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Rusia supera en drones a Ucrania y consigue su mayor avance en el frente desde 2024

El ejército invasor se ceba en las líneas logísticas, el talón de Aquiles del ejército ucranio, para conquistar ciudades clave de la provincia de Donetsk

Soldados ucranios se preparan para lanzar un dron en el frente de Pokrovsk, el miércoles pasado.
Cristian Segura

A veces los datos explican más que una imagen o que mil palabras. En agosto de 2022, seis meses después de iniciarse la invasión rusa, el municipio ucranio de Dobropilia se encontraba a 55 kilómetros de las tropas ocupantes. El 8 agosto de 2024, hace un año, el ejército ruso había avanzado hasta situarse a 32 kilómetros de esta localidad de la provincia de Donetsk, en el este de Ucrania. En junio, cuando empezó la ofensiva rusa de verano, los soldados invasores estaban todavía a 25 kilómetros de Dobropilia. Dos meses después, ya están a solo 11 kilómetros.

La prueba del algodón de que una ciudad se prepara para un asedio inevitable no son solo las columnas de humo que se levantan en el inmediato horizonte, las explosiones de la artillería o los drones de monitorización enemigos que la sobrevuelan: es sobre todo el hecho de que se vacía de vecinos a marchas forzadas. La ONG Proliska evacua cada día a 200 ciudadanos de la zona. Furgonetas, coches y personas cargando sus enseres en carretas salen de allí en dirección a la provincia de Dnipropetrovsk. El número de refugiados de Dobropilia se ha multiplicado por cinco en dos semanas, dicen en Proliska.

Dobropilia es hoy quizá el paradigma de la racha militar rusa más consistente desde la primavera de 2022, cuando invadieron Ucrania por sorpresa. La guerra todavía sigue siendo un conflicto de cientos de kilómetros de frente activo pero sin grandes variaciones. La línea de contacto entre los dos ejércitos es de unos 1.200 kilómetros. En buena parte de estos se mantienen las tablas, pero Rusia está apretando como no hacía desde hace dos años en múltiples provincias, abriendo nuevos puntos calientes en la región de Járkov, en Zaporiyia y en Sumi.

Con un frente tan amplio, Moscú quiere poner al límite a Ucrania, que cuenta con menos efectivos. Las tropas defensoras han conseguido lo imposible, contener al invasor. Por eso, en esta guerra de cambios lentos y pequeños en el frente, lo que está obteniendo Rusia en la provincia de Donetsk este verano es inusual.

Los servicios de inteligencia británicos estiman que las tropas rusas comandadas por el general Valeri Guerásimov capturaron en el último mes 550 kilómetros cuadrados. Según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), grupo estadounidense de análisis de la invasión rusa, la cifra superó los 700 kilómetros cuadrados, el cuarto mes consecutivo que sube el ritmo de avance. Según el ISW, sin contar los primeros meses de la guerra, solo en noviembre de 2024 se obtuvieron cifras similares.

Edificio destruido el 7 de agosto en Dobropilia, Ucrania, por un misil ruso Smerch.

Dobropilia se ubica en medio del territorio de mayor importancia en la ofensiva rusa: a un lado tiene Kostiantinvka y al otro, Pokrovsk, las dos ciudades que son el principal botín que quiere capturar Moscú este 2025. Por la región de Dobropilia circulan miles de vehículos que conectan las defensas ucranias de Donetsk, carreteras que el invasor quiere cortar. Porque si en algo está sobresaliendo el ejército ruso en los últimos meses, según coinciden militares y expertos, es en romper las líneas logísticas ucranias.

“Mi hijo está en el ejército y hace tres semanas me pidió que me fuera de aquí, que en agosto estarían los rusos a las puertas de Dobropilia, y yo no me lo creía”, explicaba el viernes Irina, una mujer que regenta una de las pocas cafeterías todavía abiertas en la principal avenida del municipio. Irina ya lo tiene todo preparado para escapar en el último momento y asume que perderá su establecimiento: “Supongo que me quedan horas aquí, ya no hay suministro eléctrico y en la última semana, por lo menos tres veces al día hay impactos de drones o de misiles alrededor de mi cafetería”.

Primer objetivo, Pokrovsk

Kostiantinivka y Pokrovsk están siendo rodeadas, siguiendo el invasor la misma táctica que le permitió capturar en 2024 los municipios en Donetsk de Avdiivka y Vugledar. En ambos casos, Oleksandr Sirski, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Ucranias, ordenó la retirada de sus combatientes para evitar que se quedaran aislados en el casco urbano.

Si se mantiene el ritmo de avance del último medio año, la próxima pieza en caer debería ser Pokrovsk. La ciudad, asediada desde hace un año, ya está infiltrada por grupos de reconocimiento rusos. Los regimientos del enemigo se encuentran a menos de cuatro kilómetros por su flanco sur, este y norte. “El frente se mantiene en una estabilidad difícil”, valora Faber, mayor de la 155ª Brigada Mecanizada de Ucrania, “lo que sucede es que este cambia allí donde los rusos destinan el mayor números de recursos, y ahora ese sitio es Pokrovsk”.

