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Gwangju, la ciudad símbolo de la democracia que inspiró la resistencia a la ley marcial en Corea del Sur

La localidad sufrió uno de los episodios más duros de represión durante la dictadura militar, retratado por la Nobel Han Kang en su novela ‘Actos humanos’. Su ejemplo sirvió a los que en diciembre pasado se rebelaron contra la medida del expresidente Yoon

Un grupo de personas durante la lectura en voz alta de la novela 'Actos humanos' de Han Kang, el miércoles 4 de junio en Gwangju.
Guillermo Abril

Unas 20 personas están sentadas en círculo en un templete de madera con forma de pagoda. Forman una extraña mezcla. Hay mujeres jóvenes muy concentradas, también ancianas con la mirada perdida, dos curadores de arte, una doctora en Literatura Inglesa y un profesor estadounidense especializado en resolución de conflictos. Algunos sostienen un libro, otros, unas fotocopias. Tocados por el sol de la tarde, leen en voz alta el capítulo seis de la novela Actos humanos (Random House, 2024) de la escritora surcoreana Han Kang, última ganadora del Nobel de Literatura. Es un relato desgarrador.

-Fui detrás de ese chico.

El libro cuenta, a través de seis personajes, el levantamiento democrático que marcó la ciudad surcoreana de Gwangju en 1980. Los párrafos que pronuncian suenan como un exorcismo. Habla una madre que ha perdido a su hijo años atrás.

-Pero como él andaba rápido y yo estoy vieja, no hubo manera de alcanzarlo.

Es un periodo convulso. Tras el golpe militar del general Choon Doo-hwan, decenas de miles de personas se lanzan a las calles exigiendo reformas democráticas. La incipiente dictadura decide frenar el estallido, y el 17 de mayo de 1980 declara la extensión de la ley marcial a todo el país.

-Eras tú, que venías a verme, que quisiste mostrarte aunque fuera pasando de largo, pero estoy tan vieja que te perdí.

El 18 de mayo comienzan los choques con las fuerzas de seguridad. Se arma una resistencia ciudadana. En los días siguientes, 3.000 paracaidistas de élite irrumpen en la ciudad con tanques, helicópteros y vehículos blindados. Masacran a tiros, dan palizas, rajan cuerpos, se llevan cientos de detenidos que serían torturados. El Gobierno envía tropas también a la Asamblea Nacional, en Seúl, y disuelve el Parlamento. En Gwangju mueren 155 personas, la inmensa mayoría civiles; otras 110 lo harían más adelante a causa de las heridas y el número de desaparecidos asciende a 81.

-Eras tú, estoy segura.

El levantamiento del 18 de mayo es considerado uno de los episodios fundacionales de la transición democrática de Corea del Sur, que llegaría a finales de los ochenta. Se estudia en los colegios, hay películas y series, las generaciones jóvenes lo conocen de memoria y la escritora Han Kang, que nació en esta ciudad en 1970, la narró en una novela venerada en el país.

El pasado diciembre, Gwangju fue quizá el antídoto más eficaz contra la ley marcial decretada por el expresidente Yoon Suk-yeol. Citaban el episodio quienes acudieron la noche del 3 de diciembre para bloquear la entrada de soldados al Parlamento; también los ciudadanos que durante los días siguientes protestaron ante la Asamblea Nacional exigiendo la caída de Yoon.

Kim Tae-yun, de 65 años, veterano del levantamiento de mayo de 1980 en Gwangju, retratado el miércoles 4 de junio. Perdió el ojo izquierdo en los enfrentamientos con los militares.

Seis meses después, el ambiente en esta ciudad es de alegría y alivio. Es jornada de resaca electoral. El día anterior, el martes de la semana pasada, los ciudadanos de Corea del Sur habían expresado en las urnas su rechazo a la ley marcial y optado por entregar el poder al candidato del cambio, Lee Jae-myung, con una participación histórica del 79,4%. En la región de Gwangju fue aún mayor: del 83,9%, la más alta del país. Más del 85% votó aquí por Lee, el candidato que pidió, la larga noche de la ley marcial, que los ciudadanos protegieran el Parlamento, y se coló saltando una verja en la Asamblea Nacional, donde los diputados aprobaron una resolución que revirtió la ley de emergencia. “El voto es más fuerte que las balas”, dijo el lunes durante su último mitin de campaña.

“Sin Gwangju hoy no habría democracia en Corea del Sur”, cuenta Kim Tae-yun, un hombre de 65 años y pelo plateado. “El 3 de diciembre, Yoon trató de tomar el poder por la fuerza militar”. Pero los civiles se interpusieron. “Tenían la experiencia de Gwangju”. Él mismo pensó: ¿cuánta gente tendrá que morir esta vez? Y se marchó a la capital al día siguiente, dispuesto a dar su vida.

La mirada del señor Kim es serena, pero su ojo izquierdo parece sin vida. Apenas parpadea. Este hombre es un veterano del levantamiento de 1980. Entonces tenía 20 años. En un enfrentamiento con los militares notó de pronto un dolor punzante en el ojo y, luego, la sangre caliente resbalando por la cara. Señala cómo una bala le entró por esa cuenca, donde ahora tiene un ojo de cristal, y salió por el lado derecho del rostro, junto a la sien. “Gwangju enseñó a los ciudadanos que pueden luchar contra los militares, que estos no pueden tomar la democracia”, afirma.

