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Los demócratas se lanzan a la ofensiva para recuperar terreno entre los votantes

La disputa con los republicanos por el mapa electoral de Texas, y su impacto en los comicios de medio mandato, ha galvanizado a los aspirantes a liderar el partido

Democratas
Macarena Vidal Liy

No hay descanso de verano en la política estadounidense, ni aunque sus líderes se vayan de vacaciones. Los ciclos de votación cada dos años —los comicios presidenciales y los de medio mandato—, obligan a una campaña electoral permanente, sin respiros. Tras seis meses de gobierno de Donald Trump, en los que el republicano ha monopolizado la atención, los líderes, legisladores y estrategas demócratas tratan de aprovechar el parón legislativo de agosto para arrebatar la iniciativa a su rival y posicionarse lo mejor posible para su gran prioridad: ganar la mayoría en el Congreso en las legislativas del año que viene y abrir así una vía para recuperar la Casa Blanca en 2028. Eso incluye pasos como la espantada de los legisladores demócratas en Texas, que se han marchado en masa a otros Estados para evitar una reforma del mapa electoral que restaría escaños al partido en favor de los republicanos y complicaría muy mucho su meta.

Sin un referente claro entre sus líderes políticos, en medio de una crisis de popularidad que ha hundido su aceptación a mínimos históricos y con una base que reclama un profundo relevo generacional tras la contundente derrota en las elecciones de 2024 ―con Kamala Harris de candidata tras la retirada de Joe Biden―, el desafío para los demócratas es descomunal. El 72% de los votantes, incluidos los propios, desaprueba su gestión, según una encuesta de la prestigiosa Quinnipiac. Los altos cargos demócratas no consiguen ponerse de acuerdo en las opciones: ¿adoptar posturas más progresistas para apelar a votantes jóvenes y más diversos?; ¿moderar sus posiciones para tratar de aumentar su aceptación entre los centristas en los Estados bisagra y las zonas rurales?; ¿apoyar a estrellas emergentes del sector más izquierdista, como el aspirante a la alcaldía de Nueva York Zohran Mamdani, que se describe a sí mismo como socialdemócrata?; ¿dar una segunda oportunidad a la candidata derrotada en 2004, la exvicepresidenta Kamala Harris?

Por el momento, el guion del partido se centra en arremeter contra Trump desde todos los ángulos posibles: desde el culebrón reemergente en torno a cómo el presidente ha gestionado los archivos del caso del millonario pederasta Jeffrey Epstein, a los perjuicios que puedan provocar en la economía los aranceles a los productos extranjeros y la mastodóntica ley presupuestaria aprobada este verano.

Algunos de los aspirantes presidenciales de cara a 2028 ya han comenzado a preparar el terreno para lanzar su candidatura. Gobernadores como Gretchen Whitmer, de Michigan, o Andy Beshear, de Kentucky y, sobre todo, Gavin Newsom, de California, tratan de posicionarse con más comparecencias en los medios y visitas a otros Estados. La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, emblema del progresismo demócrata, congregó a miles de personas en una gira junto al gran icono del ala izquierdista, el senador Bernie Sanders. El exsecretario de Transporte Pete Buttigieg, mientras, rescata del olvido su organización recaudadora de fondos electorales.

Harris, la candidata de último momento para reemplazar a Biden en las elecciones de 2024, anunció a finales de julio que no se presentará a las elecciones del año próximo para gobernadora de California. Es un indicio de que tal vez quiere repetir su intento de ganar la Casa Blanca, pese a la división de opiniones que eso genera en las filas del partido. El veterano estratega James Carville ha apuntado en su podcast Politics War Room que las bases “no están interesadas en respaldar a nadie vinculado a la campaña de 2024”. Pero la antigua responsable de la campaña de Al Gore, Donna Brazile, considera que “no hay nada escrito” y a partir de la era de Trump las normas tradicionales de una candidatura han saltado por los aires.

Los comicios de medio mandato de 2026 se presentan como primera gran oportunidad para que los demócratas intenten redimirse ante el electorado, y es la primera prueba para los incipientes aspirantes presidenciales. Un triunfo les colocaría en excelente situación para disputar la Casa Blanca. Fracasar en el intento de controlar al menos una de las cámaras del Congreso abriría de nuevo la caja de los truenos y de las divisiones internas.