La 155ª Brigada está destinada a la defensa de Pokrovsk. Faber, con 21 años de experiencia en el Ejército, atiende al periodista en una base en su zona de operaciones, con el zumbido intermitente de drones enemigos en la cercanía. “Los rusos continúan sacrificando a sus hombres como carne de cañón, con frecuencia los utilizan de señuelo para identificar nuestras posiciones”, afirma Faber.

“El enemigo nos asalta sin cesar en Pokrovsk, es constante, dos o tres tipos por un flanco o por otro”, explica Sjid, el nombre en código de un teniente de infantería de la 155ª Brigada, “es como si gota tras gota, el agua cae sobre la piedra hasta que le hace un agujero”.

Pero tampoco está escrito que Pokrovsk sea conquistada por Moscú. Kupiansk, ciudad clave en los límites de la provincia de Járkov con Lugansk, lleva más de un año con las tropas invasoras a menos de 10 kilómetros por el norte y por el sur. Kupiansk está siendo arrasada, el acceso a ella está prohibido y los grupos rusos se infiltran con más facilidad, pero todavía resiste.

Otro caso es el de Chasiv Yar, en Donetsk. Este municipio, situado en una posición elevada, es de una importancia fundamental para capturar la vecina Kostiantinivka y para avanzar en el futuro sobre Kramatorsk y Sloviansk. La toma de estas dos ciudades sería el fin de la región de Donbás como parte de Ucrania. El asedio de Chasiv Yar empezó en enero de 2024 y hoy casi la totalidad de sus ruinas están bajo control ruso. Pero los hombres de Sirski continúan plantando cara en la periferia, conteniendo el asalto enemigo sobre Kostiantinivka.

Kostiantinivka es hoy un lugar cerrado a los civiles, controlado por los drones rusos. La carretera de acceso, como las que llevan a Dobropilia, están siendo cubiertas con redes que evitan que los drones enemigos impacten en los vehículos. “El progreso ruso desde mayo ha sido enorme, y la clave de ello es que golpean más lejos y más preciso en nuestras vías logísticas”, explica Uziv, el nombre en código de un miembro de un pelotón de asalto de las fuerzas especiales de la policía ucrania (KORD).

Él y sus compañeros hablaron el jueves con este diario a escasos kilómetros de Kostiantinivka, cuando se preparaban para regresar a las posiciones de combate. El momento más difícil para la infantería de ambos ejércitos son las rotaciones en primera línea, cuando los soldados deben moverse bajo la amenaza de los drones bomba. Uziv confirma lo que otros militares y analistas destacan de este 2025: Rusia tiene desde este año una clara superioridad en aparatos no tripulados, no solo en número, también en tecnología.

“Las rotaciones para nosotros son más difíciles; de media, ellos tienen el triple de drones de visión personal (FPV) para golpear contra nuestros hombres”, dice Uziv. Su unidad subraya que las bombas guiadas de la aviación rusa son otra diferencia decisiva. Y han detectado un mayor uso de munición de racimo. “Lo queman todo con esto”, señala el oficial al mando, nombre de guerra Miti. Pocos minutos antes, el equipo de EL PAÍS cruzó un control de carretera que había sido golpeado con munición de racimo y los campos colindantes continuaban humeando.

Zona de muerte

En un análisis del 31 de julio, Michael Kofman, experto militar del centro estadounidense de estudios Carnegie Endowment, señalaba que los rusos habían llevado su dominio aéreo con drones más allá de los 15 kilómetros desde primera línea de combate, lo que se conoce como “zona de muerte”. Su capacidad de golpear de forma sistemática se ha ampliado ahora hasta los 25 kilómetros, en parte gracias a su superioridad con los drones conectados al piloto con cables de fibra óptica. Esto hace imposible que sistemas de radiofrecuencia interrumpan la conexión entre piloto y aparato.

Es por eso que en la región de Donetsk se están protegiendo decenas de kilómetros de carretera con túneles de redes. Faber, de la 155ª Brigada, amplía la “zona de muerte” a por lo menos 20 kilómetros, y confirma que los drones (FPV) rusos han conseguido baterías más duraderas e incluso algunos modelos llevan incorporadas placas fotovoltaicas. “Su uso de drones bomba FPV es ahora enorme”, relata este oficial, “diría que en muchas ocasiones los lanzan sin ni siquiera esperar a recibir las coordenadas del objetivo desde sus drones Mavic de observación, golpean con ellos lo que encuentren, también a civiles”.

Operarios instalan el 8 de agosto redes antidrones en una carretera ucraniana de la provincia de Donetsk.

