La elección de una jueza del Constitucional alemán provoca la primera crisis en el Gobierno de Merz
Una campaña de la extrema derecha y el veto de un sector democristiano torpedea el nombramiento y expone la fragilidad de la coalición con los socialdemócratas


Era la primera conferencia de prensa veraniega del nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, el pasado viernes, y debía servir para celebrar sus logros legislativos en los dos primeros meses en el poder y los éxitos internacionales. No fue así. Una cuarta parte del tiempo de preguntas lo monopolizó un asunto que podría parecer muy técnico y local, pero que, desde hace 10 días, ocupa obsesivamente al mundo político y mediático alemán, y con razón.
La fallida elección de una jueza del Tribunal Constitucional ha provocado la primera crisis de la coalición entre los democristianos de Merz y su rival en la última campaña electoral, el Partido Socialdemócrata (SPD). La extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) y su entorno pusieron en marcha una intensa campaña contra una candidata progresista, la catedrática de Derecho Frauke Brosius-Gersdorf. Convencieron a un sector de la Unión Democristiana/Unión Socialcristiana (CDU/CSU) para oponerse a Brosius-Gersdorf. Se han apuntado un éxito y se ha evidenciado así la fragilidad del Gobierno alemán.
Todo estaba listo para que el 11 de junio el Bundestag aprobase, con la mayoría de dos tercios necesaria para estas ocasiones, la elección de Brosius-Gersdorf, propuesta por los socialdemócratas, y otros dos candidatos para tres plazas vacantes en el Constitucional. Los jefes parlamentarios de la CDU/CSU y del SPD habían dado el visto bueno a la terna, pero a última hora el voto se suspendió.
El motivo es que más de medio centenar de democristianos había señalado que no pensaban votar por Brosius-Gersdorf, en contra del criterio de su propio líder, el canciller, que encajaba así la segunda rebelión parlamentaria desde que ocupa el cargo. Como pretexto, los rebeldes alegaron la revelación de un plagio no demostrado, supuestamente perpetrado por la candidata en sus años de estudiante.

Medios conservadores y de extrema derecha llevaban días acusando a Brosius-Gersdorf de ser una peligrosa izquierdista. Se basaban para ello en sus posiciones en favor de liberalizar el derecho al aborto, de la paridad en los cargos políticos, de las vacunas o de la prohibición de AfD si existían suficientes indicios de anticonstitucionalidad. Hubo mensajes de odio en las redes, y amenazas de muerte.
Todo muy poco alemán, según la idea que los propios alemanes se hacían hasta hace unos años de la política basada en el consenso y la racionalidad. Eran otros tiempos, otra Alemania. La polarización sobre los nombramientos judiciales, como denunció en el hemiciclo el diputado socialdemócrata Dirk Wiese, es propia de países como EE UU o Polonia. “Me preocupa profundamente que se dañe al más alto tribunal con estos debates”, dijo el diputado.
En Alemania, los nombramientos de los jueces del Constitucional raramente hacían tanto ruido. Pero no solían politizarse, entre otros motivos, porque eran fruto de acuerdos entre los grandes partidos, que lo resolvían todo entre ellos. Ahora, con 151 diputados de AfD, esto ya no es posible.
Con una extrema derecha que ya es segunda fuerza parlamentaria y una coalición gubernamental con una exigua mayoría de 12 diputados, la mayoría cualificada de dos tercios para elegir a los jueces queda lejos, y las posibilidades para el Gobierno de perder esta y otras votaciones se multiplican. A Merz, el fiasco del Constitucional debió recordarle su investidura, el 6 mayo. En la primera ronda, no alcanzó la mayoría absoluta: 18 diputados de su mayoría le negaron el voto. En la segunda, organizada a toda prisa, sí lo logró. Pero aquello fue un aviso de lo que estaba por venir.
Hay tantos puntos en común entre la elección de los jueces y la investidura en mayo —el factor sorpresa, la fronda parlamentaria, los líderes desconcertados— que parece raro que los protagonistas no hubiesen aprendido la lección. Quizá, como dijo el canciller en la cadena ARD, haya que acostumbrarse a que estos episodios se repitan, dada la escueta mayoría de la coalición. “Las mayorías son complicadas en el Bundestag”, constató. En la estable y previsible Alemania, la inestabilidad y la imprevisibilidad son la nueva normalidad.
La novedad es AfD, que ha jugado sus cartas mejor que nadie. En un reciente documento interno, revelado por el diario Politico, el partido de extrema derecha planteaba cómo romper el cordón sanitario que impide al resto de formaciones pactar con ellos y les aísla en el Parlamento. Para AfD, es un problema que la CDU/CSU de Merz rechace todo contacto, aunque el sector más conservador de los democristianos se sienta más cerca de los ultras en muchas cuestiones que de su actual aliado en la coalición, el SPD.
La estrategia para romper el cerco, según el documento, consiste en “polarizar” el debate y así “empujar” al SPD hacia la izquierda. Y, al mismo tiempo, “convertir en irreconciliables las contradicciones entre la CDU/CSU y el SPD”. Con la fallida elección de Brosius-Gersdorf, han dado un primer paso.
Merz niega que la coalición esté en crisis y piensa que habrá una solución. En la rueda de prensa del viernes, lanzó mensajes ambivalentes: condenó la “difamación personal masiva” contra la aspirante, pero abrió la puerta a buscar una candidata alternativa. El líder socialdemócrata Lars Klingbeil, vicecanciller y ministro de Finanzas, declaró este domingo al diario Bild que mantiene la candidatura de Brosius-Gersdorf: “Es una cuestión de principios no ceder a la presión de redes de derechas que han difamado a una mujer altamente cualificada”.
Si no hay una mayoría en el Bundestag, es el Bundesrat, la cámara de representación regional, quien toma la decisión. La candidata dijo en la cadena ZDF que se apartaría si la polémica acababa dañando al tribunal y provocando una crisis de Gobierno.
En este episodio se mezclan una serie de líderes sin autoridad (Merz y el jefe de su grupo parlamentario, Jens Spahn), una coalición que es un matrimonio de conveniencia y el espectro de la fracasada coalición semáforo bajo el canciller socialdemócrata Olaf Scholz. Las disputas y fracasos del tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales (el semáforo, por sus colores) se fueron acumulando en los casi tres años que duró hasta el estallido final el pasado noviembre. Pero entonces, la oposición era Merz y la CDU/CSU, que era la alternativa. Hoy la alternativa sería AfD, o una coalición de este partido con los democristianos, imposible por el cordón sanitario.
Otra diferencia respecto al semáforo: las grietas aparecen desde el inicio de la legislatura. Puede significar dos cosas. Que hay tiempo para repararlo y que finalmente no será tan grave. O que el episodio del Constitucional anticipa que esto no acabará bien, como insinúa el semanario Die Zeit con una pregunta: “¿Es este el principio del final cuando el Gobierno no ha cumplido ni 100 días?”.
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