alejados de los escenarios donde tuvo lugar el protocolo oficial.
Pero Trump es imprevisible. Cualquier pregunta relacionada con la inmigración irregular (el principal problema político que tiene hoy el Gobierno laborista); con su enemigo y a la vez amigo de Starmer, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, o sobre sus odiadas instalaciones de energía eólica (una de ellas estropea las vistas de uno de sus campos de golf) puede acabar amargando una apuesta diplomática, la segunda visita de Estado del presidente al Reino Unido, de la que Downing Street confía en obtener ventajas diplomáticas.
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