Los iraníes se debaten entre la frustración y el deseo de cambio político: “Esta guerra no es nuestra”
EL PAÍS contacta con una decena de ciudadanos en varias localidades de Irán. El miedo a una transición controlada desde fuera se mezcla con el temor a una mayor represión

Mientras la ofensiva israelí iniciada el pasado día 13 deja una estela de devastación en Irán, crece el reclamo de un cambio político profundo en el país persa. Entre el desconcierto y la indignación, los iraníes atraviesan uno de los momentos más críticos de su historia reciente.
La ofensiva militar ha expuesto las debilidades del régimen y ha acentuado el aislamiento del país, sumido en un apagón de internet y en una crisis de confianza interna sin precedentes. “Aunque han pasado unos días del comienzo de los ataques israelíes, estoy aún totalmente conmovido y confuso. No entiendo cómo ha pasado todo esto, ni por qué las autoridades no hicieron nada para evitarlo”, dice Mehdi, un comerciante de alfombras de Isfahán, en el centro del país, en una entrevista por internet antes de que el acceso fuera restringido.
Como él, miles de ciudadanos viven entre la frustración y la incertidumbre, frente a un conflicto que estalló sin previo aviso y que ha causado una sensación creciente de vulnerabilidad. Los que han accedido a hablar con EL PAÍS, han pedido que no se publiquen sus apellidos por razones de seguridad.
En Teherán, la situación es especialmente tensa. Muchos residentes han abandonado la ciudad en los últimos días, aunque otros no han tenido más opción que quedarse. Pedram, médico especialista, lo explica con firmeza: “Mi familia ya ha salido. Mi mujer me pide que yo también abandone la ciudad, pero me siento responsable, debo cumplir con mi obligación con la gente”. También expresa su frustración por la falta de preparación ante el ataque: “Es una vergüenza que las fuerzas militares se hayan visto sorprendidas de esta forma”.
Zahra, profesora jubilada que sufre una enfermedad renal crónica, también ha permanecido en la capital, pero lo hace a regañadientes. “No tengo adónde ir y tengo mucho miedo. Las autoridades de alto rango están protegidas en refugios. Nos aseguraban que Israel no se atrevería a atacar Irán”, afirma. Para ella, la proximidad a un hospital es vital. “No puedo permitirme el lujo de estar lejos de atención urgente”, continúa Zahra.
El primer golpe de Israel fue demoledor: varios altos mandos militares fueron eliminados y múltiples objetivos estratégicos quedaron destruidos. La operación buscó romper la columna vertebral de la capacidad militar iraní y generar una crisis en la cadena de mando, combinando acciones militares con una ofensiva psicológica a gran escala. “Las autoridades gastaron miles de millones de dólares en sus proyectos militares y en un abrir y cerrar de ojos eliminaron a los jefes militares y tomaron el control del cielo del país”, denuncia Soroush, dependiente de una tienda de ropa, reflejando el sentir de una parte significativa de la ciudadanía.
En las calles y en redes —cuando aún había acceso— la gran pregunta es: ¿cuándo terminará esta guerra? Algunos dudan de que la destrucción del programa nuclear iraní signifique el fin del conflicto. “Creo que Israel tiene un proyecto más grande que la destrucción del programa nuclear iraní. Con la devastación que ya ha causado, si la guerra se detiene, el régimen iraní buscará venganza”, opina Masoud, estudiante de Psicología, también residente en Isfahán. Para él, este conflicto es el choque entre la ideología antiisraelí de Teherán y la búsqueda de hegemonía del Estado judío.
Los hackeos a las cadenas estatales de televisión, en los que se han difundido mensajes instando a la rebelión popular, parecen apuntar a un objetivo claro: un cambio de régimen. Sin embargo, las experiencias de Irak, Afganistán y Siria generan cautela. Los intentos de imponer una transición desde fuera han derivado en caos, inseguridad y desplazamientos masivos.