“Los rusos atacan más profundo y nos obligan a utilizar vías logísticas más largas y difíciles, es el principal factor de su rápido avance”, añade Miti. Sus palabras fueron confirmadas el 7 de agosto por un informe del ISW: “El cambio en tácticas con drones están permitiendo a los rusos llevar a cabo golpes más sofisticados en las líneas logísticas ucranias, en sus posiciones defensivas y en su industria militar”. El ejército ruso, escribe el ISW, puede golpear “más profundo en la retaguardia con nuevos drones de reconocimiento y ataque que tienen más tiempo de vuelo”.

El pasado sábado, al sur de la ciudad de Liman, en Donetsk, a unos 25 kilómetros de las posiciones rusas, este diario pudo comprobar las palabras del ISW sobre el terreno. La zona, como toda la región bajo control ucranio, está permanentemente monitorizada por drones de observación rusos que pueden volar a más de tres kilómetros de altura. En una arboleda, un espacio donde acostumbran a ocultarse vehículos militares y artillería, se levantaban tres columnas de humo que habían sido precedidas por explosiones espaciadas en pocos minutos. Las cenizas empezaron a llover en un radio de 400 metros alrededor de las explosiones.

Asalto a Dnipropetrovsk

Andrii era conductor de blindados de infantería de una brigada mecanizada. Hace ya meses que no asiste en las rotaciones de sus soldados con estos blindados porque, como sabe por su propia experiencia, son un blanco fácil de los drones. Andrii pilota ahora un quad, una motocicleta de cuatro ruedas, con la que al caer el sol, en la hora que él conoce bien que se produce el relevo de los drones diurnos con los nocturnos (con visores térmicos), arranca para llevar provisiones a primera línea y trasladar a soldados en un remolque.

Los rusos fueron los primeros en utilizar en 2024 quads y motocicletas como vehículo óptimo para esquivar drones en primera línea. Los ucranios ahora también los utilizan, como también han emulado a los rusos en el desarrollo de los drones pilotados con fibra óptica. Faber explica que la última vez que utilizaron blindados para llegar a primera línea, perdieron tres vehículos de una tacada. Ahora dependen de drones terrestres para los suministros entre líneas, además de las motocicletas.

Un militar de la 155ª Brigada Mecanizada de Ucrania muestra el 10 de agosto balas de su fusil modificadas con postas para abatir drones.

El único armamento de Andrii es una escopeta con cartuchos de postas, la mejor arma conocida para abatir los drones de fibra óptica. “En los últimos tres meses ya he abatido a seis. Pese a esto, es mucho más peligroso acercarte a línea cero en un vehículo blindado”, asegura Andrii en las inmediaciones de Mezhova. La brigada de Andrii está combatiendo en esta parte del frente, limítrofe entre las provincias de Donetsk y Dnipropetrovsk. Es un sector inicialmente vinculado a los intentos rusos de sitiar Pokrovsk, pero como advirtió el Estado Mayor ucranio en mayo, el objetivo no se quedaría allí: el invasor también quiere ocupar parte de una nueva provincia.

Deep State Map, el principal mapa ucranio de seguimiento del conflicto, confirmó el 7 de agosto que por primera vez en tres años y medio de guerra, los regimientos rusos habían tomado posiciones dentro de Dnipropetrovsk.

Cientos de vecinos del pueblo de Mezhova están siendo evacuados este agosto. Su tragedia corre paralela a la de Dobropilia. El frente de guerra se encontraba a 50 kilómetros de Mezhova hace un año: hoy el municipio se sitúa a 15 kilómetros del frente y los drones rusos la golpean cada dos horas, según Andrii.

Claudia Katasonova e Irina Chervenko, evacuadas del pueblo de Mezhova, Ucrania, el 8 de agosto.

La gente que huye son sobre todo personas mayores como Claudia Katasonova, de 86 años, y su amiga Irina Chervenko. Katasonova vivía desde hace tres años refugiada en Mezhova tras abandonar otra región de Donetsk ocupada. Pensaba que aquel municipio y Dnipropetrovsk serían lugares seguros: “Pero ya no se puede vivir allí, la policía me ha convencido hoy de que me fuera ya, que quizá en tres semanas estarán los rusos en el pueblo”.

“Sería un problema si los rusos superan Pokrovsk porque de allí hasta Pavlograd (importante ciudad de Dnipropetrovsk) ya no hay bastiones urbanos tan fuertes para contenerlos”, avisa Yuri Arabskii, capitán y portavoz de la 155ª Brigada.

Volodímir Kuzinov es de Pokrovsk y resistió en la ciudad hasta que cerraron por completo la mina en la que trabajaba. En junio salió de allí con su bicicleta y desde entonces vive en Dobropilia, también pensando que sería un lugar más seguro. Ha perdido su casa en un bombardeo y duerme en sótanos, o en el parque. Visiblemente alcoholizado cuenta que él, a diferencia de Katasonova, no quiere ser evacuado: “Si salgo de Dobropilia me reclutarán en el primer control de carretera, y yo no quiero ir al ejército”. “He visto durante más de un año a los que luchan en Pokrovsk”, dice Kuzinov, “y yo no quiero morir”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa y en 2025, el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado.
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