En los ochenta, Kim se convirtió en líder de movimientos democráticos, liderando reuniones clandestinas, organizando manifestaciones, exigiendo verdad y justicia. Entre los grupos de activistas conoció a quien hoy es su esposa, Kim Hyung-mi, cuyo hermano mayor fue apaleado por las tropas, en especial en la cabeza. Acabaría muriendo en 1988, tras años en instituciones mentales.

La señora Kim, de 61 años, es un torbellino. Cuando se le pregunta qué le parece el resultado electoral, lanza un grito de júbilo que parece manar del interior de la tierra. Preside la Casa de las Madres de Mayo, un hogar en una callecita estrecha donde se reúnen madres, hermanas y viudas de las víctimas del levantamiento. Cuenta que se inspiró en las madres de la plaza de Mayo, la organización argentina de familiares de víctimas y desaparecidos de la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Kim Hyung-mi, de 61 años, presidenta de la Casa de las Madres de Mayo, una asociación que junta a familiares de víctimas del levantamiento de Gwangju, el miércoles 4 de junio en Gwangju.

A primera hora de la tarde, en la Casa, un grupo de ancianas dibuja en las mesas de la entrada. La señora Kim dice que la actividad de arte y la de yoga son las más concurridas: “Ayudan a liberar el trauma”. Explica, también, que cuando Yoon decretó la ley marcial muchas víctimas experimentaron “un dolor físico”.

Tras dar una vuelta por la Casa, la señora Kim sube al coche y circula por las colinas de la ciudad hasta llegar al Centro Cultural en Memoria del 18 de Mayo, un enorme edificio dedicado a aquel episodio. Gwangju está llena de puntos como este que recuerdan la masacre. Hay museos, esculturas conmemorativas, edificios que exhiben aún los balazos, archivos que recopilan todos los documentos; incluso editan una guía turística.

En el centro cultural, este miércoles inauguran la exposición Lamento silencioso, con obras que reflexionan sobre la influencia de Han Kang. Forma parte de una serie de actos organizados para celebrar su Nobel de Literatura. Una de las obras de videoarte muestra a distintas madres de la Casa de Mayo leyendo pasajes de Actos humanos.

Una de las instalaciones de la exposición 'Lamento silencioso' permite a los visitantes grabar con su voz fragmentos de la novela 'Actos humanos' de la premio Nobel Han Kang.

La novela, publicada en 2014, ha contribuido a hacer universal el levantamiento. Es un tratado sobre la barbarie y sobre la resistencia. En diciembre pasado, casi en paralelo a que las tropas acudieran al Parlamento, la escritora viajó a Estocolmo para asistir a la gala oficial de entrega del Nobel. Elogió desde allí el comportamiento de sus conciudadanos: “Vi a gente tratando de parar vehículos blindados con sus cuerpos, otros reteniendo a los soldados con sus manos, y algunos en pie firmes contra tropas que llevaban armas. Cuando algunos de los soldados se retiraban, la multitud les gritaba ‘¡Cuidaos!’ como si despidieran a sus hijos. Podía sentir su sinceridad y coraje”.

El influjo del episodio es indudable en todo el país. “Gwangju es el centro de mi idea como demócrata”, dice Lee Geon-woo, un estudiante de Filología de 24 años que participó en las protestas. “Mis predecesores ganaron la democracia con su vida y su sangre. Y es nuestra obligación mantenerla viva”. Exmilitar, hoy en la reserva activa, Lee tenía compañeros entre los soldados que ejecutaron la ley marcial. Él se unió de inmediato como voluntario del equipo de seguridad en las protestas, que duraron meses. “Quería mostrar que podíamos llevar a cabo algo mejor con las mismas habilidades”.

Lee Geon-woo, un estudiante y exmilitar de 24 años que participó en las protestas que reclamaban la caída del presidente Yoon Suk-yeol tras declarar la ley marcial el pasado diciembre, retratado el pasado 4 de junio en Gwangju.

Tras la inauguración de la exposición sobre Han Kang, los asistentes salen al jardín y se sientan en el templete con forma de pagoda para leer el capítulo 6 de Actos humanos. Entre ellos hay seis mujeres cuyos maridos fueron víctimas en el levantamiento.

La señora Kim es una de ellas. Lleva en el bolso unas fotos envejecidas en las que se ve a su marido, con un parche en el ojo, encabezando mítines prodemocráticos en los ochenta. Las enseñará más adelante. Ahora leen en voz alta:

-¡Qué pálido estabas cuando te vi por última vez, antes de que cerraran el ataúd!

Yoon Sam-rye, cuyo marido murió aplastado por un vehículo militar, cierra los ojos mientras escucha. El viento cálido mece sus cabellos.

-Después tu hermano me explicó que estabas tan blanco porque perdiste mucha sangre cuando te tirotearon…

La señora Yoon recogió el cuerpo de su marido, lo subió a una carretilla y lo llevó al hospital. Desde entonces está traumatizada. Pero sacó adelante a sus hijos, y participó en las actividades contra el Gobierno de la dictadura.

-Grité y grité hasta que me hirvió la sangre.

Jeong Chan-young, un psiquiatra que la ha tratado y que ayuda a preparar a las víctimas para los actos de memoria, dice que “tiene un gran orgullo de madre”. Se oye el trino de los pájaros, y a los niños que atraviesan el parque después del colegio.

-Vayamos allí donde se abren las flores.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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