La posibilidad de que el régimen sobreviva a esta etapa crítica sin una transformación de fondo despierta inquietud. Muchos temen una represión aún más severa. “Ahora que el país está bajo los bombardeos de Israel, la Guardia Revolucionaria y la milicia Basij se dedican a intimidar a la población y han detenido a muchas personas”, relata Sadegh.
La represión se ha intensificado en paralelo a los bombardeos, con detenciones bajo cargos de colaboración con Israel, espionaje o alteración del orden público. Además, las autoridades han prohibido compartir imágenes o noticias sobre los ataques, y han impuesto un apagón total de internet desde el miércoles.
Activismo por la paz
Pese a las restricciones, la sociedad civil intenta alzar la voz. Varios activistas y figuras públicas han firmado un comunicado titulado “No a la guerra, no al enriquecimiento, no a la República Islámica”. Entre ellos se encuentran la Nobel de la Paz Shirin Ebadi, la activista encarcelada Narges Mohammadi, y los cineastas Jafar Panahi y Mohammad Rasoulof. El texto subraya que “el enriquecimiento de uranio no es una demanda del pueblo iraní” y lanza una dura crítica al sistema político: “No se debe sacrificar a Irán ni a su gente por las ambiciones nucleares de la República Islámica. Esta élite gobernante no tiene ni la voluntad ni la capacidad para resolver los conflictos internos y externos del país. La única salida posible es su retirada y la transición hacia una democracia”.
Desde Shiraz, Mina, empleada de una oficina de registro civil, expresa una visión escéptica sobre las posibilidades de cambio. “Aunque Israel ha golpeado con fuerza la infraestructura militar, eso no significa que el sistema vaya a colapsar. La mayoría solo piensa en sobrevivir. No tenemos fuerza para cambiar nada. Esta guerra no es nuestra. Nunca hemos querido la guerra, pero tampoco hay un camino pacífico para cambiar. No creo que nada cambie. Solo habrá más represión y más miseria”, afirma.
La posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos o Israel para forzar un cambio político genera inquietud entre muchos sectores. Masoud, profesor de secundaria, advierte: “Me preocupa que el conflicto no se limite al programa nuclear, y que Israel, respaldado por Estados Unidos, pretenda imponer el futuro sistema político de Irán. Sería muy desalentador que el próximo Gobierno fuera una marioneta de potencias extranjeras”.
En medio del debate sobre el futuro del país, la figura de Reza Pahlevi —hijo del último sha de Irán— vuelve a ganar visibilidad. Aunque para algunos sectores es una alternativa legítima, otros lo perciben con desconfianza. Sadegh, estudiante iraní residente en España, recuerda: “Desde hace años hay una intensa campaña de propaganda a favor de Reza Pahlevi, y ahora parece que, con el respaldo de Occidente, podrían intentar su regreso al poder. Eso genera mucha desconfianza”.
Desde Teherán, Shirin, estudiante de diseño gráfico, denuncia el doble rasero de Occidente. “Cada vez que el régimen ha reprimido, encarcelado y asesinado a quienes protestaban —como ocurrió con el movimiento Mujer, Vida, Libertad—, Occidente se ha limitado a emitir comunicados vacíos. Al poco tiempo, por el petróleo, volvió a darle la espalda al pueblo iraní”. Según ella, ya no queda otra salida: “Hoy por hoy, no hay figura más popular que Reza Pahlevi para liderar una etapa de transición”.
Irán se encuentra en una encrucijada histórica. El desenlace del conflicto podría abrir la puerta a una transición democrática, pero también existe el riesgo de que desemboque en un escenario caótico o en un régimen aún más debilitado en el plano internacional y más autoritario y cerrado en el ámbito interno. Una vez se apaguen las llamas del conflicto armado, al pueblo iraní le espera un horizonte marcado por la incertidumbre y una esperanza cada vez más lejana de un cambio pacífico.
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