Lograr la mayoría en el Senado parece una tarea complicada: los demócratas tendrían que ganar cuatro escaños más de los 47 con que cuentan ahora, con un mapa electoral muy en contra: solo está en juego un tercio de la Cámara, 33 escaños, y casi todos corresponden a Estados donde ganó Trump. Mucho más fácil, a priori, parece conquistar la Cámara de Representantes: están en juego los 435 asientos y les bastaría lograr unos pocos más (en los medios se habla de tres) de los que tienen ahora ―los republicanos tienen 219, y los demócratas 212, pero tres de las cuatro vacantes son también de su partido―. Dado que en los comicios de medio mandato el partido en el Gobierno suele perder escaños ―y las encuestas confirman una ligera ventaja, entre el 2% y el 3%, de los demócratas de cara a esa cita con las urnas― parece algo accesible.

Pero aquí es donde las cosas se complican. Ante el riesgo de perder el control de alguna Cámara, Trump ha dado orden a su partido de tomar medidas para evitarlo. Y eso incluye el rediseño del mapa electoral en Estados republicanos como Texas.

La legislación estadounidense obliga a revisar los mapas —no necesariamente a cambiarlos— cada 10 años, cuando se compila un nuevo censo, para asegurarse de que la población está adecuadamente representada. Pero no es infrecuente que ambos partidos, en los Estados que controlan, aprovechen ese momento para modificar los trazados de las circunscripciones de manera que favorezcan a su partido, en una práctica conocida como gerrymandering. Lo extraordinario es que Trump haya exhortado a ello descarnadamente… y fuera de plazo. El próximo censo no llegará hasta 2030.

Texas, el más poblado de los Estados de mayoría republicana, ha acatado las instrucciones del presidente. Los líderes estatales de ese partido han propuesto unos mapas electorales que adjudicarían cinco escaños más a los suyos y se los restarían a los rivales. Es algo que tendría un impacto inmenso no solo en este Estado, sino en el panorama electoral de todo el país.

“Si Texas cambia el diseño [de las circunscripciones], como parece probable, los demócratas tendrían que ganar ocho escaños y no tres para lograr la mayoría en la Cámara de Representantes en Washington, un desafío más complejo”, escribe William Galston, del think tank Brookings Institution. “Ganar tres asientos republicanos requiere un giro de un punto porcentual a favor de los demócratas en el voto nacional, mientras que lograr ocho requeriría una subida mucho mayor, de 2,5 puntos”, explica el experto.

A grandes males, grandes remedios. Los legisladores demócratas texanos han optado, de momento, por la espantada para evitar que hubiera quórum en el momento previsto para la votación de la reforma, el lunes pasado; 50 de ellos se marcharon el domingo del Estado hacia otros de mayoría demócrata (Nueva York e Illinois, sobre todo). Salir de Texas era imprescindible: dentro del Estado, el gobernador republicano, Greg Abbott, puede dar orden de llevarlos a rastras al Capitolio local. “No estamos huyendo”, aseguró el viernes la diputada Ann Johnson, una de las que han salido de Texas. “Estamos confrontando directamente el peligro que viene”, destacó en una comparecencia del grupo en Sacramento, la capital de California, para denunciar el caso.

Ante la importancia de lo que está en juego, la batalla en Texas se ha extendido. Gobernadores demócratas en Estados como Illinois y Nueva York amenazan con llevar a cabo reformas de sus propios mapas electorales para contrarrestar los cambios que pueda introducir Texas. En California, Newsom apuesta por unas elecciones especiales para aprobar cambios en los distritos electorales que darían cinco o seis diputados más a los demócratas.

“Lo que ocurre en Texas no se va a quedar en Texas. La batalla por el rediseño de los distritos puede extenderse por toda la nación, con consecuencias imposibles de predecir”, apunta Galston. La campaña hacia las elecciones de medio mandato de 2026 —y para las presidenciales de 2028— ya está en marcha. Pero nadie sabe aún hacia dónde se dirige